Quien tenga la dicha de conocer a Pedro Izquierdo sabrá que es cierto lo que voy a decirles. Pedro habla del timple no con la pasión de un padre por un hijo sino con la admiración de un hijo por su padre; porque al fin y al cabo está convencido de que el timple le ha dado todo; le ha dado una vida sin la cual no sería quien es. Y un padre (como una madre), merece todo lo que uno pueda darle para devolverle el amor infinito que nos profesa; este libro viene a ser un regalo que Pedro Izquierdo le hace a esta tierra; a esta tierra que rasguea el timplillo bien pegado al pecho que late; a otras tierras, que busquen en su sonido de Atlántico y de alisio otra forma de decirse y a todos los que ansíen juntar las cinco líneas del pentagrama con las cinco cuerdas a las que se amarran nuestros sueños. Pero este libro es, ante todo, un regalo al timple; al que nunca ha pedido nada pero se merece todo; un instrumento que viene a ser como nuestra propia realidad: su pequeñez es pareja a la de nuestras islas en la inmensidad azul pero cuando dice, su voz se siente y se siente diciendo, desde esta esquina del Atlántico, aquí estoy, con idéntica dignidad a la de cualquier otro instrumento que sea capaz de hacernos sonar el alma. Y también se parece a nuestra propia historia. Ser canario es, de alguna forma, ser de muchos sitios a la vez; significa irse y volver, y el timple lo sabe y por eso, cuando lo convidan a sumarse a cualquier sueño, a cualquier música, llega feliz, sabiéndose capaz de acortar los mapas y de derribar las fronteras que algunos se empeñan en seguir levantando, pero sin olvidar dónde empieza (y dónde acaba) el hilo de su cometa, porque nuestro timple es, sencillamente, el timple y cuanto más hunda sus raíces en nuestra tierra más lejos podrán llegar sus ramas.
Hoy en día, aquello que atravesaba las generaciones, que pasaba de padres a hijos como el mayor tesoro, busca otros cauces para seguir ocupando nuestro corazón. La música más íntima de cada pueblo, la que debería enseñar la vida, hoy también la enseña la escuela que, con loable esfuerzo trata (o al menos así debería ser) de alentar la pasión de los jóvenes y los no tan jóvenes por el paisaje sonoro que nos rodea. Pedro Izquierdo lo sabe y además de recorrer los escenarios y los imprevistos que se le presenten, siempre custodiado por su fiel guitarrista Carlos Mozzi, tanta es su pasión por el timple que no guarda sus confidencias con él sino que las comparte con los alumnos a los que transmite el sabio amor por la música que esconde la poca madera de un timplillo, que es, ni más ni menos, que toda aquella música que seamos capaces de compartir. De ese convencimiento nace este trabajo, que pretende seguir tirando del hilo del timple, desentrañando el laberinto de sus posibilidades, para alcanzar aquella dignidad a la que antes me refería, que es la misma en las virtuosas manos del más reputado músico que en las humildes y callosas manos de cualquiera de nuestros mayores. Ese es el necesario equilibrio que compensa la vida del timple. A un lado, al de la investigación y la divulgación, se suma este libro, que no tendría sentido sin el otro lado de la balanza. Partituras y grabaciones caerán en las manos de quienes habrán de dar continuidad en el futuro a la sonora travesía de nuestro emblemático instrumento; a los que simplemente harán música sin tener que ponerle apellidos y a los que la ofrecerán a un pueblo: el nuestro o cualquier otro, que no tendrá lasensación de estar escuchando otra cosa que música. Este tiempo que vivimos nos ha enseñado a acabar con la dichosa dicotomía entre lo culto y lo popular, entre las llamadas alta y baja cultura. Volviendo al ejemplo del árbol, debemos estar pendientes de las raíces, que son las que ensanchan el tronco y alargan las ramas, pero a su sombra y a su fruto todos estamos convidados.
Pedro Izquierdo ha abierto otra ventana en la casa que habitamos. Por ella entrarán la luz y los ojos y los oídos atentos de quienes se acerquen. Esa luz guiará las manos de los timplistas que tienen, desde ahora, más partituras donde citarse con el timple, más horizontes hacia los que seguir navegando.