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Domingo, 22 de Marzo de 2009
Antonio Henríquez Jiménez
Publicado en el número 253
En el artículo notarán los lectores cierta precipitación, mucha vehemencia y alguna opinión peregrina. Andrés González-Blanco tenía fama en su época de “sabihondo”, como lo calificó Jorge Luis Borges (también decía de él que era “el Menéndez Pelayo en agraz”), escritor, a vuela pluma, a lo que saliera.
De las Islas que los antiguos llamaron Afortunadas, y que hoy podrían serlo por la felicidad de su suelo, por la benignidad de su clima, por la riqueza y variedad de sus frutos, por la condición apacible de sus habitantes y, en suma, por la belleza y suavidad de trato de sus mujeres (que la hermosura y condición, dulce y templada, de las hembras amansan las furias y ventiscas de los hombres y les adoctrinan para el Bien), pero que no lo son del todo por el abandono e incuria en que las tienen los hispánicos Gobiernos –Iberia semper incuriosa suorum–, nos ha llegado siempre buena cosecha y granazón de poetas y artistas... No podemos evocar las Islas Canarias sin dedicar un saludo de emoción a la figura venerable del muerto inmortal, D. Benito Pérez Galdós, padre y maestro de la novela castellana, que si hoy, por muchos aspectos de su obra, está alejado de nuestra sensibilidad contemporánea, trajo una nota nueva a la novela española, roída entonces del gorgojo del falso idealismo4, y que fue para las letras nuestras el Balzac y el Dickens, el anotador preciso, minucioso y sagaz de la vida y de las emociones cotidianas...5 Hubo después una generación de artistas literarios en Canarias, y entre ellos sobresalen los hermanos Luis y Agustín Millares Cubas, cuyas obras de teatro libre, teatro de verdad y de idealismo a la par, destacan victoriosamente sobre la producción de sus contemporáneos. En Nuestra Señora, novela intensa, de ráfagas sensuales, mórbidas, los hermanos Cubas ascienden a las altas cumbres de la emoción. Agustín Millares, el historiógrafo y latinista, es un digno sucesor de la dinastía emocional; y para decírselo con palabras que le serán gratas, recordaré, modificándolas, las que Virgilio dice del joven Ascanio: “Sequitur patrem, sed passibus aequis…” En cuanto a la poesía, a la cual hoy he de referirme estrictamente, las Islas Canarias nos han traído una espléndida contribución lírica en los días de hoy. Nos han dado sus poetas una nueva nota de sensibilidad: nos han cantado el mar y el encanto de los puertos cosmopolitas, y en sus estrofas oímos zumbar las caracolas marinas... ¿No es una nota de emoción inédita en la poesía castellana aquella estrofa de Tomás Morales: “Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico, con sus faroles rojos en la noche calina…”[?] A mi entender, y creo que al entender de todos los hombres de buen gusto, Tomás Morales es hoy el segundo gran poeta de España. Después de Antonio Machado, ante el cual yo rindo mi pleitesía, y digo: Tu duca, tu signore e tu maestro…, yo creo que no hay quien supere a Tomás Morales en expresividad, en fuerza emotiva, en pericia para tañer el instrumento y en el hechizo de traer notas de sensibilidad… Tras de él vienen, con muy airosos penachos, Alonso Quesada6, este poeta exquisito, sutil, más complejo quizás y más morboso que Morales; este poeta, que lleva un nombre de capitán de los Tercios o de conquistador de las Américas; este poeta ultrasensible... y Claudio de la Torre, estimable poeta, cantor de la emoción provinciana y lenta... (¡Oh! ¡Mis dieciocho años y mis primeros cantos florecen ahora en poetas casi niños: López Parra, De la Torre, etc.!...) Y ahora nos llega de las Islas Canarias un poeta nuevo –Pedro Béthencourt– que tiene, por una parte, la fragancia de mar y la nota de poeta isleño que nos ha dado Morales –tal en su poema Atlántico–, y de otro lado, una emoción religiosa, cristiana, evangélica, que se transparenta en casi todos sus poemas, al menos en los mejores. Sus poesías Gracias te doy…, Nada más, El divino mensaje y San Miguel Arcángel, son ciertamente poesías cristianas, de una religiosidad efusiva y sincera, y esta nota resplandece por modo supereminente en la poesía A Jesús de Nazaret (Oblación de Viernes Santo). Esta nota religosa es la que culmina en el poeta y la que le caracteriza; su libro se titula Salterio, y no es un vulgar título escogido al azar, sino un título que corresponde en un todo al libro. Hay algo en estas poesías, algo de la desnudez y austeridad de la poesía hebraica, bíblica; si algo se le asemejara en poesía europea, serían las Melodías hebraicas, de Lord Byron, o los Poemas evangélicos, de nuestro Larmig... Pero hay otras notas en el libro del señor Béthencourt; tales las de los Versos de Ultramar: Mientras llueve, nota antillana, de emoción de campo y de infancia, y las Elegías a Marte, bélicas y resonantes de choque de espadas... Que la poesía isleña siga fecundando nuestra lánguida poesía peninsular. Una bien accesible erudición nos invita a recordar que los renovadores del parnasianismo francés eran isleños: Leconte de Lisle, de la isla de la Reunión; José María de Heredia, de nuestra entonces Isla de Cuba; y que en la literatura portuguesa fue un isleño, de las Azores, el más glorioso poeta: Antero de Quenthal... Andrés González-Blanco |
Mientras llueve Ha llegado el invierno, y esta noche lluviosa me trae los recuerdos de mi tierra…Yo siento como si despertara la lluvia misteriosa dentro del corazón un vago sentimiento. ¡Oh, las primeras lluvias en extraños lugares!: dijérase que evocan pasados embelesos e ilusiones forjadas en los nuestros hogares donde, al llover, sentíamos como un rumor de besos… ¿Volaron esas nubes sobre los verdes montes de mi paria y la cumbre del Teide coronaron y como aves neptúneas de aquellos horizontes en las vírgenes selvas de Cuba se posaron?... Digno mensaje fueran de mis peñas queridas; digno mensaje para los pobres expatriados que en estos campos siembran jirones de sus vidas mientras lejos se mustian los seres bienamados… …Y me vienen tristezas en el rocío intenso; lágrimas y suspiros de aquellas aldeanas que, en brumas de Ultramar con su anhelar suspenso, esperan noche y día las noticias lejanas… Almas que sueñan siempre con ver llegar la nave de la antillana Cólquida donde reina el encanto y que ponen en todo esa mirada grave de los que tanto sufren, de los que lloran tanto… Mi corazón se llena de un vago sentimiento en la melancolía de estas noches lluviosas… ¿No sentís, mientras llueve, ese recogimiento que infunden en la noche las cosas misteriosas…? ¡Oh, las primeras lluvias en extraños lugares!: lluvias despertadoras del más hondo cariño… ¡Cómo verdecerán las sendas familiares por donde yo pasara soñando desde niño!... |
#03 Solamente hay un error, "De Tu vos un eco", no es de Pedro Bethencourt Padilla, es de su hermano José Bethencourt Padilla
#02 Tempus omnia revelat.
#01 ¡Qué raro que en nuestras Islas se hagan rescates tan tendenciosos como ese! Muchas gracias al autor por ofrecernos la versión integra y el hermoso poema.