Otras se alzan sencillas en determinados puntos de las carreteras reflejando el profundo sentimiento de quienes algún día perdieron allí a un ser querido en un fatal accidente. O en un cruce de un camino, hecha en cantería de La Atalaya, en pago a una promesa por el feliz regreso de sus hijos de la Guerra Civil en aquel barrio de la Vega de Abajo. La toponimia de Gran Canaria aún recoge, por su parte, muchos puntos geográficos que indican la existencia de este símbolo santo del Cristianismo, como la montañera Cruz del Roque Saucillo, donde se descubre unas de las visiones panorámicas más sorprendentes de Gran Canaria y que tratamos hoy en este trabajo de investigación.
La Montaña de la Cruz, en el Saucillo, se levanta cerca del roque del mismo nombre en la zona cumbrera, en los límites de la Vega de San Mateo, y desde su cima se puede divisar casi la mitad nordeste de la Isla. La tradición oral cuenta que unos náufragos gallegos colocaron allí, en tiempo inmemorial, una gran cruz de madera hecha con el mástil de un barco, que luego tomó el nombre de la Cruz del Navegante, como pago de una promesa que habían hecho en el transcurso de un temporal. Aquellos pescadores prometieron colocarla en la montaña más alta de la Isla, y aquel fue el punto más culminante que divisaron, situado a 1800 metros sobre el nivel del mar, el segundo más alto de la Isla después del Pico Las Nieves (1942). Aunque hoy la montaña se halla cubierta de pinos, y no se divisa, como en el pasado lo hacía, el roque era y es el punto más alto que se veía desde el mar, pues desde allí se otea toda la línea de costa y una gran superficie del océano, sin duda una atalaya de vigilancia de los antiguos canarios para prevenir las frecuentes incursiones de piratas.
Al respecto, El Liberal, “diario decimonónico político y de intereses generales”, señala en su edición del viernes 30 de mayo de 1884 lo siguiente: La situación del Saucillo al borde oriental de la gran meseta central de la Isla, y su elevación de 1850 metros sobre el nivel del mar, hace que se le descubra especialmente por los barcos que entran en Las Palmas, y que desde su cima ofrezca una vista sorprendente al viajero que en él se coloque. Creemos que el Ayuntamiento de San Mateo debiera destinar una suma cabal para abrir un camino seguro hasta el Saucillo, pues no faltarían curiosos y viajeros, que en la buena estación treparan a su cima, y recorrieran la explanada donde se levanta, a cuyas inmediaciones se halla la famosa vista del cráter de Tirajana, desde la altura de Riscos Blancos, una de las más sorprendentes que en nuestra islas pueden encontrarse.
Los vestigios de aquella primitiva cruz permanecieron, alzados en el tiempo, en la parte más alta de aquella montaña, al menos hasta el último tercio del siglo XIX. A la altura de 1884 la primitiva cruz de madera debía estar deteriorada, pues ya la prensa de la época da cuenta de la intención de levantar otra nueva, de mayores dimensiones.
Para suplir a la primera cruz colocada por los marineros, toda Gran Canaria se congregó en la montaña del Saucillo el domingo 8 de junio de 1884 para colocar una nueva. Para entonces, el Ayuntamiento de la Vega de San Mateo, respaldado por el cura regente don Pedro Bertrana Masramón, natural de Barcelona, había solicitado que se autorizase colocar una gran cruz en lo alto de aquel roque, que ocupase el mismo sitio de la desaparecida Cruz de los Navegantes. La intención era fijarla solemnemente ese día, festividad de la Santísima Trinidad, y el citado matutino lo anunciaba con gran entusiasmo.
Tenemos entendido que el domingo 8 de junio será colocada una gran cruz en el Pico del Saucillo, que se levanta en la Cumbre dominando las vegas de San Mateo, a cuyo término municipal pertenece. Para darle más solemnidad al acto, se celebrará una misa a pie de dicha Cruz, entre 10 y 11 de la mañana, que se espera tendrá muchos oyentes de todos los pueblos comarcanos. Parece que al llegar la peregrinación a la Cumbre predicarán en diversos puntos de ella los señores presbíteros don Francisco Vega, don Juan González y don Pedro Bertrana. Antes de la salida del pueblo de San Mateo habrá también un sermón que se halla a cargo del señor Canónigo don José Roca, y hasta el rezo del Rosario. El Liberal recordaba a los lectores que desearan tomar parte de esta función, pero sin la molestia del viaje hasta la cumbre que con un buen anteojo puede asistir a ella desde la plazuela de la Democracia y sitios colindantes. Todos tenían la oportunidad de seguir la célebre fiesta.
También el periódico católico Revista de Las Palmas se hizo eco de la noticia el 28 de mayo y dedicó una página al acontecimiento, pues se trataba de una noticia periodística extraordinaria, testimonio de los caminos que seguía entonces la devoción popular. El director de esta publicación, el canónigo don José Roca Ponsa, sería uno de los oradores propuestos para aquel evento. Su revista dejó claro algunos de los objetivos espirituales de aquel leño de santidad.
El fin de esta solemnidad es rogar a Dios por la libertad del Romano Pontífice y por el progreso y pureza de la fe en Gran Canaria. Nos place en extremo este hermoso pensamiento, y felicitamos cordialmente a sus iniciadores. De este modo Gran Canaria estará bajo la protectora y saludable sombra del árbol de la Cruz; y los navegantes al ver desde el Océano la Sacrosanta enseña de nuestra Redención sobre la más alta cumbre de nuestras montañas, descubriéndose con respeto dirán: ¡He aquí una Isla cristiana!
En ese ambiente de fuerte sentimiento religioso se desenvolvían los grancanarios en general y los vecinos de la Vega de Arriba, en particular, pues en un pleno municipal del 18 de mayo, bajo la presidencia de su Alcalde, Francisco Navarro Navarro, acuerdan iniciar un expediente para la construcción de una nueva nave en la parroquia, de dimensiones similares e igual altura a la existente, dado la gran cantidad de feligreses que acudían a aquel templo. Y todo a pesar de que el tradicionalismo católico iba perdiendo fuerza en una parte de la sociedad con la irrupción del liberalismo, el protestantismo y la masonería, lo que hace que el cura regente de San Mateo, don Pedro Bertrana, que permaneció en la parroquia entre 1880 y 1888 -año en que emigró a Argentina-, lo denuncie públicamente en las misas que celebra cuando se enteró de que un vecino iba a instalar en el pueblo una logia masónica.
San Mateo a finales del XIX, con la zona de El Saucillo al fondo
No sabemos si por haber dicho el venerable cura regente de San Mateo en el panegírico del Dulce Nombre de Jesús, fiesta que con gran ostentación se celebra en aquel pueblo, que es empeño de la masonería, como enseña León XIII, borrar de todas partes el Santo nombre de Jesús, los librepensadores, instigados por algunos h.h. de ésta, tratan de formar su logia masónica con sus escuadras y mandiles. Dícese que el domingo próximo irá un h. de ésta, de un gr. muy adelantado, y que pasa como aficionado a la literatura, para instalar la consabida logia. Susúrrase también que un señor de San Mateo, muy conocido por su odio a la iglesia y a todo lo religioso, ha ofrecido su casa o salón para templo m. y que los niños tratan de masonizar a las niñas, fiando el éxito de su influencia y de la debilidad del sexo devoto.
Todo esto y más corre de boca en boca, y nosotros lo recogemos y consignamos para dar la voz de alerta a los católicos, y para declarar que hallamos ya una explicación a los sucesos escandalosos del 13 de septiembre que hablamos en números pasados. ¿De dónde, si no la masonería podría provenir la perturbación del culto católico en un pueblo tan honrado y piadoso como San Mateo?
Al fin se van quitando las máscaras los impíos. Ahora lo que importa es que los buenos no se conviertan en sus cómplices por un temor ridículo y poco cristiano”, señalaba la Revista de Las Palmas, en su edición del 20 de enero de 1886.
Sin duda, son malos tiempos para la Iglesia, que protesta una y otra vez por la pérdida de los valores religiosos tradicionales y apunta hacia las nefastas consecuencias que engendraron la libertad de culto, de conciencia, de enseñanza o pensamiento surgida con la revolución de septiembre de 1868. Por tales motivos, la colocación de la Cruz en aquella montaña representaba algo más que el plantío de un leño, quizá un acto de contrición antes las ofensas del liberalismo y una forma de mostrar, en toda su plenitud, el gran fervor religioso de los canarios. Aquel acto también sirvió de apoyo al Papa León XIII, que con la caída de Roma en manos de los piamonteses del Rey Víctor Manuel, había perdido la mayor parte del Estado Pontificio y estaba recluido en el Vaticano. La mayor parte de los obispos hicieron causa común con el Papa voluntariamente recluido, tomando una postura defensiva y condenatoria, como se hizo resaltar en aquella peregrinación, contando para ello con el respaldo de las distintas parroquias de la Isla, las monjas bernardas y oradores llegados del Seminario Conciliar.
Lo cierto es que pocos fueron los feligreses que se quedaron en la ciudad, detrás de los anteojos, para ver aquel gran acontecimiento cristiano desde la plaza de Santa Ana, pues como se puede comprobar a través del examen de la prensa, unos diez mil peregrinos llegados de todos los puntos de Gran Canaria, junto a un enorme séquito de sacerdotes, formaban un imponente e impresionante espectáculo en lo más alto de la Isla.
Sólo un ligero contratiempo empañó aquella memorable romería al Roque Saucillo. Fue imposible dejar clavada la Cruz trasladada hasta allí a hombros, porque al levantarse, a causa de su enorme peso, se rompió una de las cuerdas. Cuando se vio que era imposible, sin otros instrumentos que los que se podía disponer, levantar la Cruz, se dejó inclinada, para colocarla otro día, y se principió la Misa Mayor, con vestuario, que dijo el señor Juan González, y oficiaron los eclesiásticos y sochantres que se hallaban presentes, señalaba la Revista de Las Palmas. Por tal motivo, la Cruz quedó allí inclinada esperando mejor ocasión. Poco faltó para que el Santo madero al caer aplastase una docena de espectadores, detallaba El Liberal. Fue fijada el domingo siguiente y a pesar de celebrarse sin la solemnidad debida, la cumbre refulgía insólita, al acudir unas seiscientas personas, según destaca la Revista de Las Palmas en un suelto del 18 de junio de 1884, que destacó que el venerable cura de San Mateo, Pedro Bertrana, dirigió a la multitud entusiastas frases.¡Que esté siempre Gran Canaria bajo la augusta sombra de la Cruz!
El acontecimiento tuvo una gran respuesta de todos los pueblos de la Isla, a pesar de que se preparó con poco tiempo y no tuvo la organización de que era susceptible para que respondiera a su gran significación, bien puede asegurarse que superó las esperanzas de los más optimistas y dejó satisfechos a los más exigentes, señalaría tres días después el canónigo José Roca Ponsa en su revista. Muy temprano, con la diana de los gallos, partieron en peregrinación los isleños hacia aquella cima.
Al llegar los peregrinos de San Mateo al llano de la cumbre, alzaron un hermoso estandarte en una de cuyas caras estaba la Cruz con las insignias de la Pasión, y en la otra el retrato de León XIII con esta inscripción: ¡Viva León XIII. Papa Rey. Llevábalo el Vble. Sr. Cura regente mientras otro sacerdote empezó el Santo Rosario que se continuó en tanto se subía a lo más alto del Saucillo hasta dejar el pendón que ondeara allí a vista de toda Gran Canaria. Las montañas y sus faldas y el extenso llano estaban llenos de fieles, y no obstante faltaban aun algunos pueblos”. (….) No tardaron en vislumbrarse en los altos de los caminos, primero de una manera confusa, después con claridad cada vez mayor, estandartes, banderas y una gran multitud que los seguían. Eran los pueblos de Teror, San Bartolomé de Tirajana y Valleseco que llegaban más tarde por razón de mayor distancia.
El espectáculo era sorprendente, según describe el canónigo José Roca. Aquella multitud encaramada por la cumbre, en medio de flores que esparcían grato aroma, rodeando a los ministros del Santuario que celebraban al aire libre el incruento sacrificio; aquel silencio respetuoso y devoto interrumpido por los sagrados cánticos y por el sonido de las campanillas que mandaban al pueblo postrarse de hinojos ante la Majestad de Dios….Así concluyó, cerca de las cuatro de la tarde, este grandioso acto cuyo recuerdo jamás se borrará de la mente de los que concurrieron (…). Concurrieron unas diez mil almas, y entre ellas veinte y dos eclesiásticos. Creemos que la concurrencia fue más numerosa que la de la célebre peregrinación a Teror el año 1877. No hubo el menor desorden, ni el más insignificante disgusto; prueba clara de la recta intención con que todos concurrieron a la Cumbre, de los profundos sentimientos católicos que les alentaban.