Revista n.º 1064 / ISSN 1885-6039

Los canarios en la Independencia de Venezuela. (II)

Domingo, 16 de noviembre de 2008
Manuel Hernández González
Publicado en el n.º 235

El teórico del anticolonialismo, el célebre Abad de Pradt, llama a las Canarias la primera colonia española que se nos presenta a nosotros. El propio Humboldt la denomina como tal cuando refiere que con la excepción de La Habana, las islas Canarias se asemejan poco a las demás colonias españolas en su gusto por las letras y la música; o cuando reconoce en Tenerife que hospitalidad reina en todas las colonias. Su propio Comandante General, el Marqués de Casa-Cagigal, en un manifiesto de 1805, no se corta cuando dice que esta colonia, las islas Canarias, cuyo valor admiraron desde el intrépido Berckley hasta el emprendedor Nelson, merece tomar parte en el honrado empeño de vengar a su nación ultrajada.

Mapa relacionado con el proyecto bolivariano de la Gran Colombia.


(Viene de aquí)


Un texto del Observador caraqueño de 1825 afirma que se denominan colonias a ciertos países en que habitan gentes enviadas de la metrópoli por el príncipe o república para que vivan en ellos según las leyes de su establecimiento. Nada que ver con una etnia oprimida que se libera de una potencia sojuzgadora. Este es el concepto de colonia que se tenía en la época. En ese sistema los gobiernos están siempre respecto a las colonias en un estado de desconfianza, de celos y de indiferencia; la gran distancia hace que no se puedan conocer sus necesidades, ni sus intereses, ni sus costumbres, ni su carácter. Sus más profundas y legítimas quejas, debilitadas en razón de la distancia y despojadas de cuanto puede mover la sensibilidad, están expuestas a interpretaciones viciosas (...). Las colonias son respecto a las metrópolis lo que los hijos a los padres, y por consiguiente los derechos de estos sobre aquellas son los mismos que la naturaleza ha dado a un padre sobre los hijos (...). Mientras que la madre patria tiene sobre sus colonias la ventaja de la fuerza física y moral de un padre sobre sus hijos menores, es claro que ellas no pretenderán sacudir el yugo, ni proclamar su independencia, antes bien los lazos que las unen con aquélla serán tanto más fuertes, cuanto que consistirán en las necesidades de las colonias y en los sacrificios de la madre patria. El voto de la naturaleza es que todo ser que se creía se hará un día libre y las colonias se hallaban en 1808 en el estado de virilidad12. Desde ese concepto, las Canarias reunían tales requisitos. Se trataba de un territorio ultramarino, ocupado y conquistado por una potencia europea e incorporado a su soberanía. La literatura de la época la califica como tal. El teórico del anticolonialismo, el célebre Abad de Pradt, la llama la primera colonia española que se nos presenta a nosotros13. El propio Humboldt la denomina como tal cuando refiere que con la excepción de La Habana, las islas Canarias se asemejan poco a las demás colonias españolas en su gusto por las letras y la música; o cuando reconoce en Tenerife que hospitalidad reina en todas las colonias14. Su propio Comandante General, el Marqués de Casa-Cagigal, en un manifiesto de 1805, no se corta cuando dice que esta colonia, las islas Canarias, cuyo valor admiraron desde el intrépido Berckley hasta el emprendedor Nelson, merece tomar parte en el honrado empeño de vengar a su nación ultrajada15.

Como tal colonia fue considerada por el Congreso de Panamá de 1826. En tal calidad se planteó su unión a la Gran Colombia desde bien temprano, como se puede apreciar con la misma Junta Suprema de Canarias que en 1808 derribó al Comandante General Cagigal y que planteó la unión de las Islas con la América española bajo protectorado británico16 o más tarde el manifiesto insurreccional de Agustín Peraza de 1817 o en los contactos con liberales canarios de la década de los 2017. El propio General Pedro Briceño comunicaba el 12 de abril de 1826 a Simón Bolívar por carta que es indudable que en el momento en que podamos destruir los restos de la escuadra española que cubre a Cuba, damos la libertad a aquella isla, a Puerto Rico y a las Canarias, que desean también ser americanas18.

Aunque el estatuto de Canarias siempre fue claro, siendo integradas en el Consejo de Castilla y no en el de Indias, su calificación como un territorio ultramarino siguió siendo general. Era frecuente hasta en los protocolos notariales su calificación como Reino de Indias y los canarios denominaban habitualmente a la Península Ibérica como España. Esa consideración a nadie llamó la atención hasta la insurrección de las Américas que aparece ya con el tratamiento de subversiva. Así el Intendente Paadin denuncia al brigadier Antonio Eduardo en 1817 por afirmar que se remitían considerables cantidades a España como si estas islas no fuesen parte de España19.

Otro tanto le ocurrió con el vino. El 17 de julio de 1813 el Síndico Domingo Calzadilla y Soussa denuncia la arribada a Santa Cruz de un barco cargado de vinos de España para efectuar su descarga en la isla. El Intendente Ángel Soverón se escandaliza de que llamen a los vinos y aguardientes de la Península extranjeros: Yo prescindo de esta denominación a pesar de que no deja de repugnarme hablando unos españoles que tantas y tan constantes pruebas han dado y están dando de serlo y de que en nada ceden a sus compatriotas y hermanos de la Península. Lo natural antes es perjudicial ahora. Voces como considerar extranjero a lo peninsular o España suenan ya a separatismo20.

La consideración de los canarios como criollos, un ente diferente al de los peninsulares y los americanos, ya fue objeto de controversias en el siglo XVIII en la cuestión de la alternativa entre españoles y criollos en los provincialatos de las órdenes religiosas y en las alcaldías de los cabildos. Tales disparidades llevaron a considerarlos como americanos por parte de los regulares peninsulares. Idéntica pugna llevó al regidor vasco del ayuntamiento de Caracas Manuel Clemente y Francia en 1775 a afirmar que no era cierta la unidad de nación que se supone entre los isleños de Canarias y españoles legítimos o castizos21. En la literatura del tránsito de los siglos XVIII al XIX los canarios fueron caracterizados como algo diferenciado de los españoles. El galo Depons cuando se refiere a éstos los excluye en sus juicios. Habla sobre ellos como los criollos de Canarias22. Como tales aparecen en las partidas de bautismos. El asesino del canario José Sosa, el zambo José de Jesús Revilla, declara en su confesión en 1775 que era un hombre de nación isleña23. Un pariente del Capitán General, Juan Manuel Cajigal no tiene problemas en calificarlos de tales africanos24. El sobrino de Antonio Eduardo, el acaudalado comerciante canario en Caracas Pedro Eduardo, presidente del Tribunal del Consulado en Angostura, regidor del primer ayuntamiento de la Caracas independiente, no tiene problemas en afirmar en una carta a su amigo Felipe Massieu, que no me creí, ni me creo español, como isleño me considero colono como los americanos, y en cuanto a mis mayores me considero inglés, si hubiera sido español no estaría aquí25.


Busto dedicado a Simón Bolívar en Teror (Gran Canaria).
Busto a Simón Bolívar en Teror (Gran Canaria)



El Regente Heredia describió con manifiesta dureza su caracterización cuando hablaba de José Antonio Díaz, canario zafio y cerril, que apenas sabía firmar, y que por su tosca figura y tarda explicación se distinguía entre sus paisanos, que son comúnmente reputados en Venezuela el sinónimo de la ignorancia, barbarie y rusticidad26. Su arquetipo está siendo definido en abierta oposición con otros grupos étnicos venezolanos que proclaman su pureza de sangre, cuya caracterización social es bien diferente. El canario común es un blanco de orilla, pertenece al último estamento de la sociedad y se le supone siempre rayando en la frontera de los ilegítimo o lo impuro en una sociedad como la venezolana en la que la cuestión racial es un hecho incontestable de su estructura social. Entre ellos hubo mulatos e incluso esclavos, lo que se contraponía con la automática blancura e hidalguía de cántabros y vascos27. Como sostiene Santos Rodulfo Cortés, aunque no figurara de manera taxativa en los textos legales su exclusión de cargos y prerrogativas cortesanas, no es desconocido que los habitantes de las Islas Canarias sufrieron el mismo aislamiento, no obstante tener la misma filiación nacional que sus congéneres de la metrópoli28.

El isleño común convive entre "el populacho" y como tal trasmite rechazos en otros sectores sociales. Ese papel de total integración a la realidad venezolana, palpable con claridad en todo el siglo XIX, y por tanto de asunción de su identificación con el medio en el que vive, le lleva a considerarse como un protagonista de todos los odios y roles sociales como ningún otro pueblo lo ha protagonizado en la historia de Venezuela. De ahí su destacado papel en la rebelión de Juan Francisco de León contra la Compañía Guipuzcoana, en las Guerras de Independencia, en la Guerra Federal o en otros acontecimientos cruciales de la vida socio-política de Venezuela. Lo sorprendente del arquetipo es que se establece en una franja social de los mismos. Parte del isleño que es blanco de orilla, que vive de los pequeños cultivos, de la maloja, como arriero, baratillero o pulpero. Pero parecen quedar fuera de él el sector social isleño que se convierte en hacendado o comerciante, que constituye una parte nada desdeñable de las elites dominantes en Venezuela.

Contra los isleños de origen social bajo se daba por tanto un doble rechazo, étnico y social. Vivían de actividades que eran consideradas despreciables por personas de "limpio origen". Picón Salas señalaría que la tosquedad de modales, su ignorancia y falta de cortesía era lo que los patricios criollos satirizaban, por sobre otra cosa, de los inmigrantes canarios29. Urquinaona, el comisionado de la Regencia española que fue a Venezuela con la misión de pacificar el país, nos ha dejado un retrato de su papel social que se podría convertir en su estereotipo, en el que se palpa que fue la miseria, la codicia y el interés mezquino la causa de su expansión en Venezuela. La emigración de canarios "bastos y groseros" fue un hecho común en Venezuela desde el siglo XVI: A su ejemplo e impulsos de la miseria y codicia, fueron multiplicándose los cargamentos, sin advertir mejoras en la especie, que regada por pueblos y campiñas, llegó a formar una parte considerable de aquel vecindario, donde, empezando por servir a los dueños de las tierras destinadas a la siembra de forraje, pasaban a la clase de arrendatarios, pulperos, bodegueros y mercaderes. Como sus progresos pendían de la predilección de los propietarios y consumidores, que por lo general eran hijos del país, el interés mezquino se disputaba la preferencia de servir a unos con bajeza y adular a otros con humillación30.

Ese carácter diferenciado desde los puntos de vista étnico y social explica la endogamia de etnia y de grupo a que se refería Bervegal, explica esa política de ayuda mutua, asistencia y protección en unos isleños que se consideran unidos por una misma comunidad de intereses y un mismo origen. Ello contribuye a explicar ese expresivo cariz de enemistad de clase y de etnia siempre presente en la generalidad de los isleños, que se expresó con toda su crudeza en el proceso contra el padre del Precursor de la Independencia, Sebastián de Miranda, que plasmaba en definitiva la oposición de la oligarquía mantuana al ascenso de los isleños de procedencia social baja. Igual aconteció en su abierta oposición frente al tacorontero José de la Guardia, que llegó a ser Auditor de guerra interino, Intendente interino y Teniente de Gobernador de la Provincia de Venezuela. Tan rápida ascensión disgustó al Cabildo de Caracas. Según él, era abogado de literatura muy ordinaria y hombre de crianza y esfera aún más ordinaria, isleño de una de las Canarias por naturaleza e hijo de uno que fue en esta ciudad pulpero. Circunstancias que, puestas en un genio conocidamente altivo, le hacen como éste mucho tiempo advertido, hombre de inclinaciones opuestas al decente esplendor de la Gente Noble y le ha hecho muy odioso o mal recibido en esta ciudad. Por la dignidad de sus cargos tratará de ocupar puesto más distinguido en los actos públicos que el Cabildo y juzgan quizá poder atentar contra la Nobleza cuanto quisiera y lograr desairarla y hacerla ver que él con sólo ser isleño y favorecido del Gobernador, tiene más para la estimación de su calidad aunque tan baja, que la primera Nobleza y las honras con que distingue a ésta la Real Autoridad31.

Lo que realmente iba a oponer a los canarios de clase baja era su contraposición de intereses con la oligarquía caraqueña. Debemos de tener en cuenta que el proyecto político de la oligarquía mantuana consistía en la formación de un gobierno federal, unas elecciones restringidas a los propietarios y la convocatoria de un congreso en Caracas al que acudieron las 7 provincias unidas que aceptaron la creación de la Junta Suprema: Caracas, Cumaná, Barinas, Margarita, Barcelona, Mérida y Trujillo. Este Congreso procedió a la declaración de la independencia el 5 de julio de 1811.

La unanimidad de partida no existía, pues las oligarquías de locales de Guayana, Coro y Maracaibo no aceptaron la junta y se mantuvieron fieles a la Regencia. Tal era la hostilidad que se evidencia en ellas frente el poder omnímodo de los mantuanos. Pero no era sólo un rechazo de parte del territorio de la Capitanía General de Caracas. La política de la Primera República respondía a los intereses de los sectores oligárquicos: consolidación de la gran propiedad agropecuaria, supresión de la trata y continuidad de la esclavitud, libertad de comercio, sufragio censitario, estímulo de la colonización. Las ordenanzas de los Llanos de 1811 mostraron abiertamente su interés en hacerse con los pastos ganaderos y restringir el libre acceso a los mismos por parte de los llaneros. La desafección de los isleños de orilla, además de por componentes emocionales y religiosos, vendría fundamentalmente por latente disgusto por su prepotencia. En el campo y la ciudad, existía la misma enemistad que antaño, el mismo odio larvado por el acaparamiento de tierras y la imposibilidad de acceder a los cargos públicos.


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12. “Colonias”. El Observador caraqueño. Caracas marzo de 1825 núms. 61 y 62. Reproducción facsimilar con estudio preliminar de Pedro Grases. Caracas, 1982.
13. PRADT, D.G. Des colonies et de la revolution actualle de l´Amerique. París, 1817. Tomo I. p.122.
14. HUMBOLDT, A. Viaje a las islas Canarias. Ed., estudio crítico y notas de Manuel Hernández González. Tenerife, 1995, pp. 128 y 201.
15. Reprod. en ÁLVAREZ RIXO, J.A. Op. Cit. p.304.
16. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. La Junta Suprema. Canarias y la emancipación americana. Tenerife, 2004.
17. PAZ SÁNCHEZ, M. PAZ SÁNCHEZ, M. Amados compatriotas. Acerca del impacto de la emancipación americana en Canarias. Prólogo de Manuel Hernández González. Tenerife, 1994. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Op. Cit.
18. O´LEARY, D.F. Memorias del General O´Leary. Caracas, 1880. Tomo VIII, p.188.
19. A.G.I. Indiferente General. Leg. 3114.
20. Véase al respecto, HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Comercio y emigración canario-americana en el siglo XVIII. Tenerife, 2004.
21. Sobre el clero regular véase, HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. “La emigración del clero regular canario a América”. El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. V Congreso Internacional de Historia de América. Granada, 1994. Tomo II. Sobre la controversia municipal, IBÍDEM. Los canarios en la Venezuela colonial (1670-1810). Tenerife, 1999. p. 198.
22. DEPONS, F. Viaje a la parte oriental de Tierra Firme. Caracas, 1930.
23. A.G.I., Santo Domingo, Leg.995.
24. CAJIGAL, J.M. Memorias. Caracas, 1960. p.98.
25. HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. La emigración canaria a América... p.340.
26. HEREDIA, J.F. Memorias. Caracas, 1986. p.61.
27. Véase al respecto HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Comercio y emigración a América en siglo XVIII. Tenerife, 2004.
28. RODULFO CORTES, S. El régimen de "gracias al sacar" en Venezuela durante el período hispánico. Tomo I. p.83.
29. PICON SALAS, M. Miranda. Buenos Aires, 1946. p.16.
30. URQUINANONA Y PARDO, P. Memorias. p.198.
31. SUAREZ, S.G. Las fuerzas armadas venezolanas en la colonia. Caracas, 1979. pp.144-145.



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