El 11 de mayo de 1946 contrajo matrimonio con Doña Carmen Umpiérrez Gutiérrez, de cuyo matrimonio nacieron cuatro hijos. |
Estas páginas están dedicadas a don Ángel Olivera Mesa, nacido en el barrio de La Cuesta (La Laguna), un lunes día 8 de noviembre de 1915, en una casita que sus padres, don Juan Olivera Mesa y doña Valentina Jorge Acosta, habían alquilado y que mantuvieron hasta su traslado a otra vivienda situada en la calle Francisco Javier, número 38, del barrio de El Toscal en Santa Cruz, la que fue su vivienda definitiva desde el día de la firma del contrato, el 15 de junio de 1937, hasta la actualidad. En ella vivió don Ángel con su esposa e hijos y, en la actualidad, continúa siendo la residencia de sus descendientes.
Entre las condiciones del «Contrato de Inquilinidad», como se denominaba, están las que citaremos a continuación, ya que creemos hablan por sí solas de la situación que se vivía en esa época:
4ª. El alquiler es de cuarenta y cinco pesetas mensuales pagadas por anticipado.
7ª. Esta casa por no tener sitio dos habitaciones se le alquila al Sr. 0livera Mesa por estar constituida su familia por el matrimonio y un hijo de catorce años, aunque tiene una niña de corta edad, ésta la tiene recogida una familia por lo que lo hago constar para evitar la responsabilidad que por mi parte pudiera haber.
Don Juan Olivera fue empleado de la Unión Eléctrica e Industrial de Tenerife S.A. hasta que un accidente laboral lo incapacitó, motivo por el cual su hijo, don Ángel Olivera, quien contaba con 16 años de edad, entró a trabajar en la mencionada central eléctrica, en plena crisis bélica.
La dureza de la situación política y social del momento, máxime para don Ángel, afiliado en la CNT (Central Nacional de Trabajadores), un sindicato anarquista, hizo que quisiera viajar a Venezuela, de forma clandestina, con otros compañeros. Su hazaña fue cortada de inmediato por la Guardia Civil y fueron conducidos al Palacio de Justicia donde, puestos en fila, recibieron una brutal paliza, procedimiento habitual del momento. Posteriormente fueron conducidos, durante algún tiempo, a la Prisión Militar de Fyffes, en Santa Cruz, en la que su madre, doña Valentina Jorge, tenía la oportunidad de visitarle y comprobar que no había sido fusilado como muchos de sus compañeros. Desde esa prisión fue trasladado a «los barcos», como se conocía popularmente a las gabarras del muelle, estructuras de madera construidas para el transporte de piedras destinadas a la construcción del mismo que, con posterioridad, fueron utilizadas para transportar otros materiales como carbón... y, más tarde, sirvieron para alojar a presos.
Los recuerdos que don Ángel tenía de las gabarras eran de frío y hambre. La humedad de esas paredes de madera, hinchadas por el agua, era perenne, estaban sumergidas en el mar; su alimento consistía en algún pescado, casi crudo, debido a que apenas tenían para hacer fuego.
Por último, fue trasladado a Gando, en Gran Canaria, donde les hacían “formar” en las arenas que en los días de viento «penetraban como alfileres por todo el cuerpo, sobre todo en los ojos”.
En condición de prisionero permaneció durante cuatro años y, posteriormente, se vio obligado a entrar en el ejército durante tres años más, una vez finalizada la Guerra Civil.
Como había sido preso político, se le negaba el derecho al trabajo, y por ello no lo contrataban en ninguna empresa, lo que motivó que tuviera que contar sólo consigo mismo para subsistir. Empezó montando un pequeño taller de bicicletas (reparación y alquiler) y, posteriormente, estuvo dedicado a la carpintería.
En sus comienzos aprendió la técnica de la construcción de puertas y ventanas, para pasar a trabajos más elaborados de ebanistería, hasta llegar a trabajar en la empresa de «Construcciones Piqué» en la refinería de Santa Cruz.
Sus habilidades artesanales le proporcionaron el empleo en el que finalmente se jubiló como «carpintero de rivera» en el varadero del muelle de Santa Cruz, el mismo muelle que años atrás había sido su prisión.
A sus 90 años don Ángel Olivera encontró su verdadera libertad, el día 31 de enero del presente año (2006) cuando partió, con su barquita, por el «Caminito del Sol de los Muertos», cargada del cariño de su familia y de todas aquellas personas que tuvimos la oportunidad de conocerle.
Este artículo ha sido previamente publicado en el número 40 de la revista El Baleo, editada por la Sociedad Cooperativa del Campo La Candelaria.