Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

En torno al fenómeno de la canariedad

Sábado, 28 de junio de 2008
Víctor Morales Lezcano
Publicado en el n.º 215

Retomamos el pensamiento de autores de mediados de los años 70, tiempos en los que se reflexionaba ampliamente sobre aspectos fundamentales de la identidad de los pueblos. Víctor Morales Lezcano nos hace su propuesta a través de la siguiente reflexión.

Foto Noticia En torno al fenómeno de la canariedad

Tocando determinados aspectos de un tema abordado en esta misma sección por el escritor y ensayista Juan Rodríguez Doreste en una serie de tres artículos, el último de los cuales aparece junto a esta página, Víctor Morales Lezcano –Profesor de la Universidad Autónoma de Madrid- ofrece una sugerente aportación a las meditaciones sobre la insularidad y la canariedad. Cuando el profesor Morales Lezcano escribió el siguiente ensayo sólo conocía el primero de los debidos a la pluma de nuestro igualmente distinguido colaborador (Aguayro, nº 46). Quedan ambas contribuciones, independientes como se observará la una de la otra, pero concordantes en una misma inquietud, como enriquecedoras muestras de un tema que siempre nos preocupa a los nacidos en estas islas.

Cuando un amigo le invita a uno a redactar unas líneas, equis cientos de palabras articuladas por un tema de hipotético interés, se presenta una preciosa ocasión para ejercitar las ideas que sobre ese tema se tienen y poder así introducir algo de orden y trabazón en el fácil verbalismo de cada día.

Esa ocasión me ha llegado y a Alfredo Herrera debo apuntar como "agent provacateur". El tema, el fenómeno de la canariedad, constituye un problema de naturaleza cultural amplia que espero no sea imaginario, aunque yo albergue mis sobradas reservas sobre ciertos planteamientos que ha inspirado y sigue inspirando.

En estas líneas no hay sino revisionismo, si se me acepta el término en su más prístina acepción. Revisión, por tanto, de varios planteamientos que intentan aclarar el fenómeno de la canariedad. No me reservo el derecho al debate y a las sugestiones que a mi buen entender, hacen al caso. Habrá que desempolvar ideas y lanzarse a su estructuración provisional por aquello de que hay que reconsiderar lo ya pensado bajo nuevas luces. Antes que nada tengo que volver sobre lo ya dicho por otros: es premisa inexcusable en este caso.

En un pasaje de mi estudio sobre "Fernando León y Castillo y la Política Exterior de España" -estudio cuya publicación se ha aplazado inquietantemente-, me refiero yo a la "ambigüedad" como rasgo determinante del fenómeno insular. Utilizo el término ambigüedad como resultante genérica que conceden a Canarias su situación geofísica, su personalidad cultural y su desarrollo material.

Me explicaré: todos somos conscientes de nuestra latitud 28°, de nuestro oceánico emplazamiento, de nuestra proximidad al continente africano; pero no menos consciente somos de que sobre la primitiva sociedad hispano-aborigen construida en el archipiélago se ha desplegado, a lo largo y ancho de cinco siglos, una peculiar formación cultural, cuyos reflejos lingüísticos, institucionales, folklóricos y de otra naturaleza, evidencian el parentesco directo con el ámbito de influencia ibérica.

En cuanto al desarrollo material de las Islas, ciertamente un elocuente ejemplo de la entereza y constancia popular, no podemos menos que rendirnos ante la avasalladora y vitalizadora presencia (que así me parece a mí, hasta que se demuestre lo contrario) de los intereses peninsulares y extranjeros, que han echado raíces duraderas en el suelo de la economía canaria. Es este fenómeno de ayer y de hoy y que yo he estudiado con algún pormenor en ciertos artículos aparecidos en revistas especializadas, por lo que no voy a insistir en lo que, de otra parte, es objeto de creciente divulgación. Es así como creo legítimo hablar de ambigüedad en el caso cultural isleño. Los tres factores determinantes -el geográfico, el histórico y el material- abocan a una suerte de laxa y cómoda situación que posee los vicios de sus virtudes. Porque, y a esto prometí en un principio que iría, yo me pregunto si no se ha reparado en la evidencia de esa ambigüedad cultural del Archipiélago leyendo textos que apuntan a paralelos y proponen tipificaciones del fenómeno.

Vaya referirme, a riesgo de cansar, a tres lugares comunes de nuestro culturalismo comparativo, casi siempre encandilado por las analogías a que incitan parecidos de superficie.

No hace mucho, y en estas mismas páginas de AGUAYRO Juan Rodríguez Doreste se ocupaba de casi el mismo tema que me inspira estas reflexiones de hoy. Para respaldar su idea de la peculiaridad isleña recurría Rodríguez Doreste a un paralelo que no estimo yo afortunado: el que establece con las Islas Británicas. Sabe él de mi conocimiento y simpatía por la comunidad británica, pero ello precisamente me lleva a entender que si bien las Canarias y Gran Bretaña tienen en común su condición de islas, esa condición se "produce" con unas variables que alteran el preciso conjunto a tipificar (no es la misma latitud, ni la extensión del territorio, ni el número de la población, en el común tronco étnico y lingüístico, ni las peripecias seculares que han conformado una serie de fenómenos típicos de Gran Bretaña y que, precisamente, no se dan en Canarias por su inclusión en el ámbito de influencia ibérica, tales como La Reforma, la revolución agraria, el despegue industrial autogenerado, etc.)

Yo le preguntaría a Rodríguez Doreste si un paralelo con las Baleares, las Islas griegas o las mismas Antillas no sonaría algo más pertinente que el propuesto por él en su aludida colaboración.

Otro paralelo frecuentemente esgrimido habla de Canarias e Indias. Es decir, la América Latina. Yo exigiría un acto de constricción a quien hiciera uso indiscriminado de los paralelos como instrumento de análisis. Y sobre todo precisión, exigiría precisión, y rigor.

Cierto que los contactos entre Canarias y el Nuevo Mundo colonizado por íberos y lusitanos han sido muy intensos desde las capitulaciones de Santa Fe hasta hace poco y aún se sobreviven. Algunos indicios invitan a pensar que se trata de dos sociedades gemelas y que hoy comparten tareas muy similares. Yo no he visitado esa parte del Nuevo Mundo, pero los datos a mi alcance y los testimonios presenciales que me llegan bastan para acordar un parecido de familia a las sociedades y la cultura latinoamericanas con la canaria, sin que tampoco en esta instancia se me escape que la multiplicación y heterogeneidad de los factores cuantitativos en el Nuevo Mundo y el hecho de su ya larga trayectoria de independencia no hacen homologable las dos realidades a considerar.

Un tercero y último paralelo ha irrumpido en las páginas publicadas por MPAIAC, sigla del Movimiento para la Autodeterminación y la Independencia del Archipiélago Canario. En repetidas ocasiones se maltrata en esas páginas el sentido común. Tanto se maltrata que se llega a proponer frente a toda evidencia, la voluntad, no ya africanista, sino islámica de Canarias.

Por azares docentes me encuentro actualmente en fase de estudio aproximativo al mundo del Moghreb, en general, y al de Marruecos en particular. Trato a marroquíes, me informo sobre el pasado y el presente del país y espero visitarlo tarde o temprano, pero no creo que por próximo que esté el hinterland del contiguo Sultanato del Majzén se puedan en puridad, invocar la Antropología, la Lingüística y la Historia que a veces, para cualquier menester sirven si previamente adulteradas, con vistas a reforzar una analogía que no autorizarían ni Mahoma ni la Santa Sede.

Después de esta revisión de ejemplos, ¿qué se puede deducir sino que las apreciaciones -y ello por hablar tan sólo de tres entre algunas-, sobre el fenómeno de la canariedad reflejan la realidad, es decir, la ambigüedad de un Archipiélago oceánico, de latitud tropical, conquistado y anexado por las tropas de la España Imperial a la Corona de Castilla y abierto al sistemático pillaje y a las "arribadas maliciosas" de piratas y flotas, incluyendo la pesquera del Extremo Oriente en nuestros días? Las tres proponen modelos muy distintos de orientación -Gran Bretaña, América Latina, el Moghreb.

No será que, una vez más, ¿los árboles no dejan ver el bosque? ¿No será que por prurito de diferenciación se busca en modelos distantes lo que, serenamente visto, se halla situado a la vuelta del Cabo Espartel y puede ayudar a comprender la canariedad como una variante atlántica e insular del trasplante hispano en el Archipiélago?

Es de sobra conocida la crisis de identidad nacional que sufre España, sus diferentes países y sus gentes, a partir de 1898. Si el regionalismo y hasta el separatismo, habían hecho súbitas y reiteradas apariciones en períodos anteriores, a partir del "desastre" el descontento de la periferia, a casi todos los niveles (en política constitucional y en asuntos de administración local, en materia fiscal y en aspiraciones vernaculares y de lengua) dará el tono a la vida de la Nación durante tres decenios largos.

El Archipiélago Canario no podía ser excepción. Ya en 1911 escribía Alonso Quesada a Miguel de Unamuno que hacía falta en las islas "un poco de alboroto espiritual". Por esa fecha, la cuestión de la capitalidad, la creación de organismos locales de la administración y la división provincial del Archipiélago, junto con el mantenimiento de las franquicias, absorbían las energías de la región y constituían el horizonte de sus expectaciones. El "alboroto espiritual" a que se refería Alonso Quesada comportaba, sin duda, algo más que la marejada de preocupaciones antes enumeradas. Y sin duda, también, había síntomas y credenciales de una generación de canarios volcados al noble quehacer de dar forma él la sensibilidad artística insular.

El aislamiento y la atomización del Archipiélago entre sí, la lenta y poco densa difusión de las noticias y de los temas de preocupación pública, la permanencia de un modo de producción prioritariamente agrario y secundariamente mercantil y la escasa movilidad social registrada durante todo el siglo XIX (lo que por supuesto habrá que investigar a fondo en qué medida fue así y en sus porqués) caracterizaban al mundo histórico del Archipiélago a la altura del crítico período que atravesaban las tierras peninsulares.

El caso es que, molestándose en conocer desde dentro los avatares de todo tipo que han vivido otros espacios peninsulares -eminentemente el Levante, las Andalucías y la Iberia Atlántica (Galicia y Portugal) durante y después de esa cacareada fecha de 1898, se asombra uno al verificar la comunidad de problemas y la convergencia de las soluciones propuestas. Canarias, con sus rasgos distintivos innegables, determinados por factores de lejanía, latitud y hasta, si se quiere de "way of life", compartió y aún lo hace, el repertorio de situaciones históricas definidoras del pasado relativamente próximo de la España en crisis, en general, y de aquellos otros espacios peninsulares en concreto.

Quiero llegar, por tanto, a una convicción que a mí se me antoja bastante objetivada: la de que Canarias viene compartiendo, sobre todo desde el siglo XIX, y más intensamente desde 1898, una serie de problemas nacionales que, mal que se quiera, hallarán solución si se halla, al compás que la consigan esas otras regiones que integran la España invertebrada.

Lo que ocurre es que, dentro del microcosmos insular, Canarias vive, por si no bastara, su propia invertebración. Pero baste por ahora este capítulo; su desarrollo, siquiera abocetado, llevaría muy largo y, además, hay quienes pueden acometerlo con más solvencia que un historiador intruso.

Quiero también insistir en que el ideal campo de observación de analogías culturales en su más alto sentido, no se encuentra tal como yo veo y considero la cuestión, en Gran Bretaña, en el Moghreb o en la vastedad que disimula la denominación "atlásica" de América Latina. No en esos países o continentes sino, por ejemplo, en un recodo peninsular que recorrí con deleite y asombro hace sólo unos meses.

Se trata del suroeste, con su vertiente en los promontorios solitarios del Algarve portugués y con su base en la mayor aglomeración urbana del sur peninsular, Sevilla. He recorrido, decía, sus pueblos y campos, y sus serranías y costas (desde Isla Cristina hasta las proximidades del mitológico Cabo de sáo Vicente); he pateado sus caminos y me he servido de sus prehistóricos ferrocarriles; he compartido con sus gentes alguna charla improvisada o el silencio de dos en compañía durante un ligero yantar.

¿Necesito subrayar -y dejo ahora la apoyatura histórica para moverme en el ensayismo impresionista: “que es en ese espacio hispano-portugués donde he creído, en repetidas ocasiones, encontrarme en Canarias? Hago de memoria, sumarísimo inventario de fisonomías y hablas, de paisajes muy humanizados, como es el caso de tantos y tantos en Canarias, de hábitats, de estilos de poblamiento … y recupero la noción exacta de un término de referencia que, no por azar, admite por su conformación, por su apariencia, por sus problemas, serias confrontaciones con los de Canarias.

Hasta aquí llega mi acotación al tema elegido. Y acabo añadiendo que ese recodo peninsular, como otros espacios de su periferia y el Archipiélago Balear experimenta, no menos intensamente que Canarias, las transformaciones inherentes a un mundo en cambio.

Que no les es ajeno ni el acortamiento de distancias, ni la vitalización de su riqueza, siquiera sea en régimen de explotación llevada a cabo por la Europa de los Nueve, ni, en suma, todos los retos a que se ve expuesta una sociedad tradicional que se conserva pero que se altera, que se "moderniza", por tanto sin homogeneidad.

(Tema este -otro más, que yo no hice sino arañar, hace algún tiempo, en la REVISTA DE HISTORIA, cuando aún la dirigía el inolvidable profesor y amigo D. Elías Serra Ráfols y que más cumplidamente, y a través de medios de difusión intelectual diferentes llevaron a cabo Óscar Bergasa y Antonio Gonzáles Viéitez, de una parte, y de otra el semanario "Sansofé").

No puedo dudar que también en esos otros espacios peninsulares se piensa "en la descentralización autonómica administrativa" (Carballo Cotanda) y en una regionalización honesta tanto como se piensa y se aboga por ella desde Canarias, particularmente durante esta última década de los ya transcurridos años sesenta.

A nadie se le escapa, ni en la Península ni en Canarias, que esa regionalización -"de veras" requiere una simultánea democratización de las mentalidades y una oportunidad para su actuación de hecho.

A sí lo ve también, desde Occitania, Monsieur Laffont y así nos lo explica, "hic et nunc", Ramón Tamames. En Canarias hay potencialmente, a mi entender, prometedores síntomas de una contemplación justa del fenómeno de la canariedad, tanto desde la perspectiva cultural como desde la que fuerzan la reflexión y la acción. He pretendido salir al paso de un tema repetidamente invocado, casi con poco rigor y envuelto en ideas o bien gratuitas o bien precipitadas en su formulación. Quizá se comente de lo que aquí trato lo mismo que yo reprocho; el caso es que estaba en mi ánimo, desde hacía tiempo, escribir estas líneas y, la ocasión presentada, no podía rehusar a acometer lo que aspira simplemente a provocar "un poco de alboroto espiritual".

Sólo que una obsesiva reiteración de lo ya sabido puede, entre nosotros como entre otros pueblos, llevar a una perversión de la función del análisis, cual es, según me parece a mí, la desmitificación permanente.

Este artículo ha sido previamente publicado en el número 50 de la revista Aguayro, editada por la Caja Insular de Ahorros de Gran Canaria en abril de 1974.

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