Con el tiempo, la estructura social se ha ido modificando; sin embargo, en la mente de los ganaderos prevaleció la costumbre de embellecer a los animales. La labranza y las vacas han estado estrechamente relacionadas; sin ellas no se podía trabajar la tierra, carretear o arrastrar.
Don Telesforo, metódico y tradicional, siempre con su camisa blanca y sombrero gris, el que sólo se quita para ordeñar, en misa, para comer, bañarse, dormir y “cuando va pasando el santo”, constituye un referente del labrador lagunero. Sus hábitos, e incluso su manera de ser, recuerdan a los antiguos guayeros que existían en la isla. Su conocimiento le ha llegado por transmisión oral, de su padre y abuelo paterno; viéndolos, aprendió a hacer arados, yugos, a utilizar remedios para curar las vacas...
Su carácter abierto, dispuesto a enseñar lo que sabe a todo aquel que lo solicite, es una importante fuente de conocimiento de nuestra cultura tradicional.
Es de las pocas personas que aún trabaja sus tierras con las vacas, con ellas asurca la tierra para posteriormente plantar papas, millo, etc. Otras tareas que siempre realiza con las vacas, relacionadas con el cultivo de las papas, son: arrendar, asachar y cogerlas: “las vacas ni las pisan ni las parten, las azadas sí”.
Desde muy niño empezó a faenar con los animales, hasta el día de hoy; sólo ha faltado cuando tuvo que cumplir con su servicio militar en África (Sidi Ifni) durante “dieciséis meses y catorce días”.
La primera vez que fue a la romería de San Benito contaba con nueve años de edad, llevó su propia yunta. Desde entonces—a excepción de su estancia en África—no ha fallado un solo año; ataviado con su vara de membrillero, sombrero y camisa blanca, lleva con orgullo una yunta de vacas limpias y afeitadas, cuernos remangados, de andar acompasado y cabeza alta.
Solo aprendió a construir las ruedas para los carros y las carretas: “se las vi a hacer a Antonio, el hijo de Maestro José Socorro, las dos primeras no me salieron, ya la tercera sí”.
Desde estas líneas, queremos hacerle llegar nuestro reconocimiento a don Telesforo Rodríguez Pérez. Según su sabia y sentada opinión la situación de la Vega lagunera ha ido a peor. El fértil espacio agrícola se ha invadido de construcciones. Y añora, cómo no, el tiempo en el que los guayeros, desde sus chozas movibles, vislumbraban, bajo la luna grande de Aguere, un espacio ancho, armonioso, diseñado para la luz de la razón.
Este artículo ha sido previamente publicado en el número 5 del Boletín Informativo El Baleo, en Junio 2003.