Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

La Chistera de Manolo Vieira.

Domingo, 28 de Diciembre de 2008
Alfredo Ayala
Publicado en el número 241

Manolo Vieira, al que voy a descubrir ahora, es único, irrepetible. Retratista de toda una época, es capaz de resumir con una mirada, con un gesto, nuestra especial manera de ser. Conozco a Manolo Vieira desde hace muchos años. Lo he visto crecer y madurar. Para mí, cada una de sus actuaciones es como una bocanada de aire fresco con aromas de ayer, de hoy y de siempre. Hacía un año que no veía su actuación y me contentaba con matar el gusanillo disfrutándolo en sus videos o esperando pacientemente su aparición anual en Televisión Canaria. En noviembre, ¡por fin!, tuve la grata fortuna de asistir a su última actuación en el Teatro Pérez Galdós y disfrutar del doctorado del genial humorista.


Numeroso fue el público que, desde temprana hora, estaba allí, ansioso, esperando para acomodarse en sus asientos. La expectación crecía por momentos. Manolo la despierta. A la hora señalada, el Pérez Galdós estaba a reventar. No cabía un alma. Flotaba en el ambiente cierto cosquilleo de emoción. Manolo Vieira es honrado en el escenario. Es como la parra: da lo que tiene y lo adorna con el magisterio que sólo atesoran los elegidos…

Manolo, en su actuación, ofreció un repertorio viejo y nuevo a la vez salpicándolo de sutil ironía, de humor socarrón, de vivencias, de observación, de profundo estudio sobre cada uno de los personajes que se saca de su “chistera”. Son personajes reales. Gente de la tierra que cobran vida como Carmelito, o nos vemos retratados en las excursiones al sur -con ensaladilla rusa incluida-; estar de compras en el Híper intentando “domar” un carro que camina a su antojo; meternos de lleno en el “trapicheo” del cambullón, hasta vernos reflejados en las obligadas visitas a Seguridad Social….

Todos, salimos satisfechos del Teatro. Manolo Vieira, en los casi 90 minutos de espectáculo, brilló con luz propia.

Pero, movido por la inquietud y la curiosidad, volví sobre mis propios pasos. Tenía la necesidad de sentir las mismas sensaciones del artista… Subí al escenario. Reinaba el silencio. Sólo un taburete y un pie de micro quedaban en escena. Miré a mi alrededor intentando buscar en cualquier lugar respuesta a la pregunta que me golpeaba insistentemente en las sienes: ¿cómo, con tan escasos recursos, sólo en el escenario, es capaz de agigantarse hasta dejar empequeñecida la tremenda boca escénica del Teatro Pérez Galdós?

En penumbra y sin respuesta, abandoné el lugar. Vagué por el viejo Guiniguada mientras la brisa mecía los vetustos laureles de indias. Me devoraban las ideas, las reflexiones. Llegué, incluso, a comparar a Manolo Vieira con un torero que se enfrenta al toro escondiendo el hierro de muerte tras el engaño del trapo. Pero Manolo es diferente. Él, agazapado tras el micro, usa la herramienta de la palabra. Juega con ella. Retrata, en sus escasas apariciones escénicas, distintas viñetas isleñas salpicándolas de penas y alegrías; de verdades como puños envueltas en humor. Manolo Viera no necesita palabras gruesas para enamorar al público. Manolo, al menos para mí, se ha convertido en su larga andadura sobre los escenarios en valioso cronista de la vida que, fruto de la observación, levanta el acta notarial de lo que hay.


¡Gracias, Manolo! Nos vemos en Televisión Canaria el 31.



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