Revista n.º 1073 / ISSN 1885-6039

Onésimo y Casiana: una deuda con el campo y la emigración.

Miércoles, 16 de abril de 2008
El Baleo. Boletín Informativo
Publicado en el n.º 205

Don Onésimo Benítez Bacallado y su esposa, Doña Abundia Nicasia Gil Hernández (a la que todos conocen por Casiana), son naturales de La Esperanza (término municipal de El Rosario); cuentan en la actualidad con 72 y 73 años de edad, respectivamente; siguen viviendo en La Esperanza, en el paraje conocido como Lomo Pelado. En esta ocasión hemos hablado con ellos porque, al igual que muchas personas mayores, son protagonistas de nuestra historia; sus vivencias han conectado el pasado con el presente, pasando por los distintos cambios de valores que ha conocido nuestra sociedad.

Casiana y Onésimo, personajes del campo de La Esperanza (Tenerife).

Don Onésimo nos cuenta parte de su vida a partir de todos sus oficios: en La Esperanza trabajé como pinochero, ajuntando y cargando jaces de pinocha, ¡así tenemos la columna! Con esto ganábamos el sustento; también trabajé como carbonero, haciendo carbón en el monte; en las galerías de agua; en los tomateros, cuidando animales, cabras, vacas, ovejas. Cuando cuidaba ovejas en Santa María del Mar me pagaban quince pesetas al mes (...). Después de casado y con un hijo tuvo que emigrar: por las necesidades, primero estuve en Brasil, allí trabajé en la construcción; después fui a Uruguay, trabajaba con las monjas, en un sanatorio de enfermas mentales, fue donde único me dieron el seguro.

Su mujer, doña Casiana, trabajadora incansable, se hacía cargo de matar los animales (conejos, gallinas...), curar los cuajos, hacer el queso... Pero su dedicación principal era “el gangocho”. Esto le venía desde su madre, Cha Celestina; vendía con un barquetón a la cabeza, y cestas en las manos y, además, llevaba a su hijo, cuando era pequeño, con otra cestita en la mano; su recorrido iba desde La Esperanza hasta La Cuesta, La Higuerita..., actividad que siguió realizando cuando su marido estaba embarcado.

Don Onésimo llegó a ir hasta Santa Cruz, al mercado, con un jace de yerba, la vendí y saqué cuatro pesetas; en otras ocasiones no vendía, cambiaba, iba a Valle Guerra, llevaba leña y traía batatas.

Crió vaquitas y becerros, las vacas eran bastas y mestizas, las tenía pa la leche de la casa. Su cariño por los animales lo llevó a criarlos con mucho mimo, nos cuenta al respecto una anécdota que le sucedió con una vaca: vendí la vaca a uno de Tacoronte y me quedó a deber siete mil pesetas. Un día le dije a uno que me acompañara a Tacoronte a ver si cobraba la deuda, fuimos pallá y me pagaron, pero el hombre me dijo que la vaca desde que me olió pegó a urrar y que la vió llorando, ¡vio llorando a la vaca! A esa vaca, cuando yo la ordeñaba, ella lambía a mi mujer.

Onésimo y Casiana, dos personajes del campo de La Esperanza.


También ha sido agricultor, desde siempre y hasta la actualidad, y es precisamente esta faceta la que quisiéramos destacar, ya que se trata de una persona conocedora, como pocas, de las papas del país: plantaba de toda clase de papas nativas, dentro de las papas bonitas, puede diferenciar sus variedades, como: la blanca, negra, colorada, llagada y ojo perdiz. Otras son las terrentas, también le decían de siete cueros porque era una papa fuerte, además están las papas de María o de riñón; las coloradas de la vaga de la caña, azucenas que hay de dos clases, negra o blanca. A las papas negras o ramudas también las llaman de yema de huevo; papas manteceras; borrallas, pelucas, de esas dicen que las pueden comer los diabéticos porque tienen poco almidón; cha Juliana o papas moras; las rafaelas; papas de liria, éstas son de las primeras de importación; y las colombinas o patusas, de éstas traje la semilla de Venezuela, una vez que fui a ver a mi hermana.

Don Onésimo, muy ingenioso, llegó a plantar papas de la semilla: de las bolitas que salen en las ramas (...), esto tiene que nacer, las eché al sol y cuando se secaron las mezclé con tierra, nacieron como tomatitos y así pequé hasta que nacieron de muchos colores; con este procedimiento fue haciendo una selección de semilla con lo que consiguió renovarla y, por tanto, aumentar su productividad llegué a coger treinta por uno; otro de sus experimentos fue plantar los grelos de las papas negras: y salieron; yo pensé, de la nada venimos y a la nada volvemos.


Publicado en El Baleo. Boletín Informativo. Número 10, noviembre 2003.


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