Revista n.º 1068 / ISSN 1885-6039

¿Qué hay para comer? (I)

Lunes, 5 de marzo de 2007
Javier Velasco
Publicado en el n.º 147

La alimentación de los aborígenes canarios ha sido un tema tratado de forma recurrente en cuantas aproximaciones se han venido haciendo a estas sociedades del pasado. Por lo general explicar las conductas alimenticias de los aborígenes pasaba por enumerar listas más o menos pormenorizadas de los productos que formarían parte de su dieta; es como si quisiéramos reconstruir la dieta de la población canaria actual limitándonos a enumerar los productos que podemos encontrar en los estantes de un supermercado.

Foto Noticia ¿Qué hay para comer? (I)

La alimentación de los aborígenes canarios ha sido un tema tratado de forma recurrente en cuantas aproximaciones se han venido haciendo a estas sociedades del pasado. Por lo general explicar las conductas alimenticias de los aborígenes pasaba por enumerar listas más o menos pormenorizadas de los productos que formarían parte de su dieta, frecuentemente sin distinguir siquiera la importancia de cada uno de ellos en el consumo habitual de estas gentes. Las más de las veces dichos listados –casi menús- eran extractados de las fuentes escritas (textos etnohistóricos) siendo mínima, cuando no inexistente, las referencias arqueológicas. Por ello podemos preguntarnos si es suficiente esta información o si realmente se trata de la perspectiva más idónea para abordar un tema de tanta trascendencia. Si se permite la comparación, es como si quisiéramos reconstruir la dieta de la población canaria actual limitándonos a enumerar los productos que podemos encontrar en los estantes de un supermercado. Acertaríamos, sin duda, en los componentes de la alimentación, pero dejaríamos sin dar respuesta a problemas tales como qué se consume habitual y preferentemente, quién consume qué, si hay diferencias en el acceso a según qué productos por razones económicas, sociales o culturales, qué no se consume…

Las investigaciones arqueológicas desarrolladas en los últimos años han permitido disponer de nuevos datos sobre la alimentación de los aborígenes, así como despejar algunas de las dudas que habían sido planteadas desde hace décadas. Nos proponemos por ello hacer un repaso somero de algunas de estas cuestiones que pueden resultar de interés y así diversificar nuestros puntos de vista sobre esta cuestión. Algunas de las aportaciones recientes con mayor calado sobre la alimentación de los aborígenes canarios son el producto de las investigaciones paleocarpológicas (estudio de las semillas y frutos) y zooarqueológicas (estudio de los restos de animales) desarrolladas en el Archipiélago en los últimos años. Veamos entonces algunos de los datos aportadas recientemente por estas disciplinas, pese a caer en el riesgo de reiterar cuestiones ya conocidas por quienes lean estas líneas.

 
 Cráneo de oveja de Guayadeque.
Los restos de fauna hallados en los yacimientos prehispánicos canarios no sólo han puesto de manifiesto, grosso modo, un consumo preferente de cabras y ovejas por parte de estas poblaciones, sino también el hecho de que la explotación de estos animales estuviera preferentemente destinada a la obtención de productos secundarios (lácteos y derivados). Se documenta un patrón de sacrifico de estos animales domésticos que sigue una pauta normalmente recurrente, como así apunta V. Alberto (2004: 6-7): “por los datos con que se cuenta, podemos considerar que el sacrificio de cabras es más elevado que el de ovejas, produciéndose de forma mayoritaria entre las hembras adultas, en estrecha relación con la disminución de su capacidad productiva y reproductora. En segundo lugar, se sacrifican individuos infantiles, con poco tiempo de vida o recién nacidos, entre los que se incluye un alto número de machos, lo que obedece a la regulación de las manadas, constituyendo el excedente desechado en la renovación de los ganados. Y finalmente se detectan animales jóvenes que se crían para satisfacer las necesidades cárnicas de ciertas épocas de los ciclos vitales de las comunidades. A grandes rasgos éste es un modelo de explotación orientado de forma prioritaria a la producción
 
 Marcas de carnicería en hueso de cabra.
láctea frente al aprovisionamiento de carne
”. De lo dicho se desprende, entre otras cuestiones, que los productos animales consumidos por los aborígenes con mayor asiduidad, y aunque con diferencias entre islas, serían la leche y sus derivados (manteca de ganado, etc.). El acceso a la carne de estos animales no sería tan frecuente y regular como pudiéramos pensar, al menos para el conjunto de la población como tendremos la oportunidad de valorar en una próxima entrega dedicada a la alimentación aborigen.

El cochino suele estar presente en los yacimientos arqueológicos en unos porcentajes inferiores a los de cabras y ovejas y, como es lógico, su crianza estaría dirigida fundamentalmente a la obtención de carne. Por ello se observa un patrón carnicero en el que suele predominar la presencia los animales jóvenes que, pese a su corta edad, ya han alcanzado prácticamente su peso óptimo para la matanza. Se observan diferencias en las pautas de aprovechamiento de unos animales y otros, lo que, desde luego, se traducirían en diferencias en la participación de los productos obtenidos en la dieta habitual de los aborígenes canarios.

 
 Lagarto de Gran Canaria (Gallotia stehlini).
Los estudios zooarqueológicos también han puesto de manifiesto el consumo, probablemente esporádico, de otros animales, si bien esta vez obtenidos a partir de estrategias de caza. Así, en Gran Canaria se constata en diversos yacimientos insulares el consumo del conocido como “lagarto canarión” (Gallotia stehlini), el cual, y según apuntan algunos estudios, podría alcanzar el metro de longitud, convirtiéndose en una fuente de carne nada despreciable. En Tenerife se han registrado igualmente restos de lacértidos entre los desperdicios culinarios de distintos espacios domésticos prehispánicos, si bien la especie consumida por los habitantes de esta isla fue el Gallotia goliath. Pero no fueron sólo estos los animales capturados para el consumo.

 
 Cráneo de Canariomis bravoi.
Según revelan los datos arqueológicos los guanches también capturaron y consumieron un animal hoy extinto como es la Canariomis bravoi. Se trata de una “rata gigante” que podría haber alcanzado el tamaño de un conejo, y cuyos restos óseos con signos inequívocos de consumo se han recuperado en el yacimiento de las Arenas (Buenavista del Norte). También se ha apuntado, aunque sin datos definitivos, que un animal de aspecto similar al anterior, Canariomis tamaranis, pudo haber sido capturada para su consumo por parte de los antiguos canarios. Para confirmarlo habrá que esperar a nuevos estudios. Más allá de lo curioso que puede ser el consumo de lagartos o el de ratas gigantes, el principal foco de interés de nuestro acercamiento a este tema debe ser el papel de cada uno de estos recursos –y otros a los que no se ha hecho alusión- en la conformación de la cultura alimentaria de los aborígenes.

Así las cosas, pese a que dentro del listado de animales consumidos por la población aborigen podemos incluir especies domésticas y silvestres, el aprovechamiento que se hace de unas y otras no puede ser en absoluto equiparable pues ello nos llevaría a un análisis erróneo de esta realidad histórica. Más aún si tenemos en cuenta, además, que el acceso a los recursos cárnicos no estaría tan generalizado para el conjunto de la población como a veces hemos pensado (o al menos así quisiera valorarse en una próxima entrega de este artículo).

 
 Trigo aborigen.
El estudio de los restos de semillas y frutos que se identifican en los yacimientos arqueológicos también ha significado grandes avances en el conocimiento de los hábitos alimenticios de la población preeuropea de Canarias. Por ejemplo, para la isla de El Hierro no se tenía constancia de la práctica de la agricultura –salvando unas pocas referencias poco clarificadoras- hasta que se identificaron restos de cebada formando parte de las ofrendas en la Necrópolis de La Lajura (La Frontera). Andando el tiempo, nuevos datos no sólo han confirmado el cultivo de esta especie por parte de los bimbapes, sino que lejos de ser algo anecdótico constituyó una actividad que se prolongó a lo largo de los siglos. Una información que ha hecho cambiar la visión que se tenía hasta el momento sobre las actividades económicas prehispánicas de El Hierro y, como no podía ser de otra forma, sobre sus prácticas alimenticias.

También hoy podemos decir que las lentejas f
 
 Lentejas.
ormaban parte de los cultivos de nuestros aborígenes, al menos en La Palma y Gran Canaria. En esta última isla la presencia de esta leguminosa se documenta en varios yacimientos como son el conjunto de La Cueva Pintada y la Plaza de San Antón en Agüimes. Así, las lentejas se suman a las habas (conocidas en Gran canaria y Tenerife) o a los chícharos (La Palma y Tenerife), ampliando en repertorio de especies cultivadas por los aborígenes que conocíamos hasta hace algunos años. La presencia de leguminosas en la dieta, y más aún cuando se combinan con los cereales, está lejos de ser una anécdota pues tiene importantes consecuencias nutricionales ya que la calidad de la alimentación se ve sustancialmente enriquecida.

Los recientes estudios de Jacob Morales han permitido demostrar el cultivo de la higuera, pudiendo hablarse sin temor al equívoco de la práctica de la arboricultura de esta especie por parte de los aborígenes de Gran canaria. Aquella vieja controversia de si la higuera era un frutal introducida por los mallorquines poco antes de la conquista hoy está completamente descartada. Los restos de frutos de la higuera se documentan en diversos yacimientos, fechados varios siglos
 Palmeral en Temisas (Agüimes, Gran Canaria).
 Palmeral en Temisas.
antes de la presencia documentada de europeos en las islas. Este recursos alimenticio debió ser ampliamente consumido por los antiguos canarios, hasta el punto de haberse hallado semillas de higos incluso en las cavidades provocadas por las caries en individuos de Guayadeque, Temisas y Acusa.

Los frutos de la palmera canaria también se han registrado en distintos enclaves prehispánicos de Gran Canaria, como en la Cueva Pintada de Gáldar, el Lomo de los Gatos (Mogán), Majada de Altabaca (Agaete), etc. Con menor abundancia se han registrado en Tenerife (Cueva de la Higuera Cota) y en los Altos del Garajonay de la Gomera. En esta última isla hay que destacar que no se identificó en un ambiente doméstico sino en lo que se ha denominado “ara de sacrificio”, acaso formando parte de los productos que allí fueron ofrendados por los antiguos gomeros.

Sin perjuicio de lo dicho en estas breves pinceladas, y a grandes rasgos, puede decirse que tanto la agricultura como la ganadería constituyeron las actividades económicas prehispánicas que proporcionaron a los aborígenes de las islas la mayor parte de los componentes que conformaban su dieta habitual. Pero a la vista de los expuesto podemos empezar a preguntarnos ahora cuestiones tales como si todos y todas comían lo mismo, si habría diferencias en función de la posición social o el emplazamiento de su lugar de asentamiento. Cabe interrogarnos igualmente si a lo largo del amplio espectro temporal en el que ocuparon estos territorios insulares hubo variaciones en el consumo de ciertos productos y a qué circunstancias pudieron deberse tales cambios.

Pensamos que el planteamiento de estas cuestiones es lo que facilitará que los hábitos alimenticios de la población prehispánica se conviertan en un instrumento adecuado para explicar procesos históricos, que es, en definitiva, de lo que se trata. De no proceder de este modo, este tipo de prácticas no constituirían de por sí un elemento singular que nos permitiera aprender algo sobre los modos y condiciones de vida de los aborígenes. Dicho de otro modo, la leche, la carne de cabra, de oveja o de cerdo, los cereales o las lentejas han sido productos consumidos en Canarias –y fuera de las islas- más allá del período prehispánico. Saber no solo qué se consumió, sino también quién, cuándo, cómo y en qué cantidades será la llave para acceder a un conocimiento más certero de nuestro pasado.
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