La familia Páez, como la mayor parte de los gracioseros, sufrían grandes privaciones. Entre las vivencias de doña Agustina, se mantiene viva en su mente el día que tuvo que decidir con una de sus hermanas quien de ellas asistía a la actuación de un grupo de titiriteros que actuaban varias noches en Caleta del Sebo. La gran decisión venía dada por la existencia de una sola braga que tenía que compartir con su hermana. El primer día el azar favoreció a Agustina, una niña de unos diez años, que disfruto de lo lindo, alimentando la sensibilidad que desborda hasta el día de hoy. Al día siguiente, su desnudez interna no le impidió acudir con su hermana recatada a la actuación de los artistas, sus sensaciones estaban por encima del pudor de una adolescente.
Agustina Páez Guadalupe y Juan Ernesto Páez Betancort, su marido.
Soltera ella, Agustina hacía el risco, comprándole a una vecina, uno de esos días, 22 kilos de viejas jareadas que dentro de un saco llevaba en su cabeza. En una barquilla sus familiares, bogando con los remos, la alcanzaban a los pies del Risco; desde ahí, cuesta arriba, cargada hasta los lomos, se dirigían a los pagos y al pueblo de Haría.
El día no se presentó nada bueno, ni una vieja jareada (pescado seco) pudo vender. Al no vender no pudo comprar nada para su maltrecha economía familiar. Ante su desesperación un vecino de un pago de Lanzarote se ofreció a llevarle el saco para vendérselo en Arrecife, la capital, aceptando el ofrecimiento.
Regresó al Risco, haciendo bandera con el pañuelo que llevaba puesto en la cabeza, era la forma tradicional de avisar a sus familiares, junto con una fogatas que hacían en unos lugares preseñalados, diferenciando cada familia la presencia de los suyos por el color del pañuelo bandera y por el lugar de la hoguera.
Según lo pactado, al llegar el jueves fue al encuentro del camión que venía de Arrecife. Desde la distancia diferenció su saco, teniendo malos presagios que fueron confirmados inmediatamente. La crueldad de la situación la agobiaba, no sabía cómo decirle a su vecina que no había vendido nada y no podía pagarle; a los suyos no le llevaba nada, ni papas, ni gofio, nada. Al llegar a Caleta del Sebo le entregó el saco a su vecina, por su honestidad solicitó que pesaran las viejas, viéndose sorprendida al haber ganado un kilo, pesando el saco 23 kilos. La humedad que había adquirido la mercancía fue tratada, curando cada pieza para mejorar su conservación.
La juventud graciosera, los nietos de Agustina deben aprender de ella, valorando toda la riqueza que hoy disfrutan, teniendo un nivel de vida muy elevado, contando la mayoría con las nuevas tecnologías: Internet, ordenador portátil, la play, … El saco de viejas es parte de la historia de la isla, tiene que estar en el museo etnográfico de la misma. Las vivencias de Agustina Fernanda Páez deben formar parte de la memoria histórica de la Ínsula Graciosa.
La Graciosa de hoy
El descontrol urbanístico, la falta de alcantarillado, de una depuradora de aguas residuales, del desarrollo de una agricultura de autoconsumo que aproveche las aguas depuradas, de una política severa sobre los residuos sólidos, deben ser las prioridades a corregir. La isla debe ser tratada como la octava isla, con las infraestructuras sanitarias que ello conlleva.
Mucho ha cambiado en la isla. Las necesidades que padecieron las familias que se asentaron en ella, en las últimas décadas del siglo XIX, contrasta con la riqueza que se percibe a simple vista en la actualidad.
El desarrollo de un ecoturismo sostenible basado en la belleza de la Reserva Marina y parque natural del Archipiélago Chinijo, unido a la creación de un centro de talasoterapia para el disfrute de los visitantes y residentes, desarrollando el turismo de salud, con un centro de rehabilitación para los mayores y accidentados, que en ningún momento altere el paisaje, son elemento esencial en el desarrollo de la isla Graciosa.
Por último, la defensa del patrimonio etnográfico, con la magnifica labor que desarrolla el centro escolar Ignacio Aldecoa, debe contar con el apoyo de todas las instituciones públicas.
Este artículo fue desarrollado durante el I Encuentro del colegio Ignacio Aldecoa de La Graciosa y el CEO Tunte.