Revista n.º 1061 / ISSN 1885-6039

De espaldas a la naturaleza… y así se nos quema.

Jueves, 16 de agosto de 2007
Julio César Bolaños Ramos
Publicado en el n.º 170

El incendio acontecido en Gran Canaria durante los últimos días de julio de 2.007 ha sido el más grave de la isla en muchos años. La superficie quemada y los daños económicos y ambientales han sido enormes. Iniciado en el mayor bosque de la isla, formado por los pinares de Pajonales, Ojeda e Inagua, que cubren unas 3.500 Ha, alcanzó también el pinar de Tirajana o Pilancones, que abarca unas 2.500. Dicho de otra forma; de los tres pinares naturales de Gran Canaria (el tercero sería Tamadaba), se han quemado dos.

Foto Noticia De espaldas a la naturaleza… y así se nos quema.


Reserva Natural de Inagua, antes del incendio.

El impacto en el bosque es brutal. Aunque el pino canario vuelve a brotar tras los incendios, esto sólo ocurre con los árboles adultos y sanos; los ejemplares jóvenes, los muy viejos y los enfermos no sobreviven. Así, se han perdido los pinos jóvenes que estaban regenerando el bosque, pero también
 
Pinzón azul de Gran Canaria.
muchos ejemplares centenarios. También han desaparecido retamas, escobones, jaras y demás especies arbustivas que forman el sotobosque y, entre las que se encuentran varios endemismos. La avifauna, encabezada por el pinzón azul de Gran Canaria, especie exclusiva de la isla cuyos últimos 200 ejemplares vivían en el pinar de Inagua, además de perder sus nidadas por las llamas y el humo, se ha quedado sin esa vegetación, cuyas flores, semillas, frutos e insectos, les servían de alimento. Se han quemado además pastos, monte bajo, almendros, palmeras y cardones, con numerosos ejemplares también centenarios de todos ellos. Toda esta vegetación y su fauna asociada tardarán mucho tiempo en recuperarse.

A todo ello hay que unir fincas agrícolas plantadas de hortalizas, papas y árboles frutales, junto con animales domésticos, viviendas, alpendres, corrales y demás construcciones, maquinaria y utensilios propios del medio rural, que han dejado a sus propietarios hundidos económica y moralmente. Para empeorar la situación, la mayoría de ellos son personas mayores que no tienen edad, ni quizá fuerza para volver a empezar.

El autor del incendio, Juan Antonio Navarro Armas, vigilante forestal con contrato temporal, es sin duda el primer gran culpable de esta tragedia y sobre él debe caer todo el peso de la ley.

Sin embargo, no debemos olvidar que la cuestión no es tan simple como que alguien provoque un fuego y este haya calcinado media isla, ayudado por unas condiciones meteorológicas muy favorables para el avance del mismo (excesivo calor, mínima humedad y especialmente viento, mucho viento), por una orografía complicada que dificulta las labores de extinción además de favorecer el avance de las llamas (piñas que caen ardiendo por las pendientes y generan nuevos focos) y quizá en parte también, por cierta descoordinación de las administraciones competentes para sofocarlo, que deberían contar algo más con la ayuda, siempre en segunda línea respecto del fuego, de los vecinos de la zona afectada, que saben dónde hay un camino o una toma de agua. La realidad es más compleja.

Este gran incendio, al igual que el ocurrido en Tenerife, comenzó a fraguarse con el cambio del modelo económico insular. Gran Canaria había basado su economía en la agricultura, provocando así la deforestación casi total de la isla. A partir de los años 60 del siglo pasado, se instauró un nuevo monocultivo: el turismo. De esta forma la gente del campo emigró hacia la costa para trabajar en la construcción o en el sector servicios, asociados ambos al turismo, buscando un empleo menos sacrificado y mejor remunerado. Y mientras tanto, la vegetación creció, es el proceso natural.

Progresivamente se fueron abandonando los campos, lo que implicó la pérdida de actividades asociadas al bosque. El avance tecnológico también influyó en este fenómeno; se sustituyó la brea extraída de los pinos por derivados del petróleo, se dejó de cocinar con leña y carbón vegetal, se cambiaron los arados de madera por tractores, la pinocha dejó de rellenar colchones y de calzar los plátanos en las cajas donde eran exportados al exterior, las cañas desaparecieron como soporte para cultivar los tomates,… en resumen, el plástico, el metal, la goma o el PVC sustituyeron a la madera. Además, la cabaña ganadera también descendió en número y con ello su acción forrajera sobre nuestros montes. Y mientras tanto, la vegetación creció, es el proceso natural.

 
Pinos jóvenes en la Cumbre de Gran Canaria en 1965-1970 (Archivo de Fotografía Histórica de la FEDAC.)

Sin embargo fue en los años 80 cuando se dio el golpe final al campo. Las normativas aprobadas por las administraciones públicas canarias en materia medioambiental y las declaraciones de numerosos Espacios Naturales Protegidos en la isla, han restringido aún más el uso de la vegetación. Es cierto que tenemos una flora única en el mundo muy rica en endemismos, que debe ser conservada, de la misma forma que ha de hacerse con los variados ecosistemas de la isla. Lógicamente, aquellas especies que están en verdadero peligro de extinción han de ser estrictamente protegidas y, existen bastantes en esta situación en Gran Canaria, particularmente asociadas a la laurisilva que ha sido casi aniquilada de la isla. Sin embargo, es cierto también que existen muchas especies abundantes (retamas, escobones, jaras, tabaibas…), tradicionalmente usadas de diferente forma por el hombre del campo y que actualmente, o no se pueden utilizar porque así lo indica el Instrumento de Ordenación del Espacio Natural Protegido respectivo o, en el caso de que se permita su uso, se ha de solicitar la correspondiente autorización administrativa ante el Cabildo. Esto ocurre también con restos vegetales muertos como la pinocha o la leña. ¿Cómo se puede pretender que un campesino de Artenara, Fataga o Mogán se dirija a la capital a pedir un permiso cada vez que necesita coger monte o pinocha y, luego tenga que esperar meses por la respuesta? ¿No deberían concederse estos permisos sobre la marcha en el propio municipio? Y si no es factible esta opción y la competencia administrativa debe seguir en manos del Cabildo, que se le dé una concesión para que durante un número determinado de años utilice el material vegetal que necesite del entorno de su propiedad, exceptuando siempre a la flora en verdadero peligro de extinción. Y mientras tanto, la vegetación siguió creciendo, es el proceso natural.

 
Secando piñas de millo en pinos.

A esto hay que sumar, que además de casi prohibir el uso de las plantas silvestres, tampoco se ha controlado el crecimiento de las mismas por parte de las administraciones. Apenas existen cuadrillas que se dediquen a limpiar carreteras, pistas, senderos, caminos rurales, cunetas, cauces de barrancos, márgenes y lindes de los bosques de pinocha, hojarasca, ramas, cañas y arbustos que se desarrollen en exceso. Apenas hay cortafuegos, y no se desbroza cerca de fincas agrícolas, viviendas aisladas e incluso de los pueblos, de forma que el fuego llega y penetra en las casas. Si ya casi no hay gente ni sus animales domésticos en el campo que realicen estas labores y encima éstas están casi prohibidas, ¿no deben realizarlas las administraciones? Evidentemente sería un contrasentido ecológico retirar toda la pinocha del interior del bosque, ya que cumple una función vital al ser su abono, pero sí limpiarla en carreteras, pistas y caminos, de forma que en un incendio, especialmente sin viento (no ha sido este el caso), éstos sirvan como cortafuegos. Actualmente sin embargo, lo que hay en los campos son agentes de medio ambiente que actúan como auténticos policías más pendientes de multar a un campesino que recoge monte o deja que sus cabras pasten dentro de tal o cual zona. Esto ha provocado el recelo con el que son vistos dichos protectores de la naturaleza por los campesinos. Y mientras tanto, la vegetación siguió creciendo, es el proceso natural.


Incendios en Tenerife y Gran Canaria vistos desde el satélite Aqua.

Es cierto que si las administraciones retirasen el exceso de vegetación y dado que ya no se usa como se hacía antes, hay que buscarle una nueva utilidad. Sirva como ejemplo que la poca pinocha que se retira actualmente se subasta y nadie puja por ella. Habrá por tanto que dar más facilidades a los agricultores para que reutilicen esos vegetales, quizá dándoles esas materias gratuitamente e incluso, si el volumen de material es muy grande, darles otros usos, como en plantas de biocombustible que si generan una mínima cantidad de energía a usar en la isla bienvenida sea, así será obtenida de un recurso renovable y no del petróleo. En cualquier caso solamente es una idea; las administraciones que han generado el problema deben buscar también las soluciones.

Resumiendo; el cambio económico y la gestión medioambiental realizada por las administraciones públicas en Gran Canaria han preparado durante cuarenta años el terreno para que se produzca este gran incendio. Nuestra isla pasó de siglos de deforestación brutal a un proteccionismo excesivo. Se ha saltado de un extremo al otro y es evidente que los dos son malos, pésimos. Ha sido este un ecologismo mal entendido, que no ha tenido en cuenta la natural interacción del hombre con la naturaleza ni los conocimientos de los campesinos que han vivido desde siempre aprovechando los recursos naturales, lo que ha allanado el camino al fuego. Sólo faltaba quien encendiese la mecha. Más pronto o más tarde esto iba a pasar. Y finalmente la vegetación ardió…, es el proceso natural, aunque el incendio fuese provocado.

Todo esto nos lleva a que hay que cambiar la gestión del campo y de los Espacios Naturales que implicaría una modificación total en las normativas, pero sobre todo, grandes inversiones en las áreas de medio ambiente. El despoblamiento del interior de la isla en gran medida se puede paliar preparando y contratando gente que de forma permanente y con sueldos razonables cuide, limpie y proteja el campo, y no actúe como agente multador. Sin embargo, soy realista, no creo que esto se vaya a realizar. Como mucho se gastará unos millones de euros en comprar algún helicóptero o avión más. Se repoblará, el monte se regenerará, la vegetación crecerá y volverá a arder.

Para finalizar planteo una última reflexión: de todas formas, ya no hay gente a la que le guste trabajar en el campo. Es duro y está mal pagado. Además, está lejos. Aunque a todos los grancanarios nos duele ver como se quema la isla, vivimos de espaldas a la naturaleza, en nuestra sociedad ultramoderna, del mando a distancia y el mp3. A los que hemos crecido en los núcleos urbanos lejos del campo, este nos parece muy bonito para ir un domingo de asadero, o los más osados, a realizar una caminata. Sin embargo, nadie pone en su currículo que quiere ir a limpiar pinocha. La naturaleza está bien pero allá lejos, en la cumbre o en los documentales de la 2. Por tanto se necesita un esfuerzo y un cambio social importante, encabezado por las administraciones pero seguido por todos los ciudadanos (sí esos, los que vivimos en la ciudad). Y este esfuerzo debe hacerse aprovechando los conocimientos de esos hombres y mujeres del campo, esos magos que muchas veces son tratados despectivamente por los urbanitas, que los miramos con cierto aire de superioridad, cuando son ellos los que saben cultivar la tierra y conseguir alimento de ella, no como nosotros. Y debe hacerse pronto porque la mayoría de estos magos tienen más de 60 años, y sus conocimientos se irán con ellos. Quizá todos hemos sido un poco Juan Antonio Navarro Armas…
Debes indicar un comentario.
Debes indicar un nombre o nick
La dirección de mail no es valida

Utilizamos cookies, tanto propias como de terceros, para garantizar el buen funcionamiento de nuestra página web.

Al pulsar en "ACEPTAR TODAS" consiente la instalación de estas cookies. Al pulsar "RECHAZAR TODAS" sólo se instalarán las cookies estrictamente necesarias. Para obtener más información puede leer nuestra Política de cookies.