Revista n.º 1064 / ISSN 1885-6039

Ardió Gran Canaria y ojalá llueva en nuestra conciencia.

Jueves, 2 de agosto de 2007
Alicia Llarena, Catedrática de la ULPGC
Publicado en el n.º 168

Tenía que ocurrir una desgracia como ésta, una devastación sin precedentes de nuestra masa forestal, para que todos pudiéramos sentir -pero sentir de verdad, profundamente, con dolor y sensación de pérdida, no con meras palabras ni retóricas vacías- lo que es quedarnos desamparados de verde y naturaleza, de paisaje, de nuestra esencia como pueblo y como tierra.

El triste incendio en Gran Canaria en la zona de Veneguera (Mogán).

Un pirómano loco prendió la cerilla y desató el incendio, pero ha sido sólo un instrumento de la inconsciencia colectiva y, sobre todo, de la inconsciencia política, más preocupada por construcciones megalómanas, proyectos de ciudad, instalaciones hoteleras, campos de golf, centros comerciales y otras lindezas “productivas” para el bienestar económico de la isla, que por el cuidado y la conservación del patrimonio natural. El cemento ha campado a sus anchas por una isla que era bella como pocas, desde Playa del Inglés hasta Mogán apenas queda un risco virgen que nos recuerde cómo éramos y donde no se hayan instalado complejos hoteleros, a menudo feos y desprovistos de personalidad y de respeto hacia el entorno.

Espoleados por la idea de que la fortaleza económica de la isla reside únicamente en el éxito del turismo, ya no quedan tampoco aguacates como aquellos que sabían a almendra, ni ganadería capaz de abastecernos, ni una pesca artesanal que nos aproxime al sabor auténtico del mar. Vivimos en función de “los otros” y nos hemos dado la espalda a nosotros mismos, despreciando, precisamente, aquello que nos hace singulares y distintos. Los turistas vienen y se van sin haber probado, la mayor parte de las veces, otros productos o paisajes de hormigón que no sean los que pueden encontrarse en cualquier otro destino turístico del orbe. Mientras tanto, los recursos destinados al medio ambiente han crecido en inversa proporción, es decir, han sido ridículos y no pocas veces hasta objeto de sorna o de desprecio cuando grupos ecologistas, organizaciones no gubernamentales o simples gentes de bien solicitan con insistencia su ampliación. “Las tabaibas no nos dan de comer”, he oído decir a alguien. Lo cierto es que, sin ellas, tampoco seríamos los mismos.

Árboles de más de doscientos años han caído estos días abatidos por el fuego, árboles que incluso tenían sus nombres propios para los lugareños. La vida los ha sacrificado en unos segundos y se los ha llevado ante nuestra mirada impotente y tristísima. Después de este desastre, en Gran Canaria, la isla más martirizada del archipiélago en aras de un progreso económico totalmente irracional y ciego, casi lo hemos perdido todo. Ojalá que, de ahora en adelante, llueva en nuestra conciencia y que, como dicen un sabio proverbio, “si pierdes, no pierdas la lección”.

Fuego y luna llena en la Degollada de Tasarte (La Aldea).
Incendio en Linagua desde La Aldea de San Nicolás. Foto: Marcial González. Artevirgo.


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