Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

Cultura insular y extrainsular (III).

Miércoles, 05 de Septiembre de 2007
Juan Rodríguez Doreste
Publicado en el número 173

Aunque las Islas Canarias constituyan en cierto modo, como todo archipiélago alejado de las costas, un microcosmos, es evidente que en su ámbito han brotado frutos, tan específicos como interesantes, que no son sólo los que pueden clasificarse botánicamente. La flora endémica fue, en efecto, estudiada inicialmente por el nunca bien loado don José Viera y Clavijo; después por los admirables Webb y Berthelot, posteriormente por un reducido número de sabios especialistas a cuya cabeza habremos de colocar siempre al malogrado e inolvidable profesor Sventenius.


Los personajes históricos, o que han elaborado la historia aparente, han sido cuidadosa y expertamente conocidos gracias a una meritoria legión de cronistas e historiadores, desde Boutier y Le Verrier, acompañantes de Juan de Bethencourt y Gadifer, hasta ahora mismo, Marcos Guimerá Peraza, el mejor conocedor de nuestro siglo XIX, y uno de los más doctos especialistas del mismo siglo a escala nacional. Los escritores de origen canario, y su obra valiosísima, han sido recensados hasta fines del XVIII por Agustín Millares Carlo, que en estos meses, con la colaboración de Manuel Hernández Suárez, Antonio Vizcaya y Agustín Millares Sall, va a convertir en cuatro volúmenes lo que solo fuera uno, aunque bien nutrido, al aparecer la primera edición de la bibliografía. Sobre nuestros artistas, en cambio, apenas se han publicado algunas aisladas monografías, se echa de menos la obra que reseñe la nada desdeñable aportación de los canarios a las artes plásticas nacionales. Yo mismo abordé, hace unos años, con más voluntad que acierto, un aspecto de esa historia: la de las revistas de arte aparecidas en nuestro archipiélago. Hoy ya, por fortuna, en los distintos cuadrantes de la rosa de nuestros vientos espirituales se va completando el conocimiento sistemático y gracias al feliz advenimiento de generaciones jóvenes preparadas para la hermosa tarea por sus trabajos universitarios.

Mas todo ese cúmulo de estudios ya efectuados o de poteciales investigaciones, al no alcanzar suficiente eco transmarino, siguen subrayando el hecho de esa clara división, diríamos la dicotomía bien visible de nuestra cultura: la porción de los estudiosos o artistas canarios que consagran su labor creadora y su saber divulgador a los temas de su cercano mundo circundante, con su varia circunstancia, y el otro fragmento de los que, sobre las propias islas o saltando sobre ellas, otean y comentan los hechos de mares afueras, hacia arriba o hacia abajo según adonde miremos. El primer grupo cuenta hoy sin duda con una caja de resonancia ampliada al ritmo de nuestro crecimiento demográfico y cultural, pero los linderos frontales, marineros, que cortan y limitan la difusión de sus ondas siguen siendo los mismos que en los tiempos en que Antonio de Viana, Bartolomé Cairasco y Viera y Clavijo levantaron, sobre temas diferentes, pero con genuinos vigor y originalidad, sus obras respectivas.

Las islas apenas se han integrado, y continuarán sin integrarse completamente, en estos aspectos de la creación intelectual al mundo cultural peninsular. Siguen sufriendo, al cabo de los siglos, la radical frustración de no haber podido crear, por obvias razones históricas, una cultura autónoma propiamente dicha y de no haber podido tampoco incorporarse, con plena audiencia, conocimiento y consenso, a los más anchurosos cauces nacionales en que su destino de españolas las insertara desde los comienzos de la edad moderna.

Estas aseveraciones pueden parecer exageradas, de parcial objetividad, quizás hasta dogmáticas, pero sería muy fácil ejemplificarlas en el terreno literario, poético y plástico.

En esta frustración nativa, que es casi un pecado original para el canario valioso que no emigra precozmente, veo yo una suerte de injusto fatalismo ligado a nuestra específica insularidad. Quizás sea vano, infructuoso, fantasmal, que tratemos de discernir los rasgos de este inconcluso fenómeno para luchar contra él. Pero pienso que no merma en nada la gloria de don Quijote que sus adversarios fueran desalmados yangüeses, gigantescos molinos ó piaras de cerdos. Podremos siempre consolarnos, en nuestro talante quijotesto tan de raigal canarismo, como lo hizo el inmortal manchego: “A un caballero andante vencido justo castigo del cielo es que lo coman adivas y le piquen avispas y le hallen puercos”.


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