Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

La emigración a Venezuela en los siglos XVII y XVIII.

Sábado, 10 de noviembre de 2007
Manuel Hernández González
Publicado en el n.º 182

Se pacta con la Corona la Real Cédula de 1678 por la que debían ser trasladadas a tales lugares por los navieros canarios 50 familias por cada mil toneladas de comercio a cambio de no pagar el impuesto de avería. No obstante, el objetivo era la obtención de una compañía privilegiada que nunca llegará. Hasta el Reglamento del comercio canario-americano de 1718, la Corona no asume los costes reales de ese traslado y fundación de nuevos pueblos. Por ello serían generalmente particulares isleños o peninsulares a cambio de privilegios los promotores de tales iniciativas pobladoras, aunque el grueso de los emigrantes a Cuba y Venezuela lo hará por su propia cuenta.

Barco con emigrantes.

A partir de 1670 la emigración presenta un carácter masivo y familiar. Tras un siglo y medio de crecimiento aparecen síntomas de crisis. La falta de salida del vidueño canario, un vino blanco de mesa, tras la emancipación de Portugal en 1640, cuyas colonias constituirían su mercado preferente, arrastra a numerosas familias isleñas, particularmente de Tenerife hacia tierras venezolanas y cubanas. Se habla de sobrepoblación. La elite canaria, acusada de basar su régimen privilegiado de comercio con América en el contrabando de productos europeos, comienza a hablar de llevar a familias canarias a los territorios vacíos del Caribe para evitar la pérdida de tal tráfico mercantil. La ocupación de Jamaica por los ingleses, la del oeste de Santo Domingo por los franceses y la de las Guayanas, lleva a la Corona a plantearse esa alternativa para evitar la ocupación de parte de Venezuela o de las Antillas mayores. Se pacta con la Corona la Real Cédula de 1678 por la que debían ser trasladadas a tales lugares por los navieros canarios 50 familias por cada mil toneladas de comercio a cambio de no pagar el impuesto de avería. No obstante, el objetivo era la obtención de una compañía privilegiada que nunca llegará. Hasta el Reglamento del comercio canario-americano de 1718, la Corona no asume los costes reales de ese traslado y fundación de nuevos pueblos. Por ello serían generalmente particulares isleños o peninsulares a cambio de privilegios los promotores de tales iniciativas pobladoras, aunque el grueso de los emigrantes a Cuba y Venezuela lo hará por su propia cuenta.

La irrupción del cacao como producto de exportación y la pacificación y el control de Los Llanos favorecen la instalación definitiva de familias canarias en la región central de Venezuela. En la Caracas y La Guaira de fines del siglo XVII comienza a establecerse una importante colonia. Se calcula que representan entonces más de un 90% de los casamientos de inmigrantes blancos y un 16% del total, número que es mucho mayor si se tiene en cuenta que la gran mayoría se casaron y tuvieron hijos antes de emigrar. La agricultura de subsistencia y la ganadería les lleva a fundar pueblos en los altos del Valle de Caracas como Los Teques, Macarao, San Antonio de los Altos o La Vega. Frutales como el membrillero o el duraznero y cultivos como el maíz o la yuca los esparcen por doquier. Extienden el culto de La Candelaria en todos los rincones. Pero no sólo contribuyen a la agricultura, constituyen la mayor parte de los pulperos o mercaderes. Su presencia se encuentra desde la cúspide, con gobernadores como Ponte y Hoyo o Bethencourt y Castro, hasta artesanos mulatos y esclavos, de servicio o de plantación. Incluso en las Bellas Artes se puede hablar de una auténtica escuela canaria que pone su sello en la escultura, la pintura o la fundición.

Pueblo enteros de Tenerife como Buenavista, El Sauzal o Vilaflor se vacían. Sus habitantes no sólo se establecen en el Valle de Caracas, sino que establecen en el Yaracuy San Felipe e impulsan una agricultura cacaotera realizada mayoritariamente por hombres libres. En Los Llanos fundan San Carlos Cojedes, punta de lanza para su colonización, que culminará más tarde con la de Calabozo, abriendo el camino a la penetración exterior, evidenciada en la segunda mitad del XVIII. En Aragua se extienden por La Victoria y Maracay. Desde San Sebastián de Los Reyes se proyectan hacia Villa de Cura y San Juan de Los Morros. En Barlovento inician como pequeños cultivadores de cacao la colonización de Curiepe y Panaquire, que completarán en la segunda mitad del XVIII con la del Guapo y Río Chico. Otro tanto cabe decir en el poblamiento de Barquisimeto y Guanare. En Maracaibo milicianos y familias son desplazadas para colonizar su interior. Pero sólo es efectiva cuando un empresario particular emprende con ellas la de Perijá. En Oriente son llevados a Cumaná y Cumanacoa, si bien se quedan allí porque fracasa su colonización interior. Sólo al del Concepción del Pao es exitosa. Otro tanto ocurre con Upata, que abandonan tras ser incendiada por ataques británicos. Hay que aguardar a la segunda mitad del XVIII para poder hablar de una expansión colonizadora más efectiva.

Ese auge, con el tráfico con México y el contrabando como incentivos, choca bien pronto con la Corona, que crea para contrarrestarlo la Compañía Guipuzcoana. Los canarios se sienten golpeados por su control que perjudica esencialmente a los pequeños cultivadores. La rebelión estalla en 1741 en San Felipe Yaracuy, y tiene su expresión más señera en 1749 con la del herreño Juan Francisco de León. Su derrota es la advertencia más seria a los campesinos que ven cerrada su conversión en hacendados. La colonización interior es su única alternativa. Es la época en que predomina la emigración de varones en Los Llanos u Oriente para roturar nuevas tierras como Chaguaramas, Ospino o San Jaime en Los Llanos o Nueva Palencia o la Piragua en el Oriente.

El éxito de la colonización interior lleva de nuevo a fines del siglo XVIII, en vísperas de la independencia, al renacimiento de la emigración familiar. El café es su aliciente. La independencia, consecuencia ineludible del vacío que supuso la invasión napoleónica, fue antes que nada una guerra social en la que canarios de la elite y del pueblo llano se participaron como venezolanos, apoyando cada sector sus puntos de vista, porque fueron vistos como criollos. Si bien al principio todos los espectros sociales la apoyaron, su carácter oligárquico mostró la desafección de las clases bajas que simpatizaron con la contrarrevolución. Los canarios, integrados dentro de los llaneros, ahora al mando de Páez, apoyaron como éstos la causa independentista.


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