Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

Historia ulterior, de Bernardo Víctor Carande. Sugerencias de lectura.

Viernes, 02 de Noviembre de 2007
Antonio Henríquez Jiménez
Publicado en el número 181

Traigo esto ahora a la memoria porque estoy seguro de que Tomás Morales parece haber leído tal pasaje de la obra de Chateaubriand antes de elaborar su poema “Tarde en la selva”.


Yo no sé si el lector se ha encontrado alguna vez con la palabra isabela aplicada a los équidos: “un caballo isabela, una mula isabela”. El término se aplica sobre todo a los équidos híbridos, y significa 'color café y leche'. En las últimas ediciones del Diccionario de la Academia, aparece isabelo, -la, como adjetivo con el significado 'de color de perla o entre blanco y amarillo'.

La lectura de Historia ulterior, de Bernardo Víctor Carande de la Torre, me ha traído el vocablo en la expresión mula de pelo isabelo. La afición de Carande por el campo le viene de lejos, lo mismo que sus trabajos sobre historia, su creación poética, sus columnas en revistas y periódicos, reseñas de la fiesta de toros, escritura de viajes, biografías, memorias, etc., etc., etc. En la sangre llevaba Bernardo Víctor todas las inquietudes; no en vano era hijo del historiador de Carlos V, Ramón Carande Tovar, y de María Rosa de la Torre Millares, perteneciente ésta a una familia de escritores canarios, también escritora ella (a ratos, cuando le dejaba tiempo la copia de los trabajos de su marido).

La Diputación de Valladolid ha publicado este año Historia ulterior, libro póstumo de este hombre polifacético, que falleció a finales de octubre de 2005. En el mes de marzo de este año, Anroart publicaba, aquí en Las Palmas de Gran Canaria, el libro de su madre Recuerdos de niñez y juventud que Bernardo intentó publicar en el Cabildo allá por los 90 del siglo pasado. La Diputación de Huelva y la Fundación El Monte han publicado, también póstumo, el bellísimo Poemas de Setúbal, uno de los ejemplos de su amor por la tierra lusitana.

El libro Historia ulterior, de 206 páginas, es la historia de la reina Juana, más conocida por Juana La Loca, mezclada con la propia historia del escritor. Pero no es sólo esa historia, sino una revisión muy curiosa de toda la historia de España. Se trata de una especie de enciclopedia, pues tanto nos habla de la historia de España y de Portugal, como de sus viajes (de Víctor) por los dos países (y por parte de otros de Europa: Francia, Inglaterra, Países Bajos, Alemania, Italia, Luxemburgo…), siguiendo las huellas de Juana y su familia, y las suyas propias.

Buen observador, el autor nos transmite su amor por el campo y por los animales. Es muy sugestivo el capítulo que trata de las mulas que montaban varios personajes de la época de la malhadada reina doña Juana, sembrando acá y allá palabras casi olvidadas, propias de un gran conocedor de la materia.

Al respecto, traigo al lector la referencia de las altas damas que en sus “dieciséis mulas talaveranas de pelo isabelo” acompañaban a la nombrada princesa Juana. Confieso que es la primera vez que veía el término empleado en castellano.

Esta observación del escritor sevillano-extremeño me ha llevado a recordar un pasaje de Chateaubriand (ya sabemos que en este escritor casi toda su obra es paisaje), que he tenido que revisitar, con mucho gusto, con el ánimo de encontrar posibles lecturas de Tomás Morales; específicamente, lo referente a la tala de árboles y el sentimiento de tristeza y de voluptuosidad melancólica que manifiesta al escribir de estos temas. En concreto, el pasaje de la tala de los árboles de las tierras de una abadía benedictina, allá en Francia. Entonces, el regidor de la tierra de su natal Combourg lo “puso a horcajadas detrás de él, sobre la grupa de su yegua de pelo isabelo”. Chateaubriand pone Isabelle (así, con inicial mayúscula, y en cursiva), y el anotador nos aclara que, aunque en mayúscula, se refiere al color amarillento (café con leche, nos dice la enciclopedia Espasa) del équido isabela.

El estudioso italiano de las literaturas llamadas decadentes, Mario Praz, quiso insertar ese pasaje de las Memorias de ultratumba en su conocidísimo libro La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica, como ejemplo de la voluptuosidad provocada por un paisaje melancólico, al asociarse a su dolor por la tala criminal de los árboles.

Mario Praz se equivoca, y en vez de transcribir la anunciada cita del vizconde antinapoleónico, copia un fragmento de la novela Isabelle de André Gide, que manifiesta los mismos sentimientos ante la tala de los bosques que Francisco René. Isabelle es el nombre de la protagonista de esta novela, Isabelle de Saint Auréol, de la cual el señor Gerardo de Las Casas tiene una carta de amor, y que está “sentada en el tronco de un árbol abatido” cuando éste llega a su castillo de la Quartfourche, próximo a ponerse en venta, mientras se escuchan los cantos trágicos de las hachas que derriban los árboles de la posesión. También manifiesta Gide esa voluptuosidad que provoca un paisaje melancólico: “a lo lejos, el canto trágico de las hachas ocupaba el aire con una solemnidad fúnebre que marcaba secretamente el ritmo de los latidos felices de mi corazón”.

Creo que Gide tuvo en mente el pasaje de Chateaubriand (y otros parecidos) al escribir su Isabelle; y me atrevo a decir que el título de la novela y el nombre de la protagonista unen ambos textos; hasta hay un eclesiástico en los dos relatos, y más cosas. ¿Casualidad, ironía, sarcasmo, homenaje al padre de la modernidad literaria…?

Traigo esto ahora a la memoria porque estoy seguro de que Tomás Morales parece haber leído tal pasaje de la obra de Chateaubriand antes de elaborar su poema “Tarde en la selva”. ¿Y por qué no la obra de Gide? Chateaubriand, al menos, era antes más leído que ahora; incluso el elemento eclesiástico y realista miraba con buenos ojos al autor del Genio del cristianismo, o de un viaje a Jerusalén, aquel político que encabezó la procesión de los Cien mil hijos de San Luis, para impedir que España fuese liberal, y que, a pesar de todo, fue un escritor de tomo y lomo.

En el poema de Morales hay términos semejantes a los que aparecen en Chateaubriand: la tristeza, el dolor, el paisaje, las ramas, el aroma…

 TARDE en la selva. Agreste soledad del paisaje,
decoración del rayo de sol entre el ramaje
............................................................................
DE pronto, en el silencio, un golpe temeroso
atraviesa el recinto de la selva en reposo;
son cobarde, en el viento, persistente y salvaje,
que llena de profundos terrores el boscaje.
¡Es el hacha! Es el golpe de su oficiar violento
que, bruscamente, llega, desolador y cruento,
de la entraña del bosque, donde un tilo sombroso
yergue su soberana magnitud de coloso...


Después de señalar este posible precedente de “Tarde en la selva” de Morales, me gustaría decir algo más de lo que me sugiere este libro de Bernardo Víctor Carande, que no sólo habla de mulas de pelo isabelo. Pero lo dejo a la curiosidad del lector, que de seguro encontrará mil motivos más para adentrarse en la lectura de este apasionante libro.


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