Jueves, 4 de enero de 2007
Néstor Álamo
Publicado en el n.º 138
En la bastante hermética sociedad de Támara -saben que hablo de las décadas primeras de este siglo- quedaban aún ciertas flotaciones inconexas, creo, de los autos sacramentales del viejo pasado o acaso de aquellas lobas (loas) animadas en las noches jubilosas de Navidad o Reyes. Sus expresiones tenían lugar, por obligada tradición, en el templo parroquial; la última en morir, la que alcanzamos, se llamaba a lo conciso la Estrella.