Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

La Saga de los Corujo X: la Guerra Civil desde Lanzarote.

Jueves, 7 de septiembre de 2006
Cirilo Leal Mújica
Publicado en el n.º 121

En esta nueva entrega de La Saga de los Corujo tenemos dos momentos radicalmente opuestos: la Guerra Civil en la vida de los Corujo y noches de cuentos a la luz de la Luna.

Foto Noticia La Saga de los Corujo X: la Guerra Civil desde Lanzarote.



Domingo Corujo Brito, padre del compositor Domingo Corujo, había hecho el servicio militar el año 1927 en la isla de Fuerteventura. En 1936 estalla la guerra española y su quinta es llamada nuevamente a filas. Los primeros que partieron al frente fueron los solteros de esa quinta y los casados, como él, permanecieron movilizados. Su padre, que ya había contraído matrimonio con Manuela Tejera González y tenían dos hijos, Antonio y Rosita, volvió a servir en Fuerteventura. La primera vez, al servicio de la República; la segunda, bajo las órdenes del ejército fascista. Las secuelas de la guerra, la represión silenciosa, pronto comenzaron a manifestarse en un pueblo tranquilo como San Bartolomé donde, como en todas partes, se larvaba la semilla del encono y el enfrentamiento.

Tras sus andanzas por tierras de Andalucía, el padre de Domingo Corujo regresa a su isla natal, Lanzarote. Al poco tiempo se produce el levantamiento militar contra la República y comienza la Guerra Civil. Domingo Corujo Brito es movilizado y destinado a Fuerteventura, donde ya había realizado el servicio militar en 1927. Primero fue soldado de la República y después del fascismo. El 18 de julio de 1936 Corujo Brito era el presidente de la sociedad El Porvenir de San Bartolomé y, acabando la guerra, tuvo un enfrentamiento con los que pretendían convertir el local de los obreros en sede de la Falange argumentando que era un foco subversivo. A Corujo Brito le recomendaron que no tuvieron ningún roce con el jefe de falange del pueblo puesto que era la máxima autoridad. A Corujo Brito se le prohibió cruzar el centro del pueblo.




Mi padre, para ver a mi abuelo, tenía que dar la vuelta por fuera del pueblo. Tenía que evitar que los falangistas o los guardias jurados lo vieran cruzar el centro del pueblo. Había orden de disparar a matar. Así estuvo hasta que terminó la guerra y las cosas se relajaron, especialmente, cuando empezó la Segunda Guerra Mundial y cuando el ejército alemán comenzó a perder fuelle. De esa época recuerdo lo que contaba mi tío Alberto Martín que estuvo prisionero en el campo de concentración de Gando. Cuando entró prisionero Luis Fajardo, alcalde de Las Palmas de Gran Canaria. El alcalde de Las Palmas era natural de Lanzarote. Nada más entrar en el campo le dieron una paliza tremenda y lo dejaron tirado en medio del patio con un canto de piedra viva en el pecho. Cuando se fueron los guardias, le quitaron la piedra de encima. Después de torturarlo querían acabar con él con aquella piedra esquinera.


Don Luis, el secretario.

Mi padre contaba lo que le había sucedido en la Península cuando fueron a la contrata de arroz, sobre todo la impresión que le causó a los empresarios que contrataron al grupo de trabajadores conejeros la escritura del secretario del ayuntamiento de San Bartolomé. Domingo Corujo le rinde el homenaje del recuerdo y el reconocimiento en la distancia del tiempo y el afecto.

Tuve la suerte de conocer en vida a don Luis Cabrera, el secretario del Ayuntamiento de San Bartolomé. Era un artista extraordinario con la letra. Escribía con plumas auténticas, mojando tinta y le salían unos rasgos que eran auténticos dibujos. Una preciosidad. Escribía, como si dibujara, sobre la marcha. Los sevillanos, asombrados, se pasaban las letras de unos a otros y se decían: ¿Cómo es posible? Le preguntaron a mi padre quién había escrito aquellas letras.

–El secretario.
–¿De su pueblo?
–Sí, don Luis Cabrera.

Aquellos sevillanos se sorprendieron doblemente, primero por el aspecto de los canarios y, sobre todo, por la letra artística de un secretario de ayuntamiento.



Escritos a la luz de la luna.

Recuerda Domingo Corujo que su imaginación y su sensibilidad hacia la música y la escritura arrancan, en buena medida, de las historias que oyó contar al viejo indiano Jacinto Hernández y a su hermana Antonia cuando se reunían con los vecinos de San Bartolomé a la luz mágica de la luna. Aquellas veladas nocturnas que tenían lugar al amparo de las paredes de viviendas de la tía Nieves, la de Carmen y la de la Reina, que estaba a la entrada del pueblo de San Bartolomé. Paredes azocadas que protegían del viento y del frío de la noche, escenarios donde se congregaban hombres, mujeres y niños. Especie de mentidero o estancia en que se hablaba de la vida cotidiana, de las andanzas de los indianos o de historias fantásticas que reinaban en el corazón de sus habitantes. En esas veladas a los chicos se les prohibía que se dejaran vencer por el sueño.

– El que se duerma a la luz de la luna, la luna se lo puede llevar.


Era la amenaza que encendía la vigilia de aquellas almas inocentes que se iniciaban al rito de la vida a través de relatos orales.

Me acuerdo de que el viejo Jacinto contaba sus andanzas por Cuba y decía:

– Yo estuve en Cuba veinte añillos y me traje veinte pesillos. ¡Coño!, si hubiera estado cien añillos, me hubiera traído mi capitalito.


Era un viejo con una tremenda chispa de humor. Resulta que un muchacho del pueblo, calladito, de esos colorados, que le daba vergüenza hasta de mirar para la gente, estaba enamorisqueado de una hija de Jacinto. Se sentaban bajo la luz de la luna. Jacinto estaba echando un cuento y alguien que se echó un pedo, más bien un bufo, pero de esos bufos apestosos. Y lo pegaron con el muchacho que estaba enamorisqueado de la hija de Jacinto. Ese chico que no miraba para nadie para no ofender. Jacinto se da cuenta y dice:

–¿Quién, este chico? Él no hace estas cosas. Es un caballero.


Hasta que le llega el olor a Jacinto y se pone de pie y dice:

–¿Quién, éste? Éste lo que no es gente.


Se acabaron los amores. El chico no se casó con la hija de Jacinto. Primero lo levantó para arriba y después lo dejó caer. Y el chico no tuvo que ver con el asunto.

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Imagen antigua extraída del Archivo de Fotografía Histórica de la FEDAC.

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