Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

Visitas al Niño Jesús.

Martes, 31 de octubre de 2006
Domingo Pérez Navarro
Publicado en el n.º 129

El autor nos ofrece parte del resultado de la investigación de rescate que llevó a cabo en la Montaña de Cardones, el pueblo donde nació, desde principios de los años 80. En este caso, nos habla de las visitas al niño Jesús, que se solían realizar a principios de noviembre.

Foto Noticia Visitas al Niño Jesús.



En Montaña Cardones existe constancia de la práctica de visitas al Niño Jesús desde mediados del siglo XIX. Son muchas las personas que aún recuerdan acudir a reuniones, o de oír, por labios de sus padres, cómo se desarrollaban veladas en otros tiempos.

 

Las Visitas al Niño Jesús comenzaban a realizarse a primero de noviembre, justo después de los finados. Terminaba el ciclo de visitas el día dos de febrero, festividad de Candelaria, coincidiendo con el momento en el cual tradicionalmente en Arucas se retiran los Belenes. Tradicionalmente se hacía ese día conmemorando la presentación, que hizo La Virgen María y San José, de Jesús ante los sacerdotes, exigido por Moisés. La Ley obligaba a presentar ante Los Sumos Sacerdotes al hijo primogénito a los cuarenta días de su nacimiento. La Virgen lleva ese día a Jesús ofreciendo de sacrificio un par de tórtolas, como era de costumbre entre su pueblo.

 

Durante ese periodo la imagen el Niño era llevada de casa en casa siguiendo un orden establecido de antaño. En excepcionales ocasiones se variaba ese turno para visitar antes la casa de personas enfermas que así lo solicitaban para pedir por su curación, permaneciendo en dichos hogares más tiempo del habitual.

 

Normalmente la dueña de la vivienda envolvía la efigie con un paño, y lo llevaba a la casa de la siguiente persona. En donde descansaría varios días hasta que se celebraba la reunión o junta. No siempre, ni en todas las casas se convocaban las parrandas. Eran determinados puntos en los que se reunían para celebrarlo, acogidos a la tradición familiar. Un factor crucial era el espacio del que se podía disponer para congregar a las personas que acudían, ya que no en todos los hogares había una habitación suficientemente grande para ello. Si bien muchas eran las familias que acostumbraban a acogerlo todos los años, otros lo hacían algún año por cumplir una promesa al Niño o por problemas de salud, en el seno familiar.

 

Al llegar a una casa su dueña lo colocaba sobre una cómoda o una consola. Instalando el mueble elegido en el lugar más céntrico de la habitación, siempre apoyado en la pared.




 

Era muy común el uso de consolas de pata cangrejo, de mucho aprecio entre los vecinos. A falta de éstas, acudían a un familiar o amigo de confianza para pedirles una para la ocasión. Se tendía sobre el mueble un paño para cubrirlo y colocan sobre él la Imagen del Niño. Estos paños de mesa eran de ricos encajes de bolillos, caminos de mesa con bordados en realce, tapetes de damascos con flecos o puntillas, mantelitos de hilo o lino finamente calados, cubremesas de ganchillo, etc. Éstos eran de gran valor por su riquísima hechura al ser cocidos, bordados o calados a mano por la señora de la casa o por haberlos heredado de algún familiar con facultades artesanales.

 

A ambos lados del mantel se colocaban palmatorias y candelabros para velas que se encendían todos los días, siendo especial su iluminación el día de la Visita. También se instalaban hermosos candiles de aceite o petróleo para iluminar la sala. Era común prender lámparas de aceite en rogativa o plegaria por el sufragio de las almas de los difuntos de la familia.

 

Se engalanaba con espléndidos jarrones de cristal, cuajados de flores naturales, a ambos lados de la imagen. Al ser época invernal, eran muy apreciados los nardos por su fragancia y belleza. Siempre había algún clavel o un ramo de pajicos que ponerle, o si no, se le pedía a una vecina. Habitualmente se valían de repisas o esquineros para instalar sobre ellos las mejores plantas de adorno que tuvieran. Siendo muy característico el uso los "helechos de a metro", muy apreciados por aquel entonces.

 

El conjunto se remataba, en alguna casa, acomodando en la pared alguna colcha de damasco o brocada, formando con ella un altar.

 

Muchas veces, para engrandecer el altar, la familia que poseía imágenes religiosas de santos o vírgenes las ponía de adorno a su lado. De entre toda esta imaginería resalta el valerse de angelotes que gozaban de gran aprecio entre la población campesina y que en cualquier casa disponían de una pareja. Dichos ángeles, depositados sobre el comodín o las mesas de noche, eran los encargados de velar por el sueño.

 

A los pies del Niño, delante de su silla, se ponía un plato de loza, destinado a recoger la limosna. Los invitados al llegar depositaban un donativo que no se limitaba a unas monedas, había personas que por una promesa cumplida le cedían alhajas. Al finalizar la jornada de La Visita, la dueña de la casa recogía todos los donativos entregados al Niño y los depositaba en una talega de tela que La Imagen lleva colgando, atada a la silla. Cuando las visitas terminaban, el día señalado, la bolsa era entregada a la iglesia para sufragio de las almas de los familiares de las casas visitadas. Este precepto no se cumplía del todo pues el cura distribuía el dinero según las necesidades de la iglesia.




Talega y plato destinados a recoger las limosnas del Niño Jesús
 

Cuando el altar ya estaba formado se procedía a barrer la sala con la ayuda de agua y escoba adecentando la casa para recibir a los invitados. Los taburetes, bancos o sillas se retiraban del centro y se apoyaban en las paredes creando una zona central que servía de pista de baile, conocida como "terrero".

 

A un lado del recinto, cerca de la entrada, se colocaba una mesa para el brindis. Allí se tomarían una copa los invitados masculinos. Se disponía cerca de la puerta para poder agasajar no sólo a los que se encontraban dentro, ya que fuera se sentaban muchos hombres a esperar a que diera comienzo el baile mientras conversaban de los hechos cotidianos del momento.

 

Vino, ron, anís y aguardiente eran las bebidas predilectas por los ocurrentes. Al ser época invernal las lluvias permitían disfrutar de un buen plato de caracoles o de chuchangos, "purgaos con gofito" y acompañados con mojo de "hinojo".

 

Desde los finados no faltaban en la mesa los "chochos" endulzados en sacos a la orilla del mar, en Cebolla o en La Punta. También había quien los ponía amarrados en una acequia cercana a su casa para quitarles el amargor. Chuflas, manices, castañas, almendras o nueces acompañaban los tragos de rigor, no muchos, por la solemnidad y el respeto que a la imagen del Niño Jesús le procesaban.

 

Muchas veces la propietaria de la casa mataba algún pichón para hacer un poco de caldito para matar el frío. Éste se ofrecía a las personas de mayor edad como muestra de respeto y señal de educación.

 

En otro extremo se colocaban las sillas para la parranda, compuesta por personas con especial oído para la música y que acudían a las visitas con sus instrumentos musicales.

 

Como estas reuniones se hacen al caer la noche se instalan en toda la sala velas, faroles, lámparas, carburos, petromaes, en definitiva, lo que en la casa pudiera servir para iluminar la velada. Las personas que acudían, al hacerlo de noche, se servían de "hachones" hechos con "tiyas" de tea que ardían muy bien y duraban largo tiempo. Otros llevaban faroles que además de guiarles por las veredas servirían para ayudar a alumbrar la casa.

 

Con todo listo, la señora se disponía a recibir a los que deseaban visitar al Niño. Los primeros en acudir eran los más mayores, especialmente las mujeres que se apresuraban para ir rezándole alguna oración o plegaria.

 

Al llegar, lo primero que se hacía era presentarse ante el Niño Jesús, presinarse y dejarle la limosna. Luego se irían sentando para acompañar a la imagen rezando el rosario y otras oraciones de costumbre. Mientras hubiera sitio los hombres acompañaban a sus esposas pero al faltar éste los hombres salían a la puerta dejando a las mujeres en el interior. Ellas eran las que cumplían con la parte de la velada más religiosa.

 

Cuando ya había llegado la mayoría de las mujeres se le cantaba al Niño una canción especial. Ésta era cantada por todos los concurrentes aunque se encontrasen en el exterior, y se hacía en el más absoluto de los respetos.



EL NIÑO DE DIOS
El niño de Dios sentado en su silla,
Al centro de flores blancas y amarillas.
Blancas y amarillas azules y verdes,
Que viva, que viva, Manuel de Los Reyes.
Manuel de Los Reyes, es muy fervoroso
Que nos manda agua para regar nosotros.
Y si no lo manda, no lo hace bien,
Que el millo y las papas se van a perder.
Las papas se secan y el millo se muere,
Y todos padecemos, de agua si no llueve.
Abaja el agua por las cantoneras,
Por tener al niño paseando en la tierra.
Mía si fue bueno, mía si me oyó,
Que ha mandado el agua con mucho fervor.
Digámosle todos, todos a una voz,
Gracias, gracias niño, niñito de Dios,
que ha mandado el agua con mucho fervor.



Las mujeres seguían rezando o cantando romances a la espera de los invitados más rezagados. Estos romances se cantaban a coro entre todas, pero si se diera el caso de que era nuevo o desconocido por una mayoría, la persona que lo dominaba empezaba a cantarlo por pareados, a los que la concurrencia debía ir repitiendo para así ir aprendiéndoselo.

 

Si al llegar una persona se paraba en la puerta, haciéndose la remolona para no dejar limosna ni expresar sus respetos al Niño, se le cantaba entre todos los siguientes versos para dejarlo en evidencia y cumpliese con sus deberes:
 

Al que está en la puerta
que entre pá dentro.
Échele una perra
no sea miseriento.
Échele una perra,
y si no un perrillo,
que todo agradece
este pobre Niño.



Nadie se libraba de cumplir, por poco que fuera, había que dejarle unas monedas.

 

En los hogares que se disponía de espacio suficiente se realizaba un baile. La parranda situada en un extremo comenzaba a tocar los sones y los asistentes comenzaban a bailar. Para sacar a bailar, los hombres debían acercarse a la pareja elegida con el sombrero en la mano, y con mucho respeto y educación pedirles una o dos piezas. Los solteros que sacaban a su pretendienta o mujer joven debían solicitar el permiso de su madre o de la carabina que la acompañaba. Ni decir tiene que antaño ninguna moza en edad de merecer acudía a una reunión o parranda sin estar arropada por una señora de más edad. El muchacho debía cumplir mostrando su agradecimiento regalándole golosinas, primero a la madre para que mientras bailara ella tuviera con qué consolar su soledad, y segundo a la joven por permitirle ese honor. Por esta razón los pretendientes llevaban los bolsillos llenos de mandarinas, caramelos, galletas o culucantes. No faltaba el que sabedor de los gustos de "la vieja", le brindaba con una copita de anís o un vasito de licor de naranja.

 

Cuando un joven tenía intenciones serias y no era correspondido, salía enojado comunicándole al resto de los hombres que no sacasen a bailar a la desagradecida, dejándola toda la velada sentada. Antes, estos amoríos eran muy serios y complejos, la juventud se pretendía a la vista de todos y era una verdadera ofensa ser rechazado ante todo el vecindario.

 

Los mozuelos más espabilados se confabulaban con las muchachas para hacerse señas desde un extremo a otro del salón a fin de acercarse con más garantías. Ellas utilizaban estas artimañas para ridiculizar "a un pesado" que no era de su agrado; dándoles señas de conformidad y al solicitar el permiso ante todos, dejarlo afrentado con la negación.

 

Normalmente los primeros en bailar eran los de mayor edad que por tradición bailaban sueltos las folías y las malagueñas, piezas de su especial agrado. Le seguirían en el baile los más jóvenes, con músicas más alegres y movidas.

 

A media velada se hacía un descanso para que los tocadores echasen "un pizco", momento que se aprovechaba para jugar a "prendas". Uno de estos juegos consistía en extender un sobretodo que sujetarían, a su alrededor, de 12 a 16 personas. En el centro se colocaba una camisa de mino, y todos debían soplar con la intención de pasarla contra otro jugador. Estas camisas de mino las llevaban los fumadores pues eran usadas para liar el tabaco y hacer los cigarrillos. Eran hojas internas de las piñas de millo que ponían a secar a la sombra y cortadas en rectángulos eran guardadas en la "cigarrera". Estas pitilleras se hacían de material (badana o cordobán) en forma de alforja pequeña, con un cordón o cinto que la rodeaba para cerrarla. Aquel que por falta de maña era tocado por la hoja era eliminado dejando una prenda en señal. Se dejaban sombreros, pañuelos, joyas, ceñidores, en definitiva, cualquier cosa pequeña de la que poderse desprender. Así se irían eliminando hasta quedar uno, el cual impondría unas penas a los perdedores para poder recuperar la prenda dejada. Estas pruebas eran inocentadas, más o menos burlescas según la malicia del ganador. Les pedía rebuznar en medio de la sala, ir a buscar un plátano, traer tres piedras, dar besos, cacarear e imitar a una gallina, decir un chiste o un poema, contar alguna letanía, etc.

 

Otro de los pasatiempos era "el cura". Se trataba de un juego de cortejo entre la juventud. Un señor mayor hacía el rol de sacerdote y escogía un grupo de seis o siete jovencitas colocándolas sentadas en semicírculo en el centro del salón. En un taburete central las iba llamando de una en una. Sentada la chica, debía sostener sobre su hombro un pañuelo con un nudo gordo en una de sus puntas. Los pretendientes pasaban a sus espaldas rozando el pañuelo hasta que uno de ellos lo cogía en señal de que la chica le gustaba. Entonces el "cura" los llevaba juntos al sitio de la chica y cogía a la siguiente realizando la misma operación con el resto de los muchachos. Cuando todas las mozas eran "casadas" el cura iba preguntándoles por su "marido": ¿Es bueno tu esposo? ¿Se porta bien contigo? La chica respondía, según le agradase o no. La muchacha que estaba conforme con el elegido decía que era buen marido y muy trabajador. El cura pasaba a la siguiente. Cuando no era de su agrado le respondía al cura diciendo que era un ganso, que no cumplía con su deber de esposo, que era sucio y no se lavaba, que tenía una querida, que no se lavaba el culo, que era negro, que estaba raquítico, etc. El caso era mostrar su disconformidad con el casorio. El cura se acercaba con el pañuelo en mano y le propinaba sendos golpes al marido para que se mudara de su sitio incorrecto y se colocara con otro chico. De igual manera el chico despreciado debía correr hasta el lugar libre. De esta manera, el cura iba emparejando cada oveja con su pareja hasta hacerlo con todas. Con este sencillo juego la juventud mostraba sus preferencias ante el matrimonio.

 

Cuando el baile se animaba el Niño Jesús se le cubría con un paño o un sobretodo para que no viese lo que acontecía. En algunas casas incluso se le visita contra la pared. El objetivo de tal postura era que el Niño no viera esos "bailes del demonio".

 

A medianoche, en esos descansos, se procedía a rifar una gallina o un gallo que en ofrenda le llevaban al Niño Jesús. Siempre había un invitado que al no disponer de monedas aportaba un animal para su posterior sorteo. Los que podían aportaban unos céntimos para entrar en el sorteo y este dinero recaudado se le depositaría en la talega que la Imagen llevaba atada a la silla.

 

Terminados estos juegos se continuaba con el baile hasta altas horas de la madrugada. Al día siguiente la dueña se encargaba de recoger al Niño y depositarlo en la casa que le corresponda.



Domingo Pérez Navarro nace en Arucas el 1 de noviembre de 1964. Diplomado en Magisterio, ejerce como maestro de Educación Primaria. Viene desarrollando actividades como monitor de baile canario desde el año 1982 impartiendo clases en agrupaciones, colegios, institutos, así como en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Ha dado conferencias en varios organismos como la Universidad Popular en sus primeros años de creación. Ejerció como profesor-coordinador en el desaparecido I.C.E.F. (Instituto Canario de Etnografía y Folklore), dependiente del Cabildo Insular de Gran Canaria. Publica sendos trabajos en la revista AGUAYRO de la Caja de Canarias desde los años 1987 hasta 1993. Colaboraciones con la revista Turcón en apartado de etnografía. Participaciones especiales en el Programa de Fiestas del Pino. Con motivo de la festividad de Nuestra Señora del Pino organiza varias exposiciones de vestimenta tradicional en Teror y Osorio. Asimismo, es autor del libro que lleva por título el mismo que este artículo, Visitas al Niño Jesús, publicado en 2004.

 

 

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