Según Torrente Ballester (intelectual falangista del bando vencedor), más del ochenta por ciento de los españoles destacados en el pensamiento marchó al exilio, fundamentalmente a México, nación que recibió a veinte mil refugiados de variadas formaciones: poetas, novelistas, ensayistas, músicos, pintores, cineastas, historiadores, profesores (de escuelas, institutos, universidades) o científicos, como el tío-abuelo de la nueva ministra de Educación, la señora Cabrera Calvo-Sotelo.
Y si los intelectuales no fascistas que quedan en España (Aleixandre, Dámaso...) se ven forzados a caminar por los desiertos de la actividad cultural e investigadora en un autoimpuesto exilio interior (recordemos Tiempo de silencio, de Martín-Santos), quienes tuvieron la suerte de llegar a México fueron asimilados con prontitud por aquel país que abrió aulas, laboratorios, editoriales, para que la generación española del destierro pudiera seguir produciendo como había sucedido hasta 1936, simbólico año que define el encumbramiento de un nuevo Siglo de Oro en España.
Por esta razón dijo León Felipe que los poetas españoles se habían llevado también al exilio el salmo, la palabra, porque las fuerzas brutas que permanecieron en el país no los necesitaban, tal era la atrofia mental y la obnubilación de ideas imperantes en el momento: “¡Muera la inteligencia!”, llegaron a gritar.
Y de esa España peregrina, forzada a abandonar en su país cualquier actividad de la cultura, del pensamiento, de la razón, de los laboratorios o de los abrazos fraternales bien supo Blas Cabrera Felipe, licenciado, doctor en Ciencias Físico-Matemáticas, catedrático universitario de Electricidad y Magnetismo, presidente de la Sociedad Española de Física y Química, académico de la Española de la Lengua, de Ciencias de París... y acompañante del universal Einstein (genio científico excepcional) en su visita a Madrid (1923). Quien había marchado a esta ciudad desde Tenerife para estudiar Derecho y seguir, tal vez, la profesión de su padre -notario-, tuvo la suerte de entrar en el círculo científico de Ramón y Cajal y, así, definió su vocación profesional: la física teórica.
El levantamiento rebelde en contra de la II República -surgida por la voluntad popular y así confirmada en febrero de 1936- lo sorprendió en la Universidad de Verano de Santander: tuvo que escapar a Francia para, después, regresar a Madrid. Pero la situación es tan compleja y difícil que decide volver a París, ciudad que, en 1941, también ha de abandonar cuando las tropas nazis están a sus puertas. Marcha a México -segunda patria de otro paisano grancanario, Agustín Millares Carlo- donde muere cuatro años después a causa de la enfermedad de Parkinson. Pero pudo mantenerse aquel cuatrienio como profesor de Física Atómica y de Historia de la Física en la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional mexicana.
Razón tiene, pues, la nueva señora ministra de Educación, doña Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, al definirse mucho más próxima a su tío-abuelo, Blas Cabrera Felipe, que al hermano de su madre, el ex presidente del Gobierno español don Leopoldo Calvo-Sotelo. Algunas concomitancias la identifican con nuestro paisano: en primer lugar, el ejercicio de la docencia universitaria (ella es catedrática de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos, también en Madrid). Además, ambos estiman que el aula es lo fundamental para el desarrollo de un país (“La prioridad de las prioridades del PSOE es la educación”, dijo Zapatero cuando la presentó en el 2004). Y, desde un planteamiento ideológico, los dos profesores se sienten más próximos a idearios políticos y sociales avanzados, innovadores, progresistas.
También los une un hecho aparentemente casual pero muy significativo: la nueva señora ministra es, hoy, presidenta de la Asociación de Amigos de la Residencia de Estudiantes de Madrid, entidad creada en 1910 para complementar la enseñanza universitaria mediante actividades que fomenten el ambiente intelectual. Y a lo largo de su historia (interrumpida después de 1936, aunque actualmente recuperada) acogió aquel centro del saber entre sus paredes e intenciones a residentes como García Lorca, Alberti, Buñuel, Dalí, Salinas, Ochoa... y a ilustres visitantes como Unamuno, Ortega, D´Ors o el mismo profesor Cabrera Felipe.
Soñemos, pues: la enseñanza pública va a recibir el imprescindible pálpito vital que la metamorfoseará en un cuerpo de compromiso social y democrático, de rigor y autoridad en las aulas, de prestigio, hoy convertida en un simple apéndice de otros intereses, más negocio que educación para todos los ciudadanos... Al menos, como al poeta tacorontero, la esperanza me mantiene.
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