Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

Doña Balbina Martín Santana, sonreir para dulcificar la vida.

Sábado, 4 de marzo de 2006
El Baleo
Publicado en el n.º 94

Haciéndole frente a todos los contratiempos y problemas que se le han presentado en la vida, doña Balbina, a sus 68 años, mantiene una sonrisa que muestra su carácter alegre y afectuoso. Manifiesta un cariño especial por los animales y, además, los animales por ella: “siempre me han gustado las vacas y los animales pa mí...”.

Foto Noticia Doña Balbina Martín Santana, sonreir para dulcificar la vida.



Nació en El Portezuelo (Tegueste) en el seno de una familia campesina: ”medianeros de la finca que tenía don Bartolo en El Portezuelo”, con la que aprendió el manejo del ganado y “a sembrar de todo”.



Su infancia y juventud transcurrió en el contexto propio de la primera mitad del pasado siglo, una etapa en la que, esencialmente, se trabajaba con el objetivo de cubrir las necesidades básicas: “poder comer”. En una sociedad en la que la actividad empresarial apenas tenía representación y los escasos puestos de trabajo eran inaccesibles para los pobres; las familias sobrevivían mediante el sistema de medianería, «trabajando a medias para los amos de la tierra».

Aunque existía una clara segregación del trabajo entre hombres y mujeres, estas últimas asumían todo tipo de faenas: en la casa y el campo. Además, hay que añadir las actividades complementarias como podía ser la de comercializar con productos de la tierra, del monte o del mar, recogidos directamente o mediante la «gangocha», forma de obtener dinero a cambio de un considerable esfuerzo.



Cuando se casó con don Ángel Rivero, quien ha compartido su vida hasta la actualidad (igualmente ganadero y amante de los animales: «él tiene las vacas mimosas»), pasó a residir en Camino de Las Gavias, La Laguna, donde nacieron sus cuatro hijas.

Doña Balbina ha sido desde siempre una destacada colaboradora en su entorno familiar, haciéndose cargo de múltiples faenas.

Dominaba el arte de trabajar con las vacas; para ello deben estar adiestradas y adaptadas voces características que los guayeros emiten con el fin de realizar diferentes trabajos con ellas: “hacía de todo, enyugaba las vacas, ponía la guadaña en el carro y me iba al monte; traía el carro de yerba y lo entraba de culo en el salón y las vacas me hacían caso (...), dejaba las vacas solas en el carro y les decía: pónganse a remoler...».

Venía todos los días caminando desde El Portezuelo a La Laguna con diez litros de leche: «con una cesta a la cabeza con lecheritas a traerla a los amos, vivían en La Concepción». Por el camino venía acompañada por otras mujeres: “las lecheras que venían del Socorro a vender (... íbamos cantando y cuando llegaba el día de Candelaria pasaban los camiones llenos de gente cantando, eran cantares picantes (...)». Doña Balbina recordaba algunos de los fielatos, especie de oficina o aduana ubicada en la entrada de la población: ”era algo así como: al pasar por el fielato, tenían que levantar el delantal pa enseñá, el conejo (el cual llevaban escondido para no pagar el impuesto)».



Igualmente conoce la complejidad de las labores agrícolas, pudiendo realizar el surcado de la tierra en función de: «riego o de cosecha». Para poder surcar la tierra, según el sistema de cultivo, se requiere un conocimiento exhaustivo del terreno.

Si se trata de «surcar de riego», la disposición de la huerta es determinante; influye el nivel de inclinación, la morfología, la estructura del suelo... En función de esas condiciones se dispone la besana, surco directriz que servirá de guía a los restantes.

En el caso del riego, la huerta debe recibir el agua en su totalidad, discurriendo por el surco o lo surcos trazados para tal fin.

Doña Balbina es una de las pocas personas que aún van quedando conocedora de esta técnica, antigua y compleja, que nos resumió de la siguiente forma: «yo surcaba de riego cuando era pa regar en agosto, hay que surcar a nivel. Se hace un machito al centro de la tierra por donde baja el agua y luego se hacen los demás surcos al vive; del macho pa repartir el agua pa los surcos; así, todos se llenan de agua, el macho es sólo pa que escurra (...). Las papas se entierran en seco y después se riegan a chorro; se vuelven a regar a los quince días; después se arriendan a la azada, pa que no les salga la yerba, la papa todavía no está nacida... al mes se sacha, arrimarle la tierra a la papa, de un lado y de otro. A la agostera más, porque se riega y al estar todo seco la yerba sale enseguida...».

Uno de los aspectos que nos gustaría destacar de doña Balbina es su entusiasmo por el arrastre de ganado. En los primeros años de la recuperación de este deporte, participó con una yunta de vacas en el terrero que se habilitó para tal fin (en el lugar conocido como Traza de la Grilla, San Benito, La Laguna) durante la festividad de San Benito Abad, en 1980. Esto hizo que fuera la primera mujer que llamara a una yunta desde que se configuró la señalada práctica deportiva.

Doña Balbina es un claro ejemplo de mujer luchadora, entregada al trabajo que supone el campo, los animales y, por supuesto, su familia. Todo lo desempeña a la luz de la sonrisa que representa la alegría por vivir.

Si se trata de«surcar de riego», la disposición de la huerta es determinante; influye el nivel de inclinación, la morfología, la estructura del suelo...


Este artículo ha sido previamente publicado en el número 26 de la revista El Baleo, editada por la Sociedad Cooperativa del Campo La Candelaria, en marzo de 2005.

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