Con este CD único e irrepetible tenemos la oportunidad de escuchar nuevamente a Totoyo, quien hace más de tres décadas que no graba y algunos años más que no toca en público. En este punto ha sido fundamental la labor de insistencia y persuasión que José Antonio ha tenido ante su maestro para poner en marcha este encuentro de dos de los máximos exponentes del timple en Gran Canaria, en Canarias y en el mundo.
Las manos del maestro refleja un timple tradicional de carácter muy refinado y elegante, en torno al repertorio que hace décadas popularizó Totoyo, aunque con una “nueva vestimenta” en lo que a los arreglos se refiere. Bajo la producción artística de José Antonio Ramos, participan grandes nombres de la música actual como Carlos Oramas (guitarra), Andreas Prittwitz (vientos y arreglos de cuerda), Larry Jean Louis (técnico de sonido y arreglos de cuerda) y José Carlos Machado (contrabajo).
Como invitados especiales aparecen en el disco la magníficas voces de Dacio Ferrera junto a la Parranda de Cantadores (dirigida por José Manuel Ramos), Yolanda Auyanet y José Manuel Pérez “El Patillas”.
Te invitamos a oir el tema Arrejálese p'acá (versión instrumental) incluido en este disco.
A continuación pasamos a reproducir la conversación íntegra, en exclusiva para BienMeSabe.org, entre Totoyo y José Antonio, maestro y alumno, de la que se han extraido fragmentos que van incluidos en un DVD que acompaña a este histórico disco y que ha sido realizado por Alejandro Ramos, quien además hacía un poco de conductor de la entrevista.
La época de formación.
Alejandro Ramos (A. R.): ¿Cómo llegaste al timple? ¿Con qué edad empezaste?
Totoyo Millares (T. M.): Empecé a tocar el timple no porque me lo pusieran en mis manos y ya está. Soy autodidacta, y bien es verdad que fui prodigio: realmente un niño con cinco años no te coge el timple y empieza a tocar. Ya yo con siete tocaba el violín e improvisaba cosas. Pero es que en mi casa se tocaba; no punteaban, pero ya rasgueaban muy bien.
A. R.: Entonces, ¿había timple en tu casa?
T. M.: Había un timple. Mucha gente me pregunta: "Tu hermano, Manolo, el pintor, ¿tocaba el timple?". Pues claro que tocaba el timple; lo tocaba muy bien. Mi hermano llegó a componer una polca. Tanto Manolo como Eduardo, Cho Juan, tocaban. Pero ¿de quién aprendieron ellos? Aprendieron de un guardia que solía estar por Las Canteras…
A. R.: ¿Cómo se llamaba él?
T. M.: Gopar, el guardia local, que entonces sacaba el timple y empezaba a rasguear y tocaba de película. En aquella época llamaba la atención. Y mis hermanos, de oírlo a él, tocaban y cantaban de maravilla. Eduardo, sobre todo, tocaba y cantaba muy bien y tenía un rasgueo maravilloso: se puede decir que los rasgueos míos los aprendí de mi hermano Eduardo. Lo mismo que pasaba en Tenerife con Kike “El Peta”, El Sabandeño, que ya murió hace años. Kike era un tío que rasgueando era extraordinario.
José Antonio Ramos (J. A. R.): Pues el ambiente familiar que yo tuve fue muy importante. También había instrumentos en casa: tú sabes que mi padre era aficionado a la música, sobre todo a la bandurria y al laúd. También había alguna guitarra y timple por allí. Y curiosamente mi hermana Pilar había empezado antes que yo a estudiar. Yo estaba empeñado todo el día en el fútbol, en la calle... y me dijeron varias veces que por qué no entraba a clase en el Colegio Marpe con D. Manuel. Yo negado. De repente oí un día un timple sonando en una radio, un tema tuyo, y entonces mi padre me dijo que este hombre, Totoyo Millares, abrió una academia en Triana. Yo le dije: “Quiero ir allí”, y al día siguiente ya tenía un timple en mis manos. Me compró uno de Juan Negrín, en Escaleritas, y a las dos semanas ya estaba en tu local. Esos fueron los comienzos.
T. M.: Yo recuerdo que entraste con una timidez tremenda, que eras flaquito, como un pejín.
J. A. R.: ¡Y no como ahora!
T. M.: No, ahora estás fuerte. Me recordabas mucho a mi hermano, mi hermano que siempre era un tío delgado. Me mirabas fijo, y parece que decías: “¿Quién será el tío éste?". Yo vi en ti, nada más empezar, unas cualidades tremendas y además unas ganas terribles.
J. A. R.: Avancé rápido y, aparte, tenía el ambiente en casa.
T. M.: Sí, porque la mayoría de los alumnos que estaban contigo se quedaron atrás.
J. A. R.: Me acuerdo de que llegaba a mi casa y tocaba después con mi padre.
T. M.: Tu padre tocaba por la mañana en un grupo que formé de pulso y púa.
J. A. R.: Había una señora que llegaba con las uñas pintadas y muy largas y tú le dijiste que eso era incompatible…
T. M.: ¡Dónde iba a ir esa mujer con esas uñas! Y venga de nuevo con las uñas y le volvía a decir: “Usted no puede pisar con eso”.
A. R.: ¿Cómo surge tu formación musical, Totoyo?
T. M.: A esa edad de seis o siete años, me oyó una señora, profesora de música. Le gustó mucho la forma que tenía de tocar el timple. Decía: “Este niño tiene unas condiciones tremendas. Tú no toques el timple, tú tienes que tocar la guitarra”; y me regaló una guitarra, con la que empecé a buscar cosas, sin pensar en nada. Ya luego me oyó D. Miguel Benítez Inglott, que era el musicólogo de la familia Benítez Inglott, una persona encantadora. “Tú, que timple ni que nada: tú te tienes que meter en la Filarmónica”. Allí empecé a estudiar solfeo. Pero antes de ir a la Filarmónica, mi cuñada Malena, la mujer de mi hermano Agustín, fue quien me enseñó las primeras notas, a solfear. Nunca la he mencionado y no sé por qué se me olvida. Fue la que primero me enseñó.
Con la Filarmónica, detrás del Pérez Galdós, enseñaban piano, solfeo y clarinete con el famoso de la Filarmónica, Cavero, que era buenísimo. Este hombre era muy serio, muy rígido, muy disciplinado y fue el que me inició, a mí y a mi hermana. “Ese niño está loco, está tocando Mendelson”, y con siete u ocho años, asombrado, me dijo: “Coño, usted tiene que tocar el violín”.
También, a los nueve años fui a un concierto donde tocaban la 5ª Sinfonía de Chaikovsky. Sabes que el Adagio tiene un solo de trompa que pone los pelos de punta y allí fue donde se me encendió el amor por la música: aquello me sensibilizó tanto que yo me dije: ”Yo tengo que estudiar violín”. Pero el timple me gustaba tanto que también me dije: “No lo dejo”.
Incluso, tengo una carta de mi hermano Manolo (esto no lo he contado nunca), cuando yo estaba en la Guerra de África, que me decía: “No sigas con el timple, que eso no es muy serio. Sigue con el violín”. Y yo afirmé: “Cómo que no es serio: yo voy a hacer que esto sea serio”. Claro, él pensaba que era para la parranda y no se le pasaba por la cabeza lo que yo en esa época estaba pensando.
J. A. R.: Eso es lo realmente alucinante: que tú, a esa edad, tuvieras ya la idea.
T. M.: Sí, ya la idea mía era Conciertos de Timple.
A. R.: O sea, desde un principio el timple fue tu instrumento natural.
T. M.: El timple fue mi instrumento natural, es lo que me emocionaba…
J. A. R.: También yo lo primero que agarré fue el timple. Contigo empecé en guitarra... los estudios aquellos, Albéniz… Luego fui al Conservatorio a estudiar y con Olimpiades ya entré en un grado avanzado, estudié unos cuantos años, pero siempre aplicando al timple. Y lo mismo que tú comentas: incluso en la época mía se miraba el timple con poca seriedad. Los músicos te miraban con desprecio, diciendo que eso no era serio.
T. M.: Te miraban por encima del hombro. “¿Todavía le das a eso?” -decían-.
J. A. R.: Claro, el concepto que se tiene hoy en día del timple ha cambiado.
T. M.: A mí me cabreaba mucho, que me miraran con cierto desprecio...
Los referentes musicales.
A. R.: Vamos a hablar de las influencias. ¿Cuáles son tus referencias en el timple?
T. M.: Lo único que recuerdo con el timple son los rasgueos y las cosas de mi hermano. Eduardo cantaba con su estilo, lo que tú ves en Dacio Ferrera, que es muy personal, que el tipo tiene su forma de cantar, que es él, como le pasaba a Sebastián Ramos, “El Puntero”: algo increíble, ese hombre me ponía los pelos de punta. A mi hermano le pasaba lo mismo: yo lo oía y me emocionaba... Todas esas cosas influenciaban mucho.
A. R.: ¿Y referentes de la música clásica?
T. M.: Mi madre era pianista y a mí también me emocionaba mucho verla tocando el piano, porque era una artista. No es por nada. Ella no tenía la técnica. Su padre, mi abuelo, le prohibió que tocara. Era el egoísmo de padre, que no quería que se le marchara su única hija, porque si se iba mi madre, él se quedaba solo. Ella se tuvo que casar sin permiso de mi abuelo. Después lo aceptó. Tocaba el piano de maravilla. Cuando tocaba en la casa de Los Balcones, frente al Colegio Notarial, la gente se paraba por la calle a escucharla.
También había un violinista famoso, que no sé qué ha sido de ese hombre, de los Avellaneda, que tocaba muy bien, incluso se decía que tenía un Stradivarius…
El timple como profesión.
A. R.: ¿Cómo fue su situación profesional con el timple? ¿Cómo eran los conciertos en aquella época?
T. M.: Aquí se hacían conciertos en el Mercantil, en el Club Náutico, las sociedades que había en aquella época. Allí siempre había una cosa que se llamaba un Cuadro Canario, cuatro niñas vestidas con el traje de Néstor.
Luego, nuestra familia veraneaba siempre en el Monte Lentiscal. Yo vivía en El Toril, en la calle Juan de Quesada, y los veranos íbamos a una casa chiquitita que teníamos en El Monte, debajo del Bentayga, en Tafira. Allí no había nada: ahora hay una invasión de chalets. No íbamos todos mis hermanos porque no cabían: dos o tres se quedaban en Las Palmas, en El Puerto, y yo y el pequeño nos quedábamos en esa casa. Allí es donde mi hermano, Manolo, hizo muchas pinturas y acuarelas. Se reunían muchos amigos por donde pasaba la acequia, gente joven que traían una guitarra, otros un timple, pandero y se ponían a cantar chicos y chicas. Se pasaban ratos muy agradables. Recuerdo que fui a una reunión de la familia en casa de Juan Melián. Me decían: “Toca ahí, ven acá, pa´ que vean como este pisco maneja el timple”. Yo, que era más tímido que el carajo, cogía mi timple y me ponía allí: di mi primer concierto a esa familia y otras como la de D. Benito Pérez Galdós, los Ortiz… toda esa gente de la época que iban a veranear allí. Ese fue mi primer concierto con mi timple, solo.
De ahí salió gente que quería que yo les enseñara a tocar y empecé a dar clases gratuitamente a los vecinos de arriba que venían a veranear, los Hermanos Valerón y los Hernández. Incluso este señor de los Hernández se encerraba en la buhardilla de una casa vieja que tenía con su guitarra y el laúd y me llamaba. Él con el laúd y yo con el timple tocábamos. En casa de este señor y de un pariente mío di el segundo concierto entre amigos y seguía dando clases sin cobrar nada. Apareció, por fin, el señor este que quería que su hijo aprendiera. Le dijo a mi padre: “Hombre, me gustaría que tu hijo enseñara a tocar el timple al mío, que está loco por aprender”, y mi padre le contestó: “Sí, no te preocupes, él va por ahí, por tu casa”. Empecé así, yendo a las casas.
En aquella época los timples eran con cuerdas de tripa y se destrozaban todas. Tú tocabas un poco y tenías que poner otras: unas eran de tripa roja y otras de tripa negra. Este chico tenía una piel muy sensible y se destrozaba todos los cueros, se hacía sangre. El padre le ponía un esparadrapo. Y entonces yo, ya despierto, pensé: “Coño, estoy dando clases sin cobrar”. Y les dije: ”Señores, yo voy a cobrar algo por las clases, llevo diez años trabajando y no gano nada”. Ya todos los meses estaba desesperado para cobrar. Era la época de la guerra, la miseria.
J. A. R.: Yo empecé pronto también a dar clases, con dieciséis años.
T. M.: Ya tú con trece tocabas mucho.
J. A. R.: Hay un vídeo, que a ver si lo rescatamos, en el que yo tenía once años y tocamos juntos.
T. M.: Sí, ya tú tocabas y punteabas muchísimas cosas complicadas.
J. A. R.: Me imagino que han cambiado mucho las cosas desde que empezaste a dar conciertos hasta que empecé yo, ya con equipos de sonido y cosas más profesionales.
T. M.: Yo, con quince años, toqué en el Club Náutico en una fiesta benéfica. Un señor que apareció por allí con un micro dice: “ Vamos a poner esto, a ver si se oye”. El micro era un cajón, el sonido salía por un caja que tenía allí y aquello se oía peor. Bueno, se oía un poquito más fuerte y parecía que se oía mejor pero eso nada, aquello no… Ya después lo hacía sin micro, sin nada de eso.
El respeto hacia el timplista.
A. R.: ¿A qué edad crees tú que se te empezó a respetar como timplista?
T. M.: Es triste. Lo que son las cosas: no fue aquí, en Gran Canaria, sino en Tenerife. Allí empecé a dar conciertos y a grabar. Noté que la gente escuchaba más, como que había cierto respeto. Pero el campanazo del timple fue cuando toqué en el Teatro Baltasar Díaz de Funchal, en Madeira.
J. A. R.: ¿Y cómo fuiste a parar allí?
T. M.: Fue una excursión del Club Náutico. Había una mujer de la Sección Femenina que llevaba el Baile y quería que yo formara el grupo de cuerdas. Allí me picaron. Terminé de tocar y había un silencio... Yo pensé que me iban a tirar tomates, pero era un silencio de asombro, pensando que esa cosa tan chica sonaba. La gente explotó aplaudiendo y eso fue un escándalo, terrible.
J. A. R.: Fíjate que es curioso el detonante mío de dedicarme profesionalmente. Fue fuera de aquí, en un concierto en Galicia, en el año 89, en Santiago de Compostela, donde gané un Premio Nacional de Música Folk. Era un escenario enorme y nunca había tocado en uno tan grande. Fue justo eso lo que me dio pie a dedicarme a esto y entonces, cuando vine,empecé con lo de Trío Timple y todo aquello.
T. M.: A mí me pasó lo mismo porque cuando vi aquello pensé que funcionaba. En el hotel querían que tocara, la gente que estaba por fuera se metía dentro. Y la prensa dijo algo así como: “Totoyo Millares conquistó la honra de un mais espontáneo y estrondosos aplausos y sacaba al timple canariono verdaderas cataratas de sonidos y armonías”.
Luego, con los antiguos Coros y Danzas fuimos a Cádiz, Sevilla, Córdoba toda la zona de Andalucía, Alicante y al final Madrid. Y en la Plaza de Toros de Alicante fueron todos los grupos de Coros y Danzas de España, en esos concursos que se hacían con gente de todas las provincias. En el centro de la plaza pusieron una tarima. La plaza de toros estaba llena, un escándalo impresionante. Y eso fue terrible: un éxito que dio pie a que se empezara a respetar el timple, aunque volvías aquí y la gente te seguía diciendo: “¡Todavía sigues con eso!”. Yo he recibido siempre mucho palo en este sentido. Ustedes no, ustedes han recibido más respeto, ustedes tienen una dignidad que parece que la han impuesto y además están haciendo cosas que antes no se hacían.
Anécdotas.
A. R.: Cuéntanos algunas de tus anécdotas más importantes.
T. M.: El concierto mío raro, o abstracto: el verme en el yate Cristina, de Onassis. El Presidente del Cabildo hacía una recepción y regalaba un timple a todas esas figuras relevantes de la época. El secretario me decía que les explicara. Fuimos al Muelle Santa Catalina. Aquello era un barco impresionante, una maravilla, con un lujo que te mueres. Me meto dentro y, al entrar al salón, sentado en la mecedora, veo a Sir Winston Churchill, uno de los héroes de la II Guerra Mundial con su gran puro, colorado como un tomate porque halaba del puro que daba gusto. Y entonces Onassis enseguida se me acercó, me dio la mano y me ofrecieron que me sentara. Aparece María Callas, me pidió que tocara algo y me entraron unos nervios impresionantes.
J. A. R.: ¿Qué edad tenías?
T. M.: Unos dieciséis o diecisiete años… y mis nervios no eran por Churchill, sino por la Callas, porque esa tía sabía de música y si se me iba una pifia la cogía enseguida. Entonces me pego mi foliíta punteada... más tranquilo que el demonio. Y encima me pagaron unas perritas.
J. A. R.: ¿Cuánto hace de eso, Totoyo?
T. M.: Pues unos cincuenta y pico años.
J. A. R.: Conciertos raros... algunos he tenido también, con personajes así no, pero sí hubo un concierto del que me acordaré toda mi vida, en la habitación de un hotel para un grandísimo músico brasileño, que se llama Hermeto Pascoal. Le di un timple y mi primer disco, que era el de Trío Timple, porque coincidí en un Festival de Jazz y recuerdo que los demás músicos del grupo decían: “¿Por qué no vienes y tocamos un poco?”. Fue una tarde magnífica con ese señor, bastante mayor y una figura de la música brasileña. Por eso hace poco Fernando Neyra, el de El País, nombraba el proselitismo del timple, el hecho de divulgar a cualquier precio, o sin precio, es dar a conocer por gusto propio, que la gente conozca el instrumento tuyo en ese sentido. Y a mí, cuando la gente dice: “Viene fulanito de tal y está interesado en conocer el timple”, si primero está interesado sí; si no, no. Siempre es interesante que la gente quiera conocer el timple.
T. M.: ¿Sabes el lujo que es tener delante de ti a Ava Gardner?
J. A. R.: ¿Y Gregory Peck?
T. M.: Sí, pero era un tipo muy antipático, muy malcriado.
J. A. R.: Y Ava Gardner es más guapa.
T. M.: No, yo lo digo por la comparación con Paul Newman, que es un tipo simpático, que te ganaba con la simpatía que tenía, era abierto, tenía condiciones.
J. A. R.: ¿Y ellos se llevaban timples?
T. M.: Sí, todos tienen que tener su timple…También Rafael Alberti y Picasso recibieron el suyo. Alberti incluso firmó una dedicatoria en uno de mis timples, que guardo como una joya.
J. A. R.: Y Picasso, ¿también firmó un timple tuyo?
T. M.: Hay una historia ahí terrible, ese timple no lo pude llevar yo. Fue Plácido Fleitas a llevarlo. Ya Picasso conocía a mi hermano Manolo y tenía esa cosa con él. Y entonces fue a su casa, al Castillo de Avignon, en París. Plácido Fleitas, en vez de decirle que lo dedicara a nombre mío, a Totoyo, le dijo que lo pusiera a nombre de él. Pintó una virguería, un Neptuno dedicado a Plácido Fleitas, y se lo llevó. Ahí está el timple en el Museo.
A. R.: Algún personaje más que te gustaría destacar dentro de la aureola de gente tan importante que has conocido.
T. M.: Yo estoy orgullosísimo de haber conocido a Ariel Ramírez, autor de la Misa Criolla y otras muchas cosas más como Alfonsina y el mar… Es buenísimo. Yo lo vi en una Sociedad de Autores, en un Congreso Nacional de Autores que se celebró aquí en Las Palmas, en el Hotel Santa Catalina. Hicimos una buena amistad.
Por ejemplo, estuve reunido en Madrid con la hija de Ataulfo Argenta, que era la mujer de Martín Chirino. Pero la anécdota curiosa fue la de Alfredo Kraus. Tú sabes que Alfredo Kraus, cuando se decidió por el canto, fue gracias a la madre de Juan Hidalgo. Me acuerdo cuando yo estaba más metido con lo del violín, iba con diez o doce años a hacer ejercicios de violín con Juan Hidalgo. Era un tío respetado, un músico inteligente. Él decía: “Vete por casa que yo estoy trabajando con el piano y viene Alfredo también”. Yo le contestaba: “¿Quién es Alfredo?”. Alfredo Kraus estaba indeciso: no sabía si dedicarse al canto o no. Y entonces allí, en la casa de Juan Hidalgo, dice Alfredo: “Venga a ver si vocalizo algo hoy”. La madre de Juan Hidalgo fue la que lo animó.
J. A. R.: Y todo eso en esa época, sin las comunicaciones, y todo lo que tenemos hoy en día… Si lo hubieras tenido, te sales del planeta, porque todo eso de contactar con músicos de otras partes del mundo hoy en día es algo muy habitual…
Totoyo Millares versus José Antonio Ramos.
A. R.: ¿Qué opinión tienes tú de José Antonio Ramos, después de haber sido su profesor?
T. M.: Hombre, esto es un descubrimiento que yo no me esperaba. De José Antonio sabía que había madera. He dado clase a mucha gente, pero José Antonio era algo distinto, se le veía en su expresión, en su seriedad cuando estudiaba, porque era muy disciplinado. Estaba en la clase y escuchaba las cosas con atención. Se le veía unas condiciones naturales. José Antonio, de no haber estado yo, se pone a tocar el timple y hubiera aprendido solo porque tenía facultades naturales como las tenía yo. Además, ha demostrado con creces que tiene un talento que va a dar mucho de qué hablar y va a llegar muy lejos.
A. R.: José Antonio, cuéntanos tú sobre Totoyo.
J. A. R.: Sobre todo, la admiración grande fue la suerte que tuve yo de contactar con una persona cuyo concepto del timple era revolucionario, como ha contado durante el diálogo. Desde pequeño quiso tomar este instrumento como algo más serio y eso lo hizo él, hace 60 años. Imagínate ya el concepto que yo tomé cuando empiezo a estudiar con él, pues era una cosa diferente. De hecho, ese primer tema que yo le escuché por primera vez, La Mazurca, fue como un rayo de luz que me pasó y digo: “¡Yo quiero tocar como ese hombre!”. Yo había oído timple, pero no me atrevía; y fue escuchar eso y decir ”Quiero hacerlo como él”. Fíjate lo grande que eres y lo que te admiro, aparte de que después te he conocido más y todas esas historias que tienes detrás... Me quedo con la gran escuela que has creado. De la escuela directa, muchos hemos estudiado contigo, pero también la indirecta, ya que hay muchísima gente que ha aprendido contigo por tus discos y han retomado cosas de ahí, sin haberte tratado personalmente.
T. M.: Yo, con la cantidad de alumnos que tenía, formé un hervidero tremendo. Te digo que he estado en colegios donde eran por cientos los alumnos que venían. Yo he dado clase en 40 centros y en todas partes con una pasión tremenda.
J. A. R.: Creo que has tenido más de cuarenta mil alumnos.
T. M.: Si, cuarenta y ocho mil, que son muchos alumnos, no sólo isleños, sino peninsulares, grupos de alemanes, de colonias alemanas aquí, la colonia japonesa, incluso a la mujer del Cónsul de Japón y a su hija, a los coreanos, ingleses (que casualmente a la única persona que yo enseñé por música el timple fue una señora inglesa que venía de Inglaterra. Con ella fue con la que me ajusté a un método que inicié, que tengo terminado pero que nunca publiqué).
Las manos del Maestro.
A. R.: Háblanos del proyecto actual del disco. ¿Cómo llegaron a él?
T. M.: Esto surge por el Ciclo Medianías del Timple, hace dos años. Yo estaba encerrado en mi casa retirado por completo del timple…
J. A. R.: Llegó José Sanabria, gerente de la Mancomunidad de Municipios de Medianías de Gran Canaria, y dice: “¿Qué te parece que hagamos este año el Ciclo en homenaje a Totoyo, pa rescatar la figura de este hombre?”. Yo dije que me parecía estupendo y eso sirvió para reencontrarnos, que hacía años que no nos veíamos. Durante ese verano, él va a varios conciertos de Benito Cabrera, “El Colorao” y míos y se me empieza a ocurrir la idea de por qué no hacer un disco entre los dos.
Era un encuentro que nos merecíamos uno y otro, después de tantos años de haber estudiado yo con él y aprovechando la disposición de Totoyo. Al principio estuviste un poco que si esto, lo otro y yo insistí y así hemos llegado a este proyecto que yo creo que es un proyecto, aparte de histórico, maravilloso. Sobre todo con la labor de Carlos Oramas, que ha trabajado muy bien con la música, la guitarra, algunas cosas de timples fantásticas. Hay gente muy importante, profesionales que están rodeándonos: Larry Jean Louis con la parte técnica, los arreglos de Andreas Priwitz, José Carlos Machado al contrabajo, artistas invitados como Dacio Ferrera, Yolanda Auyanet, José Manuel Pérez “El Patillas”, etc.
A. R.: Y ¿cuál es tu opinión, Totoyo?
T. M.: Está todo dicho, yo puedo añadir que estoy alucinado porque me parece extraño, porque yo estaba en una depresión.
J. A. R.: ¿Cuánto hace que no grababas?
T. M.: Puf, desde el año 79, veinticinco o veintiséis años desde la última grabación. Y yo no me creí nunca verme en los estudios con José Antonio, trabajando con él, encontrarme con Carlos Oramas, otros alumnos también que empezaron conmigo, tan pequeños.
J. A. R.: Hay que contar con la aportación de Manolo González.
T. M.: Sí, que también fue alumno mío.
J. A. R.: Que se enteró que estábamos haciendo esto y nos aportó la idea del nombre Las manos del Maestro. Otro de los hitos importantes es ver de nuevo a Totoyo en acción, ya que con este disco visitaremos muchos escenarios de Canarias a partir de finales de mayo, que es cuando estará ya el disco en la calle…
T. M.: Pues en los conciertos nos veremos…
J. A. R.: ¡Habrá que ensayar! ¿No?