Hace unos días que una antigua y apreciada alumna me pidió que escribiera algo de los ingleses en Canarias, pues ella, emigrante hoy en la tierra del autor de Romeo y Julieta, ha descubierto por los muelles del Londres histórico alguna toponimia familiar como es el Muelle de Los Canarios. No es mucho lo que en estos momentos vaya a contarle, pues tendría que estar varios días o semanas rastreando por las muchas referencias bibliográficas que de esta relación histórica entre los pueblos canarios y británicos hay; y más lo que la tradición oral que aún pervive puede darnos.
Los ingleses en Canarias. A lo que íbamos, en forma de retazos. Empiezo por Marcos Sánchez Ojeda, conocido por Pepito Sánchez, que en paz descanse, quien tanta información me facilitó sobre su experiencia en la vida cotidiana de Londres cuando allí residía para atender a los mercados del tomate de la empresa de su familia. Me lo contaba en aquellas tardes de tertulia en la Disa, al soco del alisio. Hacía referencia a todos los trajines de los tomates que venían de Canarias, que llegaban al muelle que tú dices, el Muelle de Los Canarios, y que luego en su mayor parte se distribuían en el mercado Covent Garden, hoy desaparecido pero reconvertido en un espacio público. Más tarde este muelle, en el mismo Támesis a su paso por el centro de Londres, se hizo insuficiente ante el aumento del tráfico de buques y los desembarcos de la fruta canaria. Con lo que los desembarcos comenzaron a hacerse en los muelles de Liverpool y de Thirlbury, muelles también muy antiguos donde aún se apreciaban los distintos rótulos colgados del techo de las naves con los destinos de la ultramar británica desde Hon-Kong hasta Sudáfrica. Entre otras curiosidades Pepito me contó que, en una ocasión, precisó de una complicada operación quirúrgica en un hospital público de Londres y, cuando salió del mismo, preguntó por los gastos. Asombrado recibió la respuesta de "nada" pues la sanidad ya en aquel entonces era completamente gratuita.
En aquellos años, los cincuenta del siglo pasado, se vivía la época de mayor dinamismo comercial entre Canarias e Inglaterra con las exportaciones de tomates, plátanos y papas; aún pervivía aquella histórica etiqueta de Canary Island Produce. A pesar de la autarquía económica impuesta por el franquismo, este régimen político permitía, como una gran excepción, las exportaciones e intercambios comerciales entre nuestras islas y el imperio comercial británico. Por tanto, las libras esterlinas eran la única divisa extranjera que entraba en el Estado español sin apenas control arancelario. Los exportadores declaraban una parte de las mismas; las demás entraban a escondidas. Así las empresas de tomates crecieron como la espuma, más aún con un sistema capitalista salvaje donde no había control de salarios. Por citar algún ejemplo diremos que la célebre Comunidad de Veneguera adquiría camiones en Londres y los introducía en la isla con el objetivo del servicio en su latifundio, aunque el negocio venía dentro de las gomas de sus ruedas, que en vez de aire a presión venían llenas de billetes de libras esterlinas. Por entonces yo era muy pequeño, no tanto como para observar que casi todos los camiones, motores para sacar agua de los pozos, tejidos, material de ferretería… venían del mercado de Londres, incluso unas deliciosas chocolatinas.
Pero este momento histórico de hemegonía de lo inglés en Canarias no era nuevo. Desde siglos atrás los vínculos insulares con el mercado de la libra fueron muy estrechos; primero los vinos (William Shakespeare los alabó en sus escritos), la barrilla para fabricar sosa, la orchilla para teñir en las fábricas de tejidos de Londres, la cochinilla también como materia prima de diversos tintes, los quesos… Es más, los ingleses siempre quisieron dominar Canarias, pero fracasaron en su intento de hacerlo a tiro de cañón y punta de fusil. Todos sabemos que las escuadras de Francis Drake, Hawkins, Nelson… no pudieron conquistar nuestro archipiélago y que en las guerras de la década de 1740, al menos en una ocasión, lo intentaron por la Playa de La Aldea, como he contado en otras ocasiones. Más serios fueron los planes de Churchill, en la Segunda Guerra Mundial, de invasión en toda regla, si Franco entraba en guerra al lado de los alemanes. Para ello los ingleses prepararon al menos tres ataques por mar y aire; invasiones conocidas como el Informe de 1940, la Operación Pilgrim, y la Operación Tonic (1942), cuyos detalles en inglés el lector interesado puede encontrarlos en el libro Canarias en la II Guerra Mundial, escrito por Victor Morales Lezcano (Edirca, 1995).
Los enlaces comerciales con el área de la libra esterlina estaban en su mayor parte en manos de británicos que vivían en nuestros puertos. Es interesante la sencilla lectura del libro Saga Canaria. La familia Miller en Las Palmas, 1824-1990 por Basil Miller, traducido por María Dolores de la Fe (Cabildo de Gran Canaria, 1994). Cuando comienza a consolidarse el modelo político económico del neocolonialismo, las Canarias se encuentran en el paso obligado de la ruta de los vapores ingleses y alemanes hacia ultramar, teniendo además en sus puertos francos, desde 1852, a una serie de comerciantes británicos que acondicionan carboneras, talleres, comercios, telégrafos, sede de navieras, etc. Y se dieron cuenta de que los barcos, cuando regresaban vacíos de las tierras de ultramar, podían cargar productos agrícolas en los puertos canarios para llevarlos a Londres. Y fue así como nació la idea de los ingleses de experimentar los cultivos de plátanos, tomates y papas. De esta forma se establecieron muchos más comerciantes y navieros británicos en nuestras principales ciudades portuarias, algunas de ellas de carácter multinacional, como fue la firma de Elder-Fyffes. Con los ingleses vinieron comerciantes de sus colonias en Oriente Medio, con lo que así se explica la presencia en Canarias de los indios y árabes.
En este nuevo contexto comercial y portuario de finales del siglo XIX y principios del XX se encuentran las primeras promociones turísticas desde Londres. Canarias, con su fama de islas paradisíacas con balnearios de aguas medicinales para la salud, se consolidada como centro receptor de turistas europeos. Fue un turismo de calidad, de gente con dinero que tanto deseaba disfrutar de nuestros paisajes como del saludable clima y sus aguas medicinales. Alrededor de sus fuentes surgieron los balnearios de Azuaje, Teror, Berrazales… Yo recuerdo que al menos hasta los años cincuenta, cuando veíamos llegar a cualquier turista extranjero, fuera de la nacionalidad que fuera, les decíamos “ingleses”; los saludábamos, corríamos detrás de sus coches, se paraban, se sacaban fotografías con nosotros y les correspondíamos con tomates de las fincas que estaban en la orilla de la carretera. Cuando nos daban alguna moneda inglesa creíamos haber conseguido un tesoro, porque oíamos que el dinero inglés valía mucho.
Pero en La Aldea no fueron los ingleses los que introdujeron los tomates hacia 1897-1898. Fue don Carlos Jaack, un alemán que hacía de cónsul de su país en Santa Cruz de Tenerife, lo que supuso una gran alarma en el gobierno inglés. Pero pocos años estuvo el alemán en nuestro pueblo, pues se arruinó hacia 1904 y pronto los ingleses, a través de la multinacional de Fyffes, monopolizaron la recepción, empaquetado, transporte y comercialización del tomate. A esta célebre casa, que también puso almacenes en las playas de Guguy Grande, Tasartico, Tasarte, Veneguera, Mogán…, se unió mister Dum.
Más tarde, después de la Gran Guerra, llegó el más celebre de todos los ingleses del Norte de Gran Canaria: mister Leacock. Puso su almacén por debajo de La Bodega, en el lugar donde se cruza la calle que va para El Estanco, que luego fue adquirida por la Comunidad Bersabé y donde su encargado, don José Rodríguez, celebraba las conocidas veladas de boxeo. Aquel célebre inglés eligió como encargado a don José Martín, que trabajaba con Fyffes. Un hijo de este, mi vecino Pepito Martín Medina, me contó que cuando su padre, en 1920, fue a dejar a Fyffes, una gran empresa, por la de mister Leacock, el encargado, que era José Rodríguez Armas, le dijo que cómo iba a dejar una casa tan importante con almacenes en todas partes del mundo por otra de mucha menos importancia. Él le contestó: “Amigo don José, dice un refrán que vale más ser cabeza de ratón que cola de león”.
Mister Leacock ha sido uno de los empresarios ingleses más importantes de Gran Canaria. Era ingeniero y heredó de su padre las propiedades de Canarias, mientras que las de Madeira las heredaron sus otros hermanos. Porque Madeira era también otra isla que, aunque portuguesa, estaba dominada comercialmente por los ingleses y allí ellos se inventaron el negocio de los bordados y calados, cuya forma de explotación comercial la trajeron también a Canarias. Pero aún no he acabado con mister Leacock, porque aparte de empresario fue un gran ingeniero que trabajó siendo muy joven en el Canal de Panamá por expreso deseo de su padre, que lo mandó allí para que se formara y aprendiera del sudor por conseguir un sueldo. En los años veinte mister Leacock trajo a La Aldea los primeros motores de explosión marca Ruston para sacar agua de los pozos. Arrendó las tierras de Los Caserones, de don Pancho Díaz. Y fue muy generoso con nuestros agricultores al cederlos a crédito. Todavía queda alguno de estos motores ingleses, quizás el mayor es el de don Pancho Díaz en Los Caserones, una pequeña sala de máquinas que está en la misma orilla de la carretera, donde todas las tardes se junta la tertulia de Carrillo, mi tío Lito y otros. Mister Leacock, de ideas democráticas afines al laborismo inglés, no comulgó con el golpe de estado de 1936; al contrario, ayudó con combustible en el fallido intento de escapar de la isla, en falúa, al delegado de gobierno Egea y otros desde el Puerto de Las Nieves.
Todos sabemos que el 18 de julio de 1936 en el avión inglés Dragón Rapide, Franco se desplazó desde Gran Canaria a Marruecos. Algún exportador inglés pudo estar también detrás de esta operación. El piloto, Cecil Harry W. Bebb, sabía que estaba en una misión secreta que iba a trasladar a un jefe rifeño desde Canarias a Marruecos. Tras aterrizar en la isla procedente de Londres, se alojó en el Hotel Metropol, el 15 de julio de 1936, en compañía de sus viajeros ingleses, el comandante Pollard, su hija y una amiga. Le habían dicho: “Capitán, en cuanto lleguemos a Las Palmas le dejaré instalado en un hotel turístico de la ciudad. No se aburrirá usted, hay muchos compatriotas nuestros y bellas chicas de todo Reino Unido, pero sea discreto, no revele nada a nadie, este es un viaje de placer, un capricho del comandante Pollard, de su hija y de su irresistible amiga”. La tarde del 17 de julio le llegó al hotel en una bola de papel la clave convenida: Take these two fellows to Mutt-Jeff. Pero cuando al día siguiente, ya en Gando, se encontró con que el personaje a trasladar en vez de un jefe rifeño era el general Franco, se acordó de Hitler y Mussolini y pensó: “Dios mío, yo he cogido al tercero”. Así lo cuenta en su libro Gran Canaria, puente entre civilizaciones, José Ferrera, que tuvo la ocasión de entrevistar al piloto inglés.
Volviendo a mister Leacock, diremos que después del golpe de estado de 1936 temió represalias del franquismo y se fue de la isla, volviendo años después, cuando sus negocios agrícolas por todo el Norte continuaban en alza. Libre de persecuciones políticas, se centró en su empresa: diseñó un modelo de fabricación de tubos para el transporte de agua que se extendió por toda Canarias, fundó la primera fábrica de bloques huecos para la construcción y a su muerte dejó su fortuna en manos de sus trabajadores, siendo enterrado, como era su deseo, en Guía, aunque para él nunca existieron fronteras entre Guía, Gáldar y Agaete: quiso descansar en su Norte.
A propósito del encargado de Fyffes en La Aldea, José Rodríguez Armas, el padre de los Rodríguez Marrero, diré que era una persona que estuvo mucho tiempo en Inglaterra como receptor de frutos y que, cuando se vino para La Aldea, siguió manteniendo las costumbres inglesas incluso en el vestir, por lo que le decían El Inglés. Su hijo Rafael, el padre de Carolina la del Centro de Salud, sabía mucho inglés y del mismo recibí por primera vez, en el Colegio, clases de inglés junto a mis compañeros de estudios.
Y continuando con esta historia, les diré que después de mister Leacock vino a nuestro pueblo, ya solucionado el Pleito de La Aldea, a principios de los años treinta, la empresa de los hermanos ingleses Antonio y Juliano Bonny Gómez, cuya sede, El Almacén de Los Picos, aún desafía el tiempo y debería ser protegida. Ellos se valían de palomas mensajeras para contactar con Las Palmas de Gran Canaria, para conocer los precios del tomate en los mercados de Londres.
Poco después lo hizo el también inglés Pilcher, que trajo como encargado al teldense don Silvestre Angulo, quien se quedaría para siempre en nuestro pueblo como empresario, invirtiendo continuamente hasta conformar en Los Espinos-La Hoya quizás la mejor finca del municipio. También puso almacén en nuestro pueblo el inglés mister Harris.
Por entonces no se oía en el valle de La Aldea más que los estampidos de grandes motores que sacaban agua de los pozos, entre el chirrido metálico de aquellos vergajones que tiraban en la oscuridad de las bombas de pistón y elevaban las aguas succionadas hacia las hoyas y laderas. Eran voluminosos motores de marcas inglesas como Ruston, Robey, Robson, Lister, Petter… Por las carreteras el tráfico incesante de los grandes camiones, con rugidos no sé si agonizantes o de fortaleza, a tope con sus cargas de ceretos y cajas de tomates... también llevaban marca inglesa, con el sello del volante a la izquierda. Eran los aún recordados Seddon, Stwart, Dogge, Leyland, Fargo, Austin, Bedforf… conducidos por chóferes experimentados.
En fin, se habrá visto que es muy significativa la presencia inglesa tanto en nuestro pueblo como en toda Canarias, que incluso deja su impronta en los juegos infantiles, en la introducción del fútbol y el boxeo, en la arquitectura e ingeniería, en el lenguaje (cambullón, naife, wan-chu-frio-leren…). De verdad que tendría mucho más que contar. ¿Saben que la zona que va desde Las Alcaravaneras hasta Santa Catalina era llamaba el Barrio de Los Ingleses? ¿Que ellos también se establecieron en Tafira y El Monte con pequeños chalet diseñados con los modelos historicistas que por entonces se imponían en Inglaterra? ¿Que diseñaron con un proyecto de ingeniería unir Las Palmas de Gran Canaria y Gáldar con una línea férrea? ¿Qué trabajaron muchos ingenieros y arquitectos ingleses en obras diversas, aunque los planos iban firmados por técnicos insulares? Todo esto y más se puede estudiar en el libro publicado por el Cabildo de Gran Canaria, de varios autores, y que lleva el título Canarias e Inglaterra a través de la Historia (1995).
Para terminar, porque tengo que hacerlo, incluyo este fragmento de un largo capítulo de un libro conocido: Las casas de los pobres que visitamos en La Aldea tenían generalmente una única pieza, en el extremo de la cual había un par de camas separadas del resto de la habitación por unas cortinas de muselina. El piso de tierra se cubría con una gran estera de palma… Se trata de un valioso relato de una viajera inglesa que recaló por La Aldea el lunes 12 de noviembre de 1884 y que fue publicado en 1887, con las demás descripciones de los pueblos canarios que visitó en compañía de su esposo Harris Stone, que se puede consultar en cualquier biblioteca de Londres y que quizás lo conozcan: Tenerife y sus seis satélites o pasado y presente de las Islas Canarias por la inglesa Olivia M. Stone, una romántica viajera.
En La Palmilla a 12 de marzo de 2006.
Fotografías tomadas del Archivo de Fotografía Histórica de la FEDAC.