Revista nº 1041
ISSN 1885-6039

Homenaje al historiador José de Viera y Clavijo en La Gomera

Sábado, 24 de Junio de 2006
Redacción BienMeSabe / CCPC
Publicado en el número 110

Mañana domingo 25 de junio, a las 18:00 horas, en la Casa de la Cultura de Vallehermoso. Participarán, entre otros, Rafael Fernández, Mari Carmen Mulet, Pilar Rey y Antonio Abdo.



El municipio gomero de Vallehermoso celebra este fin de semana su Feria del Libro, impulsada por la Dirección General del Libro y el Ayuntamiento.

Entre otras actividades culturales complementarias, cabe señalar la presencia del actor tinerfeño Óscar Bacallado como cuentacuentos para los niños, con dos funciones el sábado.

El domingo en la Casa de la Cultura tendrá lugar el Homenaje a José de Viera y Clavijo. Precisamente el Gobierno de Canarias instituyó como Día de las Letras Canarias el 21 de febrero, fecha conmemorativa del fallecimiento del polígrafo canario (28-XII-1731 — 21-II-1813).

El Centro de la Cultura Popular Canaria ha producido este Espectáculo-Homenaje a uno de los padres de las Letras Canarias, primer historiador y precursor del estudio de nuestra Historia Natural, fuente de saber imprescindible.

En el Homenaje hay espacio para la interpretación dramática, la lectura de excepcionales textos científicos, el recital poético, las canciones... las imágenes de significativo valor histórico, el análisis de su obra, su trayectoria humana... Y el alma del Homenaje, la magia viene dada por la talla artística y humana de los participantes: los actores Antonio Abdo y Pilar Rey, voces ya imprescindibles para “decir” las palabras de los autores canarios. El escritor y crítico tinerfeño Rafael Fernández, que analizará la dimensión de la obra de Viera, se expondrá la apasionante biografía. La prodigiosa voz de Mari Carmen Mulet llenará de canción el escenario.

Mientras, en la pantalla se mostrará un gran número de imágenes relacionadas con el autor, su obra y su tiempo.

JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO

Canarias dio al Siglo de las Luces uno de los hombres más preclaros de nuestra cultura, el eclesiástico y polígrafo José de Viera y Clavijo, personalidad inabarcable, de talante crítico, amena conversación y humor festivo, definido por Domingo Eulogio Méndez García como un cerebro privilegiado, a quien la naturaleza, como las hadas madrinas de los viejos cuentos infantiles, donara extraordinarios dones: talento, inteligencia, lucidez, una viva curiosidad, una avidez de conocimientos sin igual, una extremada sensibilidad, un amor inusitado a la ciencia... una sonrisa, en fin, una réplica magnífica de aquella otra que lo fuera del más grande de los hombres de la Ilustración:Voltaire.

Autor de la primera Historia de Canarias, cuyos cuatro volúmenes conforman uno de los primeros ejemplos de la historiografía moderna española, también fue el primer canario que escribió y publicó sobre la Historia Natural de las islas.

Conoció los oropeles de la vida palaciega en la capital del reino, frecuentó las élites intelectuales y científicas, se erigió en uno de los españoles más cultos de su tiempo... aunque no le faltó sentido común y amor a su tierra suficientes, para renunciar en el apogeo de su trayectoria al previsible eco y reconocimiento, y dedicar sus últimos veintiocho años a procurar el desarrollo cultural de las islas.

Infancia y juventud
Viera nació en el seno de una familia modesta, en el entonces llamado Realejo de Arriba, en la isla de Tenerife, el 28 de diciembre de 1731. De salud quebradiza, fue uno de los numerosos hijos del matrimonio formado por el escribano Gabriel del Álamo y Viera, y de Antonia María de Clavijo Álvarez, ambos de La Orotava. Su delicada salud motivó su temprana afición a la lectura, a la conversación, a las cartas... a la actividad intelectual.

Siguiendo una costumbre de la época, Viera eligió como primer apellido el segundo de su padre y decidió llamarse Joseph, según el Dr. Alejandro Cioranescu, nombre de más arrogancia y solera.

Su infancia y primera juventud transcurren en el cosmopolita y dinámico Puerto de la Cruz, enclave de comerciantes extranjeros que mercadeaban con bienes de variada naturaleza y procedencia, entre ellos, libros que el joven Viera descubría y devoraba.

Estudió Filosofía y Teología en el Convento de Santo Domingo (La Orotava). Aprendió desde muy pronto latín y francés. Con tan solo catorce años realizó su primera obra literaria, la novela picaresca “Historia de Jorge Sargo”, influido por la lectura de “Guzmán de Alfarache” (Mateo Alemán, 1547-1613). También de esta etapa inicial es “La vida de Santa Genoveva, princesa de Bravante”; una tragedia y muchas coplas, villancicos, loas, entremeses, décimas, romances, glosas, poesías populares de tono satírico que le proporcionaron fama de irónico y mordaz...

Pero sin duda fue su lectura de la obra de Feijóo, erudito y monje benedictino español de amplia curiosidad intelectual (1676-1764), el revulsivo que determinó el pensamiento racionalista del joven Viera. Ello no le impidió sumergirse en las aguas de la religión y la fe, y desarrollar una brillante carrera eclesiástica. A los dieciocho años recibió en La Laguna las órdenes menores, y poco después, se estima que a los veinticuatro, accede a las órdenes mayores en Las Palmas de Gran Canaria.

Bajo la influencia del Padre Feijóo con su “batallar por la verdad y purgar al pueblo de su error”, y de los filósofos europeos que él mismo traducía del francés, el inglés y el italiano, Viera poseía las herramientas adecuadas con las que fustigar, desde el púlpito, la ignorancia y superchería tan comunes entonces y elevar a la categoría de digna una oratoria dominada por la falacia y la necedad (Domingo Eulogio Méndez García).

Traslado a La Laguna
Es en 1756 cuando se instala con su familia en La Laguna. Pronto entra a formar parte de la tertulia de Nava Grimón y Porlier, quinto Marqués de Villanueva del Prado. Según Rumeu Palazuelos, esta tertulia era en sus comienzos una reunión de sabios y alegres caballeros, que al atardecer se reunían en el palacio de la Plaza de Santa Catalina (hoy Plaza de Abajo, o del Adelantado). En este oasis intelectual el joven sacerdote realejero, a pesar de no pertenecer a la aristocracia isleña, es recibido de forma especialmente cordial y pronto establece amistad con el viejo Marqués de San Andrés y Vizconde de Buen Paso, Cristóbal del Hoyo Solórzano; con Juan Antonio de Franchy, Agustín de Bethencourt y Castro, y especialmente con los hermanos Lope y Fernando de la Guerra.

Se convierte en uno de los hombres más ingeniosos y brillantes de la tertulia y pasa a ser el redactor de las actas. Como resultado de estas reuniones recopiló entre 1758 y 1759 medio centenar de números de una gaceta confidencial con noticias instructivas sobre Historia Natural, Física y Literatura: “Papel Hebdomadario”, del que no ha quedado ningún ejemplar y que algunos consideran como el primer periódico de Canarias. Para María Rosa Alonso, Viera es el primer periodista de nombre conocido en Tenerife.

En unas seguidillas de esta época, que tituló “Chulada burlesca a la perdurable intemperie de la ciudad de La Laguna” se refiere al viento primaveral: Desgreña peluquines/ y es chiste raro/ ver a la ciudad fresca/ y ellos airados:/ y en estas danzas/ al mirarlos sin rizos/ son mis risadas.

En este tiempo redacta otro periódico, ahora de carácter moralista: “El Síndico Personero” (1764) con cinco números quincenales, en los que se proponían reformas pedagógicas. Y “Gaceta de Daute” (1765), satírica y volteriana crónica escrita durante el verano de aquel año, en el que se reúnen en la quinta de Daute, propiedad de Juan Antonio de Franchy y conocen a Diego Pun, el personaje histriónico que desencadena la burla y protagoniza la “Gaceta”.

También ejerció en esta época como secretario de la Junta del Clero de La Laguna cuyas actas de 1764 a 1767 reunió en el libro “Actas de las congregaciones y conferencias del clero de La Laguna, sobre casos de conciencia, sagrados ritos y ceremonias”.

El Marqués de Villanueva del Prado le ofrece su extraordinaria biblioteca donde Viera descubre a los grandes clásicos y filósofos franceses: Voltaire, Montesquieu, Rousseau, el marqués d'Argens, Fontenelle... También se nutre de las bibliotecas de otros contertulios, como la de Bernardo Valois; compra libros en circulación y de contrabando, y accede a “La Enciclopedia” francesa, prohibida en España.

Historia General de las Islas Canarias
Es a partir de entonces cuando surge en plenitud su producción historiográfica, filosófica, científica y didáctica, de la que sobresale su monumental “Historia general de las Islas Canarias”. A sus valores como texto histórico se añaden los de una escritura excepcional que seduce al lector. El primero de sus cuatro tomos lo comenzó a escribir en 1763, ocupándole sus años de La Laguna.

Para la recopilación de datos cuenta con la ayuda de sus compañeros de la Tertulia de Nava. La obra se nutre de múltiples fuentes, entre ellas, de Abreu Galindo, “Le Canarien”, Porlier, los clásicos y de documentos pontificios. Esta magna obra constituye un hito en la historiografía canaria y, siendo la gran aportación de su vida, sin embargo fue recibida en su tierra con indiferencia, cuando no, con absurdas y estériles críticas. El hecho de que el naturalista Alexander von Humboldt se documentara en los textos de Viera para preparar su breve escala en Tenerife en junio de 1799, dio a Viera una repercusión europea junto a los más insignes historiadores.

De cada tomo de la “Historia” Viera mandó imprimir mil ejemplares, por un importe global de casi treinta y cinco mil reales que hubo de asumir de su propio bolsillo. Apenas pudo recuperar algo de las escasas ventas.

Cioranescu dimensiona justamente el valor esencial de la obra filosófica e historiográfica de Viera: (...) Sus explicaciones, sus narraciones no brillan solamente por la lógica (incluso se puede decir que alguna vez llegan a pecar, a pesar de todo, en este aspecto), sino por la concatenación habilidosa, por el placer con que se adelanta el autor en medio del campo que deja cubierto de cadáveres, por el gozo intelectual que se hace transparente en cada victoria. Como en Feijóo, pero Viera le agrega la sonrisa burlona, el escepticismo elegante, amanerado por cierto, pero poderosamente alimentado en el garbo de la sintaxis francesa y en la rápida precisión de la latina. Por otra parte, el sentimiento de la propia superioridad no le hace intolerante, sino que lo dice todo y lo piensa con la misma sonrisa desengañada de quien tampoco se fía mucho de sus propias verdades. En fin, lo más importante es que Viera no sería un pensador puro, un forjador de sistemas o un crítico desfacedor de entuertos, sino que aplicaría los principios de esta crítica para poner orden y lógica en una historia que, hasta él, había sido mera crónica.

En su producción iremos encontrando paralelamente otras obras de índole diversa: “Fruta verde del Parnaso”, “Un sueño poético” (1757) en prosa y verso; “Los Vasconautas” (1766), poema épico en octavas catalogado por María Rosa Alonso como graciosamente volteriano y de lo mejor de su pluma poética, así como varios estudios de Astronomía, entre ellos: “Observación del paso de Venus sobre el disco solar del día 3 de Junio de 1769, desde una azotea del Puerto de Orotava, por medio de tres telescopios de reflexión” y “Carta filosófica sobre la aurora boreal observada en la ciudad de La Laguna de Tenerife en la noche del 18 de enero de 1770”, al parecer última obra escrita en La Laguna y con la que se inicia su acercamiento a las ciencias exactas.

Traslado a Madrid
En octubre de 1770, una vez hubo concluido el primer tomo de su “Historia general de las Islas Canarias” que él tituló “Noticias”, se trasladó a Madrid a fin de conseguir su publicación, que logró en 1772 en la imprenta de Blas Román. Allí ejerció durante diez años como preceptor y ayo del Marqués del Viso, hijo único de José Joaquín Silva Bazán, Marqués de Santa Cruz de Mudela, considerado un aristócrata culto, moderno y de talante abierto. Viera había sido recomendado por el que fuera su amigo de infancia, Agustín Ricardo Mádan, que le precedía en esta función que ahora dejaba vacante. El 13 de diciembre de 1770 ya ocupaba el cuarto que se le había asignado en casa del marqués.

Para la instrucción de su alumno tradujo del francés y compiló varios tratados de Lógica, Ética, Historia antigua, española y eclesiástica... En este tiempo, junto a los marqueses, debía seguir al rey en cada uno de los Reales Sitios. En 1774 realizó un extenso recorrido por las propiedades que el marqués poseía en la Mancha, experiencia que reflejó en “El Viaje”, catalogado por Gaspar Gómez de la Serna como viaje literario-sociológico.

El segundo y tercer tomo de su “Historia de Canarias” aparecen publicados en 1773 y 1778, respectivamente. De esta época son además “Idea de una buena Lógica”, “Compendio de una Filosofía Moral” y “Una suscinta descripción de las Islas de Canaria, su clima, pueblos, parroquias, etc” para el “Diccionario geográfico” de Bacroix.

Viera fue testigo del paso por el poder de cuatro reinados: el de Fernando VI, Carlos III, Carlos IV y Fernando VII. También de dos importantes acontecimientos: la Revolución Francesa y la Guerra de la Independencia. Su inquietud lo llevó a colaborar con las Sociedades Científicas de su tiempo: las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, la Real Academia de la Historia, el Instituto de Francia... Siempre se relacionó con personajes muy notables, con los eruditos. Como censor y como académico, Viera fue colega de Jovellanos (ministro del Consejo de Órdenes); fue padrino de Meléndez Valdés; amigo de su paisano el diplomático Domingo de Iriarte, de Campomanes, y gran amigo del célebre botánico valenciano Antonio José de Cavanilles.

Viajes por Europa
Precisamente con Cavanilles viajó por Francia y los Países Bajos desde junio de 1777 a octubre de 1778, a instancias del Marqués de Santa Cruz, acompañando al joven Marqués del Viso, recién casado con doña María Leopolda Cristina de Toledo, enferma de viruela, con el fin de lograr su restablecimiento en un balneario europeo. De esta experiencia surge su tardía pero irrenunciable vocación naturalista que no le abandonará nunca. Así lo expresa el propio Viera: no se encuentra otro puerto, ni otra bonanza ni otra consolación ni otra cosa sólida y de agradable estudio que la Naturaleza.

Aunque el joven marqués murió en 1779, Viera pudo permanecer en la corte y continuó viajando en compañía del Marqués de Santa Cruz. Recorrió Italia, Alemania y Francia. Se trató con los científicos más célebres de aquellos países; dejó registrado que visitó cuarenta y ocho grandes bibliotecas, veintiocho universidades y colegios, nueve observatorios astronómicos, ocho laboratorios químicos, trece academias de nobles artes, treinta y tres teatros de comedia y ópera, cuarenta y cinco jardines botánicos...

En París, a lo largo de casi un año, asistió a conferencias y cursillos científicos; presenció la recepción de Voltaire en la Academia. En Roma consiguió documentos fundamentales para el cuarto tomo de su “Historia de Canarias” y una licencia para leer libros prohibidos en España. Conoce las excavaciones de Herculano y Pompeya; la tumba de Galileo en Florencia; el telescopio, la esfera copernicana, los satélites de Júpiter, la caída de los cuerpos graves... En Viena es sorprendido por el naturalista Nicolaus Joseph Jacquin, que le muestra cómo cultiva plantas autóctonas canarias en un invernáculo. También en la ciudad del Danubio conoce, según deja escrito, al Doctor Jan Ingenhousz, médico del Emperador, autor de los nuevos descubrimientos de los gases, o aires fijos, que exhalan las plantas, en cuyo estudio divirtió a los Señores con varios experimentos muy distintos, distintas noches. Después de una estancia de cinco meses en la Corte de Viena, pasan por Munich, Ausburg, los Países Bajos y París, antes de regresar a Madrid, en abril de 1781.

Regreso a Madrid
Viera resumió sus viajes en dos diarios que no fueron impresos hasta 1849, en Tenerife: “Diario e itinerario de mi viaje a Francia y a Flandes... (1777/78)” y “Diario e itinerario de viaje desde Madrid a Italia y Alemania, volviendo por los Países Bajos y por Francia... (1780/81)”. Y en cartas salpicadas de anécdotas, que dirigió a sus amigos Bossarte, Cavanilles y Porlier.

Fue durante su etapa cortesana en Madrid cuando nuestro ilustrado canario se mostró más prolífico: “El segundo Agatocles”, “Cortés en Nueva España” (poema épico); “La rendición de Granada”; “El Hieroteo”, de 1777, año en que fue nombrado socio supernumerario de la Real Academia de la Historia, a la que pertenecía desde 1774 como socio correspondiente. Por su “Elogio de Felipe V, rey de España”, traducido al francés, en 1779 le fue concedido el premio de elocuencia de la Real Academia, que volvería a obtener cuatro años después por “Elogio de Alonso Tostado”.

En “Los aires fijos” (1780), firmado con el seudónimo de Diego Díaz Monasterio, abordó los principios de la aerostación en globo (había conseguido elevar un globo aerostático, si bien se atribuye la primicia de este logro científico a su paisano Agustín de Betancourt); elaboró textos didácticos: “Idea de una buena lógica en diálogo”, “Nociones de cronología”... y tradujo a Virgilio (las “Geórgicas”), así como a varios clásicos franceses: Boileau, Perrault...

La figura de Viera, el hombre moderno, constituía ya una cima en el mundo intelectual español bajo la luz de lo que Alejandro Cioranescu definió como su principal característica: (...) Esta alianza de Montaigne con Descartes, este escepticismo frente a las verdades adquiridas íntimamente, mezclado con la fe ciega en las verdades personalmente comprobadas por el método silogístico, son la principal característica de Viera.

Regreso a Canarias
Pero en 1783 comienza a menguar su estatus en el palacio de San Bernardino a consecuencia de la boda del marqués con una noble vienesa. Y es que, habiendo finalizado su función de preceptor del ya desaparecido alumno, y tras la boda de aquél, aunque le habían prorrogado su confortable estancia en palacio, desde entonces Viera reflexionaba: Esto se puede desvanecer como una sombra; y, metido en mi filosofía canaria, voy a pensar únicamente en irme luego a nuestras peñas a morir de modorra.

Obtiene el Arcedianato de Fuerteventura en la Casa Catedral de Las Palmas. Sin embargo consiguió aplazar su regreso durante dos años con el fin de poder publicar el cuarto y último tomo de su Historia (1783).

Emprendió su regreso a Las Palmas de Gran Canaria el 27 de septiembre de 1784, ante muchas muestras de simpatía en el ámbito científico, en la corte y entre la nobleza. Aunque su amigo Antonio Porlier, miembro del Consejo de Indias, le ofreció luego varios empleos con el fin de devolverlo a Madrid, Viera los desestimó, alejándose así del centro de poder y por ello, de toda posibilidad de obtener el reconocimiento merecido, que muchos estudiosos ubican en las cotas máximas de la cultura española del siglo XVIII. El cronista de Gran Canaria, José Batllori y Lorenzo escribiría en 1931: Viera y Clavijo tenía conciencia de su propio valor sin que la vanidad llegase nunca a desvanecerle.

La capital grancanaria lo acogerá durante los veintiocho años que le quedan aún por vivir. Comparte sus días con dos de sus hermanos, el jurista Nicolás y la poeta María Joaquina en la casa (hoy sede del Archivo Histórico Provincial) situada en la Plaza de Santa Ana. La casa albergó su amplia colección de objetos que conformaban un auténtico museo de Historia Natural. Allí estableció su gabinete de trabajo para el resto de su vida con una actividad incesante que le ocuparía día tras día hasta altas horas de la noche, y que centraría en la instrucción, la investigación y divulgación científica e histórica, además de continuar con su producción literaria y con la traducción.

Para mejorar el nivel de los alumnos del coro, que necesitaban saber latín y música coral, en 1785 Viera proyectó el Colegio de San Marcial de Rubicón, del que sería director durante muchos años. Promovió y cofinanció el establecimiento de la primera imprenta de Las Palmas; asumió los costes del alquiler de una casa para recuperar la desaparecida escuela de dibujo. Imparte cursos de Historia Natural, Física y Química en el seminario, dejando escrito: he deliberado después de mis días se trasladen al mismo seminario las muestras y variedad de piedras, cristalizaciones, tierras, metales, conchas, producciones de volcán, sales, gomas, resinas y otras curiosidades de Historia Natural que hubiese en mi gabinete.

Nombrado socio honorario de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, fue su director desde 1790 hasta su fallecimiento. En ella presentó varios trabajos científicos sobre las aguas minerales de Teror y de Telde, el carbón de piedra y el de leña, el ricino, la barrilla, la orchilla, los gusanos de seda, la papa, la pita...

Su labor de compilador de documentos históricos en el Cabildo Catedral es de enorme trascendencia, recuperando actas capitulares desde el año 1514 hasta 1791. En 1799 ordenó todos los documentos del Archivo Secreto del Cabildo y elaboró el correspondiente catálogo. Seis años antes había sido designado por el Comandante General de las islas revisor real de todos los libros e impresos extranjeros que llegaban a la aduana.

Viera no escapó de la persecución de la Inquisición, por algunos contenidos de su “Historia general de las Islas Canarias” que se entendían ofensivos, de ahí que fuera denunciado dos veces al Consejo Supremo, sin que hubiese tenido trascendencia. No se toleraba su poco respeto hacia la literatura milagrera, la fe ciega... resultaba un pensador incómodo que generaba sospechas en la anquilosada jerarquía eclesiástica de la época.

Diccionario de Historia Natural
De esta época en Gran Canaria encontramos obras de diferente naturaleza. De 1796 es “Los Meses”, un poema didáctico en doce cantos al paisaje. Pero sin duda, su principal obra es el “Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias o índice alfabético de los tres reinos, animal, vegetal y mineral con las correspondencias latinas” (1799), que contiene noticias curiosas fundamentalmente sobre la flora, aunque también sobre la fauna, y la mineralogía de las islas; describe de forma muy amena parajes, fuentes, barrancos, costumbres, aspectos de la gastronomía de la época... habla de la creación del Jardín Botánico del Valle de La Orotava, hacia 1788 a cargo del Marqués de Villanueva del Prado; de las expediciones científicas que llegaron a las islas en los siglos XVII y XVIII; pone de manifiesto su interés por una provechosa explotación de las tierras...

Como afirma María Rosa Alonso: Para Viera, el estudio de las Ciencias Naturales es el legítimo estudio de la realidad. El historiador se refugia (coincide aquí con Rousseau) en el estudio casto y delicioso de la Naturaleza que le hace llevadera y aun feliz la vida en el Archipiélago, lejos del espectáculo pomposo, pero frívolo, del que llaman gran mundo.

Victoriano Darias del Castillo observa en la obra científica de Viera una clara inquietud ecológica, al expresar su preocupación por el retroceso de la masa forestal y la consiguiente erosión, el riesgo de extinción de especies autóctonas, el desequilibrio ecológico que produce la introducción de especies no idóneas... Y afirma Darias del Castillo: (...) Pero lo más significativo y destacado de este aspecto es que estas inquietudes y preocupaciones van a ser sentidas y planteadas por Viera más de un siglo antes de que el germano Ernst Haeckel acuñase el término y estableciese las bases de la Ecología por lo que a nuestro paisano debe considerársele como un auténtico pionero de esta Ciencia.

También descubrirá los sorprendentes conocimientos de las Farmacopeas existentes que Viera pone de manifiesto en el “Diccionario”: es un texto farmacognóstico modelo que se adelanta con mucho a su tiempo. Para Darias, el nombre de Viera y Clavijo debería estar junto a las figuras preclaras del Siglo de Oro de la Farmacognosia española. Su “Diccionario”, del que todos los canarios deberíamos sentirnos enormemente orgullosos, es un canto ilusionado sobre las posibilidades medicinales e industriales de los recursos naturales de nuestra tierra...

La cronología nos lleva al año 1800, en el que encontramos “El nuevo Can Mayor o constelación canaria”, donde Viera retrata a algunos de los canarios más ilustres de la época; años más tarde publica el tratado de botánica “Las Bodas de las Plantas”, un poema didáctico en octavas sobre la polinización vegetal.

Suyos son varios libros pedagógicos que pudieron ver la luz en la imprenta de la ciudad: “Librito de la doctrina rural para que se aficionen los jóvenes al estudio de la agricultura, propia del hombre”, “Noticias de la tierra o Geografía para niños”, “Noticias del cielo o Astronomía para niños”, “Cuentos de Niños”, “Las Cometas de los niños”...

Encontramos un libro de “Poesías sueltas”, “Los Responsorios de Navidad y Epifanía”, los oficios de los “Dolores de la Virgen”, del “Santísimo Sacramento”, la prosa del “Dies iroe”, los “Himnos del Patriarca San José”, un soneto a la muerte del Marqués de Santa Cruz, “Noticias de las mejores obras de arte que hay en la Catedral y templos de Canarias”, “La mujer” (oda anacreóntica)...

A esta ingente producción que apenas tendrá testigos ni lectores, hay que sumar las traducciones de célebres poetas, ensayistas y dramaturgos. Hasta 1812 realizó unas diecisiete traducciones, entre ellas, “Henriada” y “Bruto” de Voltaire, “La Elocuencia”, de La Serre y “Los Jardines” de Delille.

Agustín Millares Carlo anotó más de ciento cincuenta obras de Viera en su “Biobibliografía consultada de escritores naturales de las Islas Canarias”.

Viera falleció a los ochenta y dos años, en la madrugada del 21 de febrero de 1813. Sus restos reposarían hasta 1860 en el cementerio de ciudad, desde donde fueron trasladados definitivamente a la Catedral de Las Palmas. El cronista Batllori y Lorenzo describía cómo el Cabildo Catedral, la ciudad entera, rindieron a sus despojos los más altos homenajes de su veneración; las manifestaciones más sentidas de su dolor. Las campanas de los templos pidiendo una oración para su alma, anunciaron con su toque funeral la muerte del insigne sacerdote. Todo el día velaron su cadáver el Obispo, los capitulares, muchos religiosos y las personas más notables de la ciudad. (...) Acordó el Cabildo Catedral que la ceremonia del entierro del insigne Arcediano se verificase el mismo día 21, por la tarde, y así se llevó a cabo con gran solemnidad, asistiendo hasta el mismo camposanto el Cabildo en pleno y un cortejo numeroso y lucido, al que se agregó la ciudad en masa, ansiosa de rendir a los gloriosos despojos del grande hombre el postrer homenaje de su admiración...

El ilustrado canario dejó escritas sus “Memorias” por encargo, para acompañar su obra “Escritores del reinado de Carlos III”. Sobre aquéllas han trabajado sus principales biógrafos: Agustín Millares Torres, José Rodríguez Moure, José Batllori y Lorenzo, Alejandro Cioranescu, María Rosa Alonso...
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