Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

El agua en Canarias. Un negocio doblemente subterráneo.

Lunes, 24 de julio de 2006
Manuel J. Lorenzo Perera
Publicado en el n.º 115

El pasado 22 de marzo -sin ningún tipo de difusión ni de algarabía comercial- se celebró el Día Mundial del Agua. Y un dato alarmante, para reflexionar: en el planeta Tierra, más de mil millones de habitantes carecen de agua potable. El agua en nuestras Islas lo impregna todo, es la propia vida, «el agua es verde». Queda por escribir el libro grande de la cultura del agua en Canarias, una obra prodigiosa, impresionante y llena de sorpresas.

Foto Noticia El agua en Canarias. Un negocio doblemente subterráneo.



Todos dependemos de ella, el campo y los centros urbanos. Representa un bien escaso, como lo es en gran parte del Planeta. Sin comprender por qué, ha sido fácil presa de la iniciativa privada, caciquil, un negocio, con frecuencia, colmado de chanchullos: libros de galerías robados, hojas arrancadas en otros para borrar trampas y desfalcos..., obrados por unos personajes a quienes determinados políticos -que hoy se codean con ellos- llamaron una y otra vez «aguamangantes».

 

El del agua constituye, también, un mundo desconocido. Mucha gente no sabe que en las Islas no hay ríos. Ni cómo ni de dónde se obtiene el agua. No se enseña que, por respeto, no debe llenarse la bañera, ni mantener desorbitadamente la ducha o el chorro abierto. A los escolares no se les lleva a la puerta de la galería, con la explicación oportuna, para que aprendan a valorar y ahorrar el agua, un don que en las Islas ha conllevado mucha sangre y sudor. Tampoco han hablado, sobre el tema, con los mayores para que les recuerden de qué modo, antaño, se ahorraba y aprovechaba el agua. Ni con los mineros de las galerías, auténticos hombres-topos, quienes han hecho posible el milagro del agua, faenando, en unas condiciones deplorables, camino del corazón de la tierra. Hemos tenido oportunidad de conversar con dos de ellos, José («Ovidio») Dóniz Méndez y Domingo («Kiko») González Lorenzo, vecinos del barrio de El Palmar en Buenavista del Norte. Desde las entrañas de la tierra aprendieron, mucho más, a valorar lo que es la vida. Es gente de mente lúcida, endurecidos y moldeados por las propias condiciones existenciales, grandes Maestros de la Tierra dispuestos a comunicar todo cuanto saben y atesoran. Con el fin de conocer y no olvidar.

 

Para algunos hombres jóvenes ejercer en las galerías o minas de agua supuso poder desempeñar una actividad complementaria al trabajo del campo. La mayor parte de las de la isla de Tenerife se abrieron en el transcurso del siglo XX, correspondiendo algunas de las primeras a la presencia inglesa en el Valle de La Orotava, para atender al incipiente cultivo de la platanera.



Ermita de El Carmen excavada en las proximidades de la galería

 

Una galería es una especie de túnel trazado bajo tierra, de disposición horizontal, orientado a localizar y extraer lo que en Canarias ha constituido siempre un recurso escaso y preciado: el agua. Para conseguirlo su longitud es variable, soliendo sobrepasar los mil y hasta dos mil metros. Para aproximarnos un poco más a la auténtica realidad, en una jornada de trabajo (12 ó 8 horas) se podía perforar tres cuartos metros o, como mucho, un metro, cuando se contaba con un cabuquero experimentado.

 

 

El trabajo durante los inicios

 

En un primer momento en las galerías, al menos las le la zona indicada, trabajaban dos piñas. Lo efectuaban a jornal. Cada una acostumbraba a conformarla dos hombres, de modo que una faenaba desde las seis de la mañana a las seis de la tarde, y la otra al contrario: “eso le decían turno en puerta, una piña que se iba y otra empezaba, nunca estaba parada la galería”. La piña que entraba sacaba el escombro, escalichaba o limpiaba el frente, y, a continuación, juraba y daba la pega, es decir, colocaba y explosionaba los barrenos. Trabajaban a brazo, con empleo de las siguientes herramientas: marrón, mandarria, pico, pala, sacho y pistolete. Con este último se perforaba a fin de introducir la carga de dinamita («de goma uno, dos, la que hubiera»), sirviéndose de una cucharilla hecha de una cabilla con la que limpiaban los agujeros una vez trazados. El material se extraía, fuera de la galería, con la ayuda de vagonetas, dos o tres, dispuestas sobre raíles.

 

Cada minero portaba la suya, encargándose personalmente de cargarla y cuidarla. Era casual que el ambiente del interior de la galería fuese frío; el calor era excesivo...

 

 

Se mecanizó el trabajo

 

Fue en torno a los años cincuenta del pasado siglo cuando se produjo, al menos en muchas de las galerías, un cambio notorio en lo que concierne a la jornada laboral y al instrumental. Intervenía una sola piña, de sol a sol, constituida por dos o tres hombres; por entonces, se trabajaba de ajuste, ganando en razón a lo que abrieran en las entrañas de la tierra. Uno de los componentes de la piña -al comienzo «el más amañado que hubiera», exigiéndose desde hace algunos años cierta titulación- ejercía como cabuquero, llevándolo a cabo, primigeniamente, con mechas y, más recientemente, mediante descarga eléctrica. Colocados los barrenos, el último que salía de la galería era el cabuquero y, para entrar, el primero que lo llevaba a cabo era él, considerado como «el responsable de la mina». Era, por ello, el encargado de recoger, en el Cuartel de la Guardia Civil, “firmando la hoja”, la carga explosiva que se le entregaba.



Imagen de la Virgen de El Carmen colocada al comienzo de la galería con el mismo nombre

 

Faenaban entonces con herramientas mecánicas: escalichador y martillo. Las mismas funcionaban, a través de una manguera, con aire, prodigado por un compresor, accionando a través motor de gasoil. Maquinaria que se tenía en la galería, en el interior de un cuartito. Todo ello hacía necesario la presencia de otro personaje motorista, quien controlaba el motor de la galería a cambio de una módica cantidad de dinero y, eso sí, sin ningún tipo de contrato.

 

 

Las condiciones laborales

 

Durante mucho tiempo fueron lamentables. Sin botas de agua que cubrieran hasta las rodillas: “cuando mi padre trabajó no había botas, alpargatas; cascos fue de último». Y a cara limpia, "mientras se podía“. Después, contra los gases, empezaron a usarse mascarillas, conectadas, mediante una manguera, a tomas de aire dispuestas cada veinticinco metros: «se veían los gases a esta altura (rodillas), subiendo parriba».

 

En el oscuro de la galería no existió más luz que la de la lámpara de carburo. Cada minero portaba la suya, encargándose personalmente de cargarla y cuidarla. Era casual que el ambiente interior de la galería fuese frío; el calor era excesivo, obligando a los mineros a trabajar en calzoncillos y camiseta, desprendiéndose en ocasiones de esta última. A lo largo de jornadas de doce horas -accionando bajo tierra, prácticamente a oscuras con un calor insoportable- se salía al exterior de la mina tan sólo en una ocasión: “a media noche, a comer, entrábamos cesados». Cuando se trabajó de ajuste, salían dos o, como máximo, tres veces al objeto de sacar el escombro, aprovechando una de aquéllas para comer alguna cosa y Ia última para concluir la jornada.

 

Las condiciones laborales a las que, sucintamente, hemos hecho referencia, explicitan por qué a lo largo de la historia de las galerías se produjeron y repitieron gravísimos accidentes: pérdida de miembros, de audición total o parcial ocasionada por una mecha pasada, muerte de mineros (“Manuel cayó a los cien metros del frente y yo caminé a los ochocientos, yo pasé de sobre el muerto, con el tino perdido») o ceguera a perpetuidad como le ocurrió, por una descarga de barreno en Ia galería del Salto las Lubes, al vecino de El Palmar, nacido en 1914, Juan Acosta Navarro, quien, con posterioridad, acostumbraba a cantar la siguiente copla, el consuelo que le quedó en vida:

 

El hombre que nunca ha visto,
no sabe lo que es ver,
nunca tendrá tanta pena
como el que ha visto y no ve.



Y todo ello, durante tanto tiempo, alejado del más mínimo aliciente en lo concerniente a seguridad social. Esos accidentes ocurrían, muchas veces, por las razones que se comentan a continuación: "porque no había control ni con la máquina ni con la pasta... lo botaban todo ahí, lo ponían al sol, al agua... por eso lo pusieron eléctrico y no que lo manejara cualquiera sino alguien que lo sepa manipular, y no definitivo sino por equis años”.

 

 

Las condiciones sociales

 

Durante una larga etapa se trabajó sin ningún tipo de contrato ni de seguro médico. En caso de accidente las cosas se solventaban del siguiente modo: «el patrón pagaba el médico o buscaba algo...». El patrón es una referencia al rematador o contratista de galerías que tenían por dueño a una comunidad.

 

Varios de los aspectos que hemos narrado aparecen recogidos en los cuadros que aparecen en esta misma página, historias de dos personas que, durante buena parte de su vida, fueron componentes de piñas de galerías. José (Ovidio) Dóniz Méndez lo hizo durante trece años, con anterioridad a su partida a Venezuela en 1955. Domingo (Kiko) González Lorenzo trabajó en la galería de la Cueva la Zarza antes de emigrar a dicho país en 1951; al volver diez años después -alternando- con otras ocupaciones, entre ellas la de tractorista, yendo dos veces a Venezuela y tres a Alemania, continuó trabajando en galerías, también abriendo túneles para canales de agua y pozos, hasta la edad de sesenta años.

 

Para ellos, y tantos más, dicha ocupación -desarrollada durante seis días de la semana, de lunes a sábado- resultó ser, durante muchos años, una de las escasas ofertas laborales posibles. Les sirvió, casi únicamente, para poder vivir, superar el hambre: «ése era el trabajo más puerco que había, no había trabajo y había que trabajar ahí». Quienes más ganaban, e incluso se han hecho multimillonarios, han sido unos pocos, los que menos arriesgaban y se esforzaban: «ganaban bastante los que remataban la galería, el trabajador nunca ganó nada».



Lámpara de carburo

 

Curioso fue también el destino del agua. Cuando brotaba, hacían una cuneta, especie de acequia, por uno de los lados del túnel «y se ponía tarjea». A través de tubería o por canal se conducía hasta un «fiel» donde se distribuía por accionistas, encargándose estos últimos de trasladarla a los enclaves que creían convenientes. Otra figura, el canalero, supervisaba toda esa infraestructura (el «fiel», los canales...). También era curioso contemplar de qué manera el agua -que se extrajo tantas veces en galerías ubicadas en las zonas media y cumbrera- era conducida hasta los enclaves urbanos o hacia grandes fincas de regadío emplazadas en las costas. Como en tantas ocasiones, en las medianías continuaron prevaleciendo las penas y la esperanza. Y, durante tanto tiempo, sin otro punto de mira que la fe en las creencias superiores. Cuando brotó el chorro de agua en la galería de El Carmen (Las Portelas), en su lado derecho, junto a la entrada, se excavó un nichito en el que se colocó una pequeña imagen de la Virgen del Carmen. Por fuera de la galería hay un rosal de rosas chiquititas; cada día, las hijas de los mineros, cuando acudían a llevar la comida a sus padres, le ponían rositas a su patrona. Para que protegiera a sus progenitores y para que nunca nos falte el agua de la vida.

 

 

José («Ovidio») Dóniz Méndez. Fecha de nacimiento: 2-II-1924.

 

Galería

¿Tenía gases?

Con marrón, pico

Con martillo y escalichador

Con o sin contrato

A jornal o de ajuste

El Salto

 

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Las Lindas

 

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El Caudal

 

 

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La Viudo

 

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Cueva la Zarza

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El Carrizo

 

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Domingo («Kiko») González Lorenzo. Fecha de nacimiento: 21-VI-1931.

 

 

 

 

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Con marrón, pico

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Con o sin contrato

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Domingo («Kiko») González Lorenzo. Fecha de nacimiento: 21-VI-1931.

 

 

 

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¿Tenía gases?

Con marrón, pico

Con martillo y escalichador

Con o sin contrato

A jornal o de ajuste

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Manuel J. Lorenzo Perera es Director del Aula de Etnografía de la Universidad de La Laguna. Este artículo ha sido previamente publicado en la revista El Baleo, editada por la Sociedad Cooperativa del Campo La Candelaria.

 

 

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