A todos los noveleros y las noveleras que han mantenido vivas
nuestras tradiciones. En especial a D. Valentín Trujillo Delgado y a su mujer,
Doña Julia González Hernández; por los buenos ratos que me han hecho pasar.
Introducción. Los bailes de cuerdas en Pinolere
Los bailes que se celebraban en el caserío de Pinolere tenían un marcado carácter familiar: "Aquí todos éramos conocidos". En 1899 el padrón municipal daba la cifra de 131 habitantes, lo que iba a facilitar, sin lugar a dudas esa relación de camaradería y familiaridad. "Las fiestas eran pocas. Cuatro viejos que tocaban: mi abuelo, el viejo Lorenzo, Cho Domingo Escobar... Se juntaban en esa casita, Gregoria la Chalequera, en casa de un vecino; y esas eran las fiestas". Sin embargo de vez en cuando solían venir vecinos de las inmediaciones, de barrios como Aguamansa o La Florida, salvando, eso sí, la escarpada y singular orografía que define el paisaje del extremo oriental de las medianías del Valle de La Orotava. "Aquí no habían caminos sino barrancos y veredas de cabras".
Las casas particulares o las pocas "ventas" que existían en el barrio eran lugar de encuentro para festejar los bailes y parrandas: "Seña Gregoria La Chalequera (esquina calle El Tosco), Siñor Cándido (en Los Cuatro Cantillos), Seña Hilaría (Pinolere Alto) o Casa Esteban Perdigón ("más recientemente", en los años treinta)". Dada la relación de parentesco entre la mayoría de los naturales de este pago, era propio reunirse en torno a un garrafón de vino y algo de armadero para celebrar la fiesta. Los tenderetes y bailes se generaban de forma espontánea o cuando marcaba la fecha señalada en el corto calendario festivo de los moradores de Pinolere.
Los bailes, acompañados por parrandas de cuerdas, prodigaban en el lugar y fueron muchos los tocadores famosos que amenizaban las veladas. "Seño Eulogio (Tío de Toribio Delgado), Cristóbal Luis Acosta, Jacinto, Lucas que fue cestero y que tocaba el requinto...". La luz de las capuchinas o lámparas de carburo iluminaban tímidamente las humildes paredes de los viejos pajares o las ventas que congregaban a los ansiosos pobladores con ganas de olvidar la dura lucha diaria de las tareas del campo. "Aquí, tan pronto tenías uso de razón ya estabas cogiendo yerba p"a las cabras, a juntar cisco o ira venderla leña a la Villa". Las melodías y cantigas se hacían oír en los silenciosos "lomos", como el de "La Canaria", el de "Los Bobos" o el "Lomo de La Vieja", que salpicados de centenarios castaños y grandes manchones de trigo se cimbreaban pausadamente al son de la isa. "Habían muchas mujeres que cantaban: Dominga, suegra de Cristóbal; Anita, La Maranga; María Hernández... Y hombres como Agustín y Pedro, hijos de Anita, Lorenzo, el marido...".
Aquí casi todos vivíamos en pajalitos.
Foto cedida por Lali González
La tradición en estos pagos de buenos cantadores y buenas cantadoras está justificada por la definición que unos de nuestros informantes nos da al respecto y que hoy prácticamente está desapareciendo: "El cantar de esta gente era porque ellos se dedicaban al campo, criaban animales, cogían yerba y esas cosas. Siempre les gustaba cantar mientras trabajaban. Y por eso les viene esa tradición. Porque oían con respeto a las madres ya los abuelos. Hoy con la televisión y esas cosas ya no se escucha a nadien".
Pinolere, como la generalidad de caseríos de las medianías, no era generoso en Fiestas, sobre todo en una época -Guerra Civil, Posguerra, Dictadura, el yugo de los "señoritos" de La Villa...- en que se pasaba "mucha fánfana": "Los potajes de jaramagos los atas con una hebra de hilera, se le iba yendo el verdor y luego los picabas, no era malo" o "El gofito de tacorontía" son testimonios evidentes de las penurias que tuvieron que padecer en ese periodo histórico que les tocó vivir. La llegada de los Carnavales, a pesar de las prohibiciones eclesiásticas y de las autoridades de la época -"... No será autorizado ningún baile, ni fiesta... en esta primera semana por haber comenzado dicho periodo cuaresmal"-, eran los únicos festejos capaces de romper la dura monotonía del castigado campesino isleño y que hoy mantiene vivos en su memoria: "En Carnavales hacíamos bollos. Los Carnavales eran sonados, y se hacían rebanaditas de pan con huevos".
La creación en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX (1852-1906) de las primeras sociedades recreativas, entre ellas el Casino de "los Caballeros" o el "Liceo de Taoro" en la Villa, van a provocar un desplazamiento de los bailes particulares de las clases acomodadas o de la burguesía floreciente, hacia estas nuevas entidades que organizarán los festejos carnavaleros. Los barrios de las medianías se mantienen al margen e inalterables en sus costumbres ante estas nuevas tendencias asociacionistas. Es hasta bien entrada la década de los setenta, con la efervescencia del movimiento vecinal, cuando nacen las primeras asociaciones de vecinos que van a generar todo tipo de actividades culturales, de ocio y, sobre todo, reivindicativas. Tal es el caso de la Asociación de Vecinos "Horizonte 2000", que se funda el 7 de Julio de 1977.
"Cuando venían los Carnavales se hacían las piñatas. Se reunían unos quilitos, unos almudes de trigo para hacer el pan. Aquí habían hornos. Y el café se tomaba en Carnavales, en días señalados". Con meses de antelación se iba guardando el grano para hacerla harina. "Unos iban a la Villa al molino; otros los molíamos como los guanches, con las piedras que habían en algunas casas de aquí". Posteriormente, se elaboraba la masa que llevaban a cocinar al horno de Doña Gregoria La Chalequera, que se alimentaba de las cepas que se guardaban celosamente tras la poda de las viñas de los alrededores. "Había quien hacía 10 ó 20 panitos; otros 30, según las posibilidades de cada uno. No había dinero pa’ más".
Las fiestas se hacian en las ventas.
Foto cedida por D. Toribio Delgado Acosta
"El olorcito a pan por ese barranco despertaba a un muerto. ¡Eso daba gusto!". Ese aroma, aludido y recordado por la frágil memoria de los viejos y las viejas de Pinolere que hemos entrevistado, sigue perenne en el recuerdo de cada uno de ellos. Esa fragancia extraña iba a anunciar la llegada de la "juerga carnavalera".
La Isa de La Piñata sería el plato fuerte de tales festejos, y que marcaría una peculiaridad e idiosincrasia típica y casi desaparecida del Carnaval de Pinolere. La misma se hacía coincidir con las Carnestolendas, es decir, con el domingo antes de quitar las carnes, el inicio de La Cuaresma. Por suerte, todavía quedan algunas personas que nos han podido transmitir esta variante de la afamada y festiva danza de nuestro folclore canario que, desde estas páginas, invitamos a recuperar.
"En la Cruz de Los Cantillos, una Piñata bailé, con una pelota de gofio para la gente comer" (Valentín Trujillo Delgado).
Algunas referencias en torno al origen de la isa
A mediados del siglo XIX, comenta Elfidio Alonso en su Antología del Folklore Canario, "se cantaba la isa en La Orotava como se desprende de los siguientes versos: Resuenen las panderetas y ándense las manos listas repiqueteando los dedos para acompañar la isa".
Sigue diciendo el citado folclorista que "se cantaba y se tocaba, porque el baile tuvo que llegar años después, cuando nuestros emigrantes nos trajeron de América la actual coreografía de la isa o jota canaria". El mencionado autor mantiene, según su parecer, en el trabajo Analogías e influencias. Folklore musical canario y latinoamericano la influencia, por lo que respecta a su coreografía, del pericón argentino con nuestro baile, ya que es demasiada coincidencia. "(...) Los 34 movimientos y figuras de danza criolla sean las mismas que los de la isa canaria".
Lothar Siemens, por el contrario, mantiene en su trabajo La música en Canarias que "la isa, en realidad es solo una versión canaria de la jota peninsular, tanto por la música como por la coreografía (...)".
Al margen de discrepancias e hipótesis diferentes, lo que si está claro es que el pueblo llano ha hecho suya dicha manifestación folclórica que ha adaptado a su propia idiosincrasia, enriqueciendo y aportando, en muchos casos, el devenir de los años múltiples variantes. Esto ha ocurrido en Pinolere con La Isa de La Piñata, incorporando elementos nuevos a la misma: el mezclar elementos lúdicos y festivos como la piñata, las cintas, etc., que aderezan este baile haciendo propia esta manifestación de nuestro folclore. No cabe duda de que la constante emigración tuvo que ver, en mayor o menor medida, con la incorporación de estos nuevos elementos a la danza, creando un estilo o variante propio en el lugar.
La Isa de La Piñata de Pinolere
La alegría y belleza del baile, las posibilidades coreográficas de la isa (salida o comienzo, rueda, cadena, reja, balanceo, arcos-puente, dos ruedas y vals), posibilitan su ejecución con mayor o menor perfección por parejas no expertas, propiciando esta variedad de movimientos su presencia continuada en los "bailes de cuerdas", adquiriendo unas peculiaridades propias y diferenciadas como la variante que nos ocupa, La Isa de La Piñata de Pinolere.
Don Cristóbal Luis Acosta. Maestro de Tocadores.
Foto Rafael Gómez
Al igual que otros bailes, se celebraban en las ventas o casas particulares ya mencionadas. Allí se reunían familiares y conocidos al son de la melodía. "La parranda que tocaba la Piñata estaba formada por Cristóbal Luis Acosta, que tocaba el laúd; Francisco Luis Acosta, la guitarra; Vicente Fariña, la guitarra y el timple, e Inocencio Delgado Hernández, el timple". Se colocaba sobre una tarima o parapeto, "dos mesas y un tablero o cuatro tablas encima eran el escenario", hasta que el ventero o dueño de la casa invitaba a los asistentes a danzar La Isa de La Piñata. Sirva de testimonio esta copla dedicada a una de las ventas más emblemáticas de Pinolere, la de Don Esteban Pedigón Pacheco, hoy regentada por su hija Amelia y que nos la ha transmitido doña Candelaria Fariña Hernández: En casa de seño Esteban, La Piñata yo bailaba. Se comía arroz con leche que lo hacía seña Juana.
"La gente tenía que apuntarse, ya que todo el mundo no quería o no tenía dinero para pagar su parte". El encargado de organizarla iba asignando un número a cada pareja según se anotaban. Cada uno pagaba una cantidad de dinero, que hoy resultaría irrisoria pero que en esa época -las últimas Piñatas, según el recuerdo de nuestros informantes, datan de los años cincuenta y principios de los sesenta- servía para comprar vino y rosquetes con que brindara los presentes después de "bailar la Piñata".
La Piñata se adornaba con flores de sirdana.
Foto: Rafael C. Gómez León
La punta de la cinta se ponía hacia dentro para que no se viesen los números.
Foto: Rafael C. Gómez León
La Piñata era un cesto de mano o una canasta, adornada con flores amarillas de sirdana o girdana (Teline stenopetala, arbusto de hasta 6 m. de altura que produce las flores en racimos. Es propia de las zonas de laurisilva. Abundante en las zonas próximas a Aguamansa, como la Reserva Natural Integral de Pinolere), que escondía el regalo que servía de reclamo. Por lo general, el dueño de la venta u organizador del baile donaba el citado obsequio. En el interior de la piñata se ocultaba una gallina o un conejo, garbanzos tostados o higos pasados, unos calcetines o unas bragas... "Más de una vez se descubrió el premio. Un año metieron un conejo y empezó a mear. Todos los orines salían por el fondo del cesto".
De la Piñata se colgaban tantas cintas de colores como parejas se hubiesen apuntado a bailar la Isa. Las mismas se trababan alrededor del fondo del cesto, sujetas a los bucles que forma este con las costras de castaño o a un aro de verga. "La punta de la cinta siempre se ponía hacia dentro para que no se viesen los números". Cada cinta tenía escrito un número. El ramillete de cintas se mantenía recogido durante el baile y se soltaba un momento antes de comenzar la esperada danza. Otra variante a la hora de poner las cintas consistía: "Poníamos las cintas que nos parecía y a una le escribíamos la palabra "piñata". El que se la sacaba, ganaba el premio".
Quien tiraba de la cinta que colgaba de la Piñata siempre eran mujeres.
Foto: Rafael C. Gómez León
El organizador, en un entreacto del baile donde se disfrutaba de polkas, tangos, valses, folías..., anunciaba a los presentes que se iba a bailar "La Isa de La Piñata". "Aquí sólo bailábamos en cadena y en parejas". Las parejas, al son de la música y cogidos de la mano, en cadena, iban dibujando las múltiples variantes que ofrece esta figura. Cuando cambiaban, pasaban a parejas, y en este momento se iban diciendo los números que les habían asignado al apuntarse, cogiendo cada pareja una cinta. "Quien tiraba de la cinta que colgaba de la Piñata siempre eran las mujeres". Los hombres, una vez que la tenían, "se la cruzaban o ataban al cuello, como si fuera un trofeo".
Los cantadores y las cantadoras "subían a la tronera" espontáneamente, "cuando estaban metidos en caña, metidos en humor", y cada cual cantaba su copla. Estos momentos eran aprovechados por unos y por otros para lanzar algún pique a alguien del baile, algún canto de amor o desamor, o simplemente cantar por diversión y por gusto: "Más de una vez acabaron a trompadas por meterse con alguien". Un claro ejemplo son estas coplas recogidas en Pinolere y que reproducimos a continuación:
. Coplas emparejadas: Doña Julia Hernández.
ÉI.
Hace un año que me fui ahora me quiero casar, pero quisiera saber, lo que tu padre me da.
Ella.
Lo que mi padre te da, advierte a lo que te digo, es una finca que tengo más abajo del ombligo.
. Coplas de piques: Valentín Trujillo Delgado.
La fina de Pinolere, y el bobo de La Cañada fueron a bailar el
. Recogida de la Parranda de la 3ª edad de Pinolere.
En Pinolere, yo lo vi, un burro chascando millo. Si me llegan a jurar, digo que es
. Coplas de amor. Valentín Trujillo Delgado.
Corazón de verde palma, y ojos de verde laurel, a quién le
. Coplas de "consejos". Valentín Trujillo Delgado.
Mi madre me dijo Hijo, no seas tan parrandero, que yo no te siento a ti, lo que siento es el dinero.
. Dedicada a la Piñata. Marcelino Delgado Acosta.
Cuando me siento cantar, me dan ganas de llorar, en oír esta Piñata, que se va de terminar.
. Coplas picantes. Doña Julia González.
Al saltar de la lancha, te vide el culo, vaya una chimenea, con tanto humo.
Aquí sólo bailamos en cadena y en pareja.
Foto: Rafael C. Gómez León
El premio era un conejo, garbanzos...
Foto: Rafael C. Gómez León
La Isa de la Piñata siempre se bailaba bien entrada la madrugada, ya que esto obligaba a los presentes a permanecer varias horas en la venta, lo que les hacía gastar unas buenas pesetas en el convite y alegrar los corazones, generando buenos dividendos al ventero. Don Cristóbal Luis Acosta, maestro de tocadores, nos comentaba la siguiente anécdota respecto a algunos momentos de la noche donde la euforia del baile y los vasos de vino se salían un poco "de madres": "Mi suegro me acompañaba a tocar a los bailes. Cuando estaba demasiada entusiasmada la gente, él se cabreaba porque no atendían a los toques de la parranda. Entonces cantaba esta copla: Sigan bailando, sigan bailando, el que no lo ha visto, lo está mirando. Y sigan bailando, y sigan bailando, porque tienen que atender a lo que están tocando.
A la parranda que tocaba La Isa de La Piñata, con los ánimos caldeados, la despedían siempre con esta copla: Damos a acostarnos, madre, que el hombre se quiere ir, ya no queda más aceite, que la que está en el candil (Marcelino Delgado Acosta).
Esta variante de la isa que encontramos en Pinolere, nos viene a confirmar el ambiente familiar y ganas de tenderete que demandaban los moradores de este pago. La Isa de La Piñata abría los carnavales del barrio, que se complementaba con la elaboración de las rebanadas o torrijas que no faltaban en ninguna casa, por humilde que fuese, para brindar al visitante o a la máscara de turno. "El pan lo mojábamos en vino, en leche... lo que hubiera; luego lo pasábamos por huevo y luego al sartén. ¡Ah!, si había azúcar, se la poníamos". En el salón de mi padre, La Piñata yo bailé y comiendo rebanadas, yo de ti me enamoré (Eduvigis Delgado Luis).
Al final todos acabamos contentos porque bailando o no, siempre acababas brindado.
Foto: Rafael C. Gómez León
Había costumbre de vestirse de máscara, "sobre todo los noveleros". "Aunque después de la Guerra todo eso estaba prohibido, aquí no hacíamos caso". Se vestían con sábanas o sacos atados a la cabeza a modo de moño y con unos agujeros para ver. "Más adelante los hombres se vestían de mujeres y las mujeres de hombres". No utilizaban caretas, sino algún trapo para esconder la cara a modo de antifaz o un pañito calado. "Tío Eulogio y Juan Raimundo eran unos viejos noveleros pa esas cosas".
Seno Juan Raimundo era un viejo novelero p"a esas cosas.
Foto cedida por Lali González
Las mujeres casaderas eran las que más se disfrazaban.
Foto: Rafael C. Gómez León
La máscara en las zonas campesinas, y Pinolere no es la excepción, se caracterizaba por la familiaridad que tenía con el medio donde se desenvolvía normalmente. "Juan El Cestero era una máscara como el diablo. Como ése no había ninguno". Esto le iba a permitir el conocer ciertos detalles que servirían para bromear con los vecinos. "Aquí tenían costumbre de ir con un cestito de casa en casa, donde le convidábamos con algo". Los panitos de seña Gregoria, las rebanadas de pan, algún huevito o un vasito de vino caía de casa en casa. "A mi casa no entraban, si no se descubría quién era". La desconfianza quedaba patente entre los vecinos, ya que hasta que la máscara no se descubría no le iban a permitir la entrada a la vivienda. Eso sí, respetaban el anonimato de la misma para que nadie se enterase y siguiera la juerga por el barrio.
La presencia de la mujer también era frecuente en este Carnaval. Seña María Hernández y Seña Manuela Acosta Hernández, abuela y madre de Marcelino y Toribio Luis Acosta, entre otras, "eran muy noveleras pa estos tenderetes y p"a cantar". Seña María Hernández se vestía de máscara y se paseaba por los caminos de Pinolere cantando este pareado que ha llegado hasta nosotros: A gú, a gú, que se apaga la luz.
Pero sobre todo, las que se vestían de máscara eran las mujeres casaderas: "Buscaban lo mejor para disfrazarse. Una sábana o una colcha de las más nuevas. Se la ponían por encima como si fuera una túnica y se la ataban a la cabeza haciendo un moñito. Debajo llevaban alguna ropa de hombre y se tapaban la cara con un trapo con dos agujeros. Después se iban al baile".
El Entierro de La Sardina
A pesar de las duras prohibiciones de las autoridades competentes y, como comenta Domingo J. Navarro, "(...) en pueblos y zonas rurales era preferido el rito pagano del Entierro de la Sardina al estricto ayuno que mandaba el Santo Oficio", se celebraban por toda la zona llorando al machango o sardina que habían elaborado con los restos de algún pantalón y camisa vieja rellena de paja o pinocho. La cabeza solía hacerse en ocasiones de una calabaza ahuecada con una vela dentro. "Las autoridades calificaban estos entierros como tristísimos, haraposos y sucios, que dejan en entredicho nuestra cultura pidiéndose su prohibición, o que fuesen confinados a los barrios más apartados".
El séquito lloraba desconsoladamente por la cuesta de Pinolere o cantaban la conocida copla popular mientras acompañaban al machango: La sardina se murió, ya la fueron a enterrar, veinticuatro palanquines, un cura y un sacristán.
Tocando de puerta en puerta, eran brindados por los vecinos con un vaso de vino. Un cubo con agua, "más de una vez pusieron hasta orines", y una escoba vieja que cumplía la función de hisopo, iban rociando y bendiciendo a todos los que encontraban a su paso. "El machango siempre lo quemaban por encima del barranco, en Los Barros".
Algunos autores consultados comentan respecto al Entierro de la Sardina: "(...) la quema del machango tiene su origen en cierto remedo de los autos de fe que organizaba el Santo Oficio contra los judíos. Otros estiman que el muñeco viene a ser una simple caricatura del diablo, que siempre ha desempeñado un papel fundamental en los carnavales, según la iglesia (...)".
El 15 de febrero de 1961, tras enmascarar, nunca mejor dicho, los Carnavales de Tenerife con el nombre de Fiestas de Invierno, la autoridad advierte: "Dado que a partir de este día, Miércoles de Ceniza, comienza para muchos ciudadanos una etapa de meditación y recogimiento, El Gobernador dispone: Cualquier acto que pueda recordar a la mascarada medieval conocida con el nombre de Entierro de La Sardina, será reprimida por los agentes de la autoridad". Tengamos en cuenta que se considera Carnaval al periodo de tres días que preceden al Miércoles de Ceniza, fecha en que comienza la Cuaresma y en que la Iglesia tiene prohibido todo rito o fiesta pagana.
"El Bicho"
Otra costumbre que estuvo presente dentro del Carnaval de Pinolere hasta hace relativamente poco tiempo era la de El Bicho que nos hace recordar por su cierta similitud a "Los Carneros" de la isla de El Hierro. Un hombre vestido con pieles de cabra, cuernos sujetos a la cabeza, con la cara tiznada y atado con unas cadenas iba lanzando gruñidos y ruidos estridentes. Este personaje iba caminando a cuatro patas. "Hubo muchas veces que el que hacía de Bicho llegaba a la casa con las rodillas echando sangre". Tras él, un grupo de personas con la cara también ennegrecida por algún tizo de leña, golpeaban cacharros, hacían sonar los bucios, cencerros, etc., haciendo un ruido infernal. "En varias ocasiones llevaron hasta un veode, una fragua al que le metían voladores. Al moverlo echaba las chispas de fuego de la mecha". En más de una oportunidad le llegaron a estallar los voladores al que hacía de Bicho, pero por suerte y al estar forrado de pieles no se produjeron daños mayores. Portaban antorchas que alumbraban los oscuros caminos de Pinolere. "El Bicho corría detrás de nosotros como si fuera una fiera. Se tiraba contra la gente como si los fuera a atacar. Sobre todo los niños eran los que más miedo le tenían. Más de una vez hasta nos meamos los calzones del miedo".
Las personas que hemos consultado lo dibujan como algo horroroso, dantesco, habiéndoles marcado los recuerdos de su infancia. Quizás aquí se juegue un poco con Ia figura de los seres malignos que nos van a llevar al Infierno "por malos" como "El Hombre del Saco", "El Diablo", etc. La figura del Diablo, sobre todo en Cuaresma, era utilizada por la Iglesia para intimidar y "alejar del pecado" a aquellos osados que se atrevían a desafiar las leyes eclesiásticas.
Algunas de las personas que protagonizaron y dramatizaron estas parodias diabólicas que podemos relacionar con ciertas costumbres de origen pastoril o, por la similitud en cuanto al fuego y los voladores, con Las Libreas fueron Pedro y Urbano Luis Acosta, que siempre hacían de El Bicho. Francisco Luis Acosta (fontanero), Rafael González Hernández (cestero), Belisario, Diego, etc., acompañaban al citado ser. Casualmente, existía un parentesco entre todos ellos y vivían en la misma zona, Los Cuatro Cantillos, lo que podría tener alguna relación en la transmisión de esta tradición. "Eso venía de antes. Desde que yo era pequeñito. Iban hasta la plaza de La Villa, Aguamansa, La Florida...", afirma un octogenario vecino de Pinolere.
Las parrandas se organizaban espontáneamente.
Foto cedida por Lali González
¡Vamos a bailar muchacha!
Foto: Rafael C. Gómez León
Las parrandas callejeras
Era habitual, aparte de las distintas diversiones que caracterizaron el Carnaval tradicional de Pinolere que hemos ido desgranando a lo largo de esta pequeña aproximación, "las parrandas callejeras".
Estas parrandas se caracterizaban por la constante improvisación e ingenio de algunos personajes que casualmente aparecen como protagonistas en otros momentos de estos interesantes y originales carnavales. "Francisco, el fontanero, se encargaba de buscar a toda la pandilla para formarlas parrandas p"al Carnaval".
La parranda se vestía de cualquier cosa: un trapo viejo, un sombrero, una sábana, una falda... Éstas tendrían cierto paralelismo con las murgas o fanfarrias actuales de nuestro Carnaval, ya que combinaban algunos instrumentos, sobre todo de percusión, con frases o canciones ocurrentes, a veces sin sentido, que servían de pretexto para correr la juerga.
Una de estas famosas parrandas que se formaron a finales de los años cincuenta y principio de los sesenta era la que estaba formada por Belisario y Francisco Luis Acosta (el fontanero), que tocaban en su "dolorido" recorrido de casa en casa y de venta en venta, los platillos y el acordeón; Óscar Núñez tocaba la guitarra, y luego la gente que se iba juntando por el camino hasta formar una auténtica procesión. Se pasaban todo el camino cantando "siempre la misma retajila: Pachín, pa la tumba, con papas". Cada una de estas pequeñas frases, casi onomatopéyicas, se acompañaba con golpes al unísono de algún instrumento: "Cuando decíamos Pachín, estampido a las dos tapas de caldero que servían de platillos; pa la tumba rascábamos las cuerdas de la guitarra, y cuando decíamos con papas abríamos de repente el acordeón". El ritmo musical se asemejaba a una marcha militar, golpeando al pronunciar cada una de las frases.
En otras ocasiones, estas parrandas cantaban coplas del folclore tradicional, "(...) cantaban la isa, malagueñas y folías por esos caminos", acompañadas de guitarras y timples, interpretando cantares que se hicieron populares y que hoy aún se recuerdan algunos, terminando a menudo en el baile del barrio: Carnavales locos, gente divertida, cantando y bailando me paso la vida; o Carnavales alegres, ¿a qué "venistes"? A llevarte el dinero, bien me "jodistes".
La Piñata del Diablo
La semana carnavalera finalizaba repitiendo la Isa de La Piñata el primer domingo de Cuaresma, la cual era conocida como la Piñata del Diablo. La celebración de jolgorios y otros ritos paganos quedaban prohibidos a partir de las doce de la noche del martes, con la entrada del periodo de penitencia y privación de alimentos o ayuno. Este tipo de prohibiciones quedan muy lejanas para algunos pueblos del interior y sobre todo para los caseríos de las zonas rurales, como es nuestro caso. Una vez más aparece el diablo, que siempre ha desempeñado un papel fundamental en los carnavales, según la Iglesia. Figura esta utilizada muchas veces como un elemento intimidatorio y del que se había de resguardar, pero que no iba a impedir el divertimento, del que estaba privado todo el año, el sacrificado y explotado hombre del campo: "Aquí trabajábamos todos los días; grandes y chicos, pa eso no importaba la edad".
Estas dos coplas que transcribimos a continuación, que hemos recogido de la memoria y tradición por los tenderetes y parrandas, de D. Valentín Trujillo Delgado y de su mujer Doña Julia González Hernández, sirven de rúbrica a estas sentidas pinceladas con las que hemos pretendido reflejar el ambiente festivo de los Carnavales de un barrio apreciado y querido por éste, que les ha acompañado en esta tímida incursión por el pasado de mis amigos y casi vecinos de Pinolere.
Ya se van los carnavales, ya se van, buen tiempo llevan. ¡Cuantos se quedaron llorando, con la carne en la cazuela!.
Ya se van los carnavales, cosa buena poco dura. Ahí viene marzo y abril, recogiendo la basura.
Conclusión
La marcada influencia salsera que se le ha añadido a los Carnavales en los últimos años, ha hecho perder las señas de identidad de este festejo en la mayoría de actos y actividades espontáneas de las Islas. La necesidad de rescatar del olvido y revitalizar aquellas tradiciones que, como las que hemos expuesto en esta pequeña aproximación del Carnaval de un barrio rural como Pinolere, debe hacer reflexionar a las entidades sociales, culturales y administraciones públicas locales, insulares y autonómicas, acerca de la necesidad de potenciar y rescatar las mismas.
El Domingo de Cuaresma acabábamos con la Piñata del Diablo.
Foto Rafael Gómez
Todavía estamos a tiempo, en algunos casos, al poder contar con los hombres y las mujeres que fueron protagonistas en algún momento del tiempo y que, a pesar de su edad, aún mantienen vivo el recuerdo de estas costumbres festivas que definen nuestra identidad cultural canaria. Este legado de la cultura popular de nuestros pueblos, requiere el esfuerzo de todos los que nos sentimos identificados con la importancia que tiene en nuestra historia la tradición oral de nuestros mayores, como expresión de respeto y homenaje a todos los que con su esfuerzo han conservado encendida la llama de nuestras tradiciones.
Informantes:
Dña. Julia González Hernández (78 años).
D. Estanislao Hernández Delgado (73 años).
D. Toribio Delgado Acosta (78 años).
D. Cristobal Luis Acosta (88 años).
D. Valentín Trujillo Delgado (81 años).
D. Marcelino Delgado Acosta (69 años).
Doña Eduvigis Delgado Luis.
Doña Candelaria Hernández Fariña.
Doña Lali González Hernández.
Bibliografía Consultada
- LOTHAR SIEMENS HDEZ. La música en Canarias. Ed. Museo Canario. Las Palmas de Gran Canaria, 1977.
- DOMINGO J. NAVARRO. Recuerdos de un noventón. Ed. Museo Canario. Las Palmas de Gran Canaria, 1977
- ALONSO QUINTERO, ELFIDIO. Antología del folklore de las Islas. Ed. Zacosa S.A. Madrid, 1981.
- JOSÉ PÉREZ VIDAL. Estudios de etnografía y folklore canarios. Ed. Cabildo Insular de Tenerife, 1985.
- AMPARO SANTOS PERDOMO. JOSÉ SOLORZANO SÁNCHEZ. Los Carnavales de Santa Cruz de Tenerife. Ed. Ayuntamiento de S/C de Tenerife. 1983.
- Revista EL PAJAR. Ed. Asociaciones de vecinos de La Florida y Pinolere. 1987.
- VARIOS AUTORES. Pinolere. Historia y tradición. Ed. AA.VV. Horizonte 2000. Tenerife, 1995.
- NUEVA ENCICLOPEDIA LAROUSSE. Ed. Planeta. Madrid.
Este artículo ha sido previamente publicado en 1996 en la revista El Pajar. Cuaderno de Etnografía Canaria, editada por la Asociación Cultural "Día de las Tradiciones Canarias" Pinolere.