La tradición es la trasmisión de historias, costumbres, ritos, factores todos que identifican a un pueblo de generación en generación. Y ello lo dignifica, lo enaltece y lo distingue rompiendo con la apatía, la mediocridad, la aculturación y todo signo de alienante globalización que no tiene otro objetivo que el de romper con las más puras esencias de una entidad labrada lentamente, al paso de los siglos, por unas gentes emprendedoras, celosas de sus ancestros y mantenedoras de las señas de identidad que le hacen alumbrar con luz propia. Ese sendero lo han seguido las gentes de la Villa y Puerto de Garachico. Porque sus vecinos han sabido ser portadores de mensaje y de las nuevas generaciones, buscando siempre el equilibrio adecuado y sin renunciar jamás a la modernidad y al progreso. Porque no son factores contrapuestos, lo añejo, lo típico, lo identificador de nuestra etnografía no tiene que ser claudicante ante lo moderno y novedoso, sino todo lo contrario, lo inteligente está en saber lograr la adecuación y la adaptación a los nuevos tiempos de las esencias viejas con todo aquello que es innovador.




Y Garachico lo ha conseguido. Es una villa moderna que ha sabido conservar sus viejas calles con el sabor antiguo de las casonas que rezuman antañonas huellas junto a los templos y conventos y que sirven de claro y franco testimonio a imitar en otros municipios de nuestro archipiélago canario. Garachico no es un museo; o si queréis, un museo vivo y funcional acorde con los tiempos actuales, pero conservando los preciados estigmas del próspero pasado a la sombra del volcán. Por ello, cada año abre sus puertas para celebrar en sus más dilectas fiestas, el tan importante capítulo dedicado a las selectas tradiciones, que han sabido caracterizar a un pueblo leal, luchador ante la adversidad y abierto siempre al progreso sin ningún atisbo de fronteras.