La tradición oral nos cuenta que la talla de la Virgen de Candelaria, Patrona de Tijarafe, había llegado a La Palma en el siglo XVI con destino a su vecino pueblo de Puntagorda. Tuvo que ser escondida en una cueva del Barranco de Pino Araujo para protegerla de los feroces piratas que merodeaban por las costas. Una vez disipado el peligro, algunos lugareños fueron a recogerla a su escondite. Cuando trataron de llevarla por mar a su destino final, era tal el insólito peso de la imagen que tuvieron que desistir en su empeño de proseguir el viaje. Fue imposible. La interpretación de aquel prodigio fue que la “Señora” quería permanecer en Tijarafe. Este supuesto deseo divino fue rápidamente obedecido. Se cuenta que brotó una fuente en el aquel preciso lugar, en la llamada “Cueva de la Virgen”, y los numerosos romeros que, desde entonces acuden a celebrar las fiestas marianas de septiembre, rememoran esta bonita historia que se ha transmitido de padres a hijos en aquel orgulloso pueblo norteño.
En esta edición de 2005, el día 1 de septiembre fue el elegido para que se llevara a cabo, a las 18:00 horas, la peregrinación a la Cueva. Luego tuvo lugar la tradicional Eucaristía y una merienda compartida por los presentes.
UNA FIESTA DE FUEGO EN EL VERANO DE LA PALMA.
Virgen de Candelaria.
Como titular del hermoso templo del siglo XVI presidía su altar mayor dentro de un tabernáculo de madera en 1567. El mayordomo de la ermita, Gaspar Álvarez, declara al año siguiente haber invertido 1000 maravedíes en el aderezo de la talla y 2688 en un manto de tafetán azul. A través de los sucesivos inventarios (1571, 1589) tanto los lujosos trajes como las prendas irán incrementándose. La profesora Negrín nos informa de que “una vez asentado el nuevo retablo mayor en el primer tercio del siglo XVII, pasó a ocupar el nicho principal del mismo, donde la hallaría colocada el visitador Don Juan Pinto de Guisla en 1678 y donde ha permanecido hasta nuestros días”.
El Visitador José Tovar, en 1705, observó que su estado no debió de ser entonces el apropiado, pues dispuso que la talla flamenca fuese trasladada cuidadosamente a la capital palmera “con el fin de someterla nuevamente a las operaciones de dorado y estofado”.
El Niño porta en sus manos una pera, alusiva a la Encarnación, y un pájaro, “símbolo del alma del pecador refugiándose en Cristo” (Salmo 123, 7). La Virgen presenta una larga cabellera extendida en compactos mechones y adornada con un pequeño tocado y una cinta sobre la frente. El hábito que la cubre tiene escote redondo y está ajustado por la cintura. Los ampulosos ropajes ocultan un estilizado cuerpo que se desploma sobre una pierna. Los suaves pliegues de las telas, de crestas redondeadas y el tratamiento de los paños “se advierte en otras obras de la escuela brabanzona datadas a principios del siglo XVI”. La Virgen ladea levemente su cabeza hacia la del Niño, en maternal postura, mientras que en su mano izquierda sostiene la “candela” de plata o larga vela, símbolo de su advocación.
Además de los actos litúrgicos de su onomástica, 2 de febrero, la Fiesta de la Virgen se celebra también en el mes de septiembre. El día 8, después de la Misa solemne concelebrada y cantada por la magnífica masa coral del pueblo, es trasladada procesionalmente a través de las calles de Tijarafe, profusamente adornadas, entre el estruendo de fuegos de artificio y el acompañamiento de multitud de fieles. Sus andas de baldaquino magníficamente decoradas portan delicadamente al bien más querido de este municipio palmero, efigie a la que ofrecen numerosos actos en la celebración de la “Natividad de la Virgen”. A su entrada tiene lugar, tras el “Cuadro Plástico”, la famosa Loa en su honor.
En la madrugada de la víspera, durante una monumental verbena, el popular y temido “Diablo” danza entre la multitud embelesada y estalla en fuego y colores. Los fuegos artificiales inundan la plaza y la diabólica figura se convierte en una bola incandescente hasta que su cabeza explota. Un año más vence la Virgen sobre Satanás. El Diablo hacía entonces “la venia” o las tres genuflexiones a la Patrona ante las puertas cerradas del templo. Antiguamente, aquél, chamuscado, acompañaba a la Virgen en su itinerario procesional del día siguiente.
El Diablo.
Tal vez por este motivo, al tijarafero de “pro” no le guste excesivamente el que las fiestas patronales en honor a su “Virgencita” pasen ya a conocerse y llamarse de forma generalizada por los forasteros como “Fiestas del Diablo”. En todo caso, las “Fiestas de la Virgen” o “Fiestas de Candelaria” son su denominación original y verdadera.
En la madrugada del día 8 de septiembre, puntual con su cita con la multitud que anhela su presencia después de todo un año, el “Diablo de Tijarafe” hace su entrada sigilosa en la gran plaza de la Iglesia, cubierta a modo de cúpula de banderitas de todos los colores. En el programa de este año se lee: “2,30 H. suelta del Tradicional “DIABLO” acompañado de gigantes y cabezudos”.
La orquesta lleva un buen rato amenizando la verbena de la larga espera y el gentío tiene ya ganas de disfrutar con el baile de fuego. En estos últimos años, la organización ha estimado en más de 5.000 personas las que se dieron cita en la plaza y aledaños. Algunos mascarones (gigantes y cabezudos) anuncian la entrada del “machango negro” y marcan la cuenta atrás. La emoción se desborda. La hora ha llegado. Un elemento que también aporta más tensión a esos instantes es el hecho de que nadie, excepto los miembros de la organización, sabe por dónde va a hacer su aparición el Diablo. Es una sorpresa y el secreto se guarda hasta el final.
De repente, entre los claros y sombras de la plaza, surge la diabólica figura negra de grandes ojos rojos llamativos. El griterío de la sorprendida y asustada concurrencia es ensordecedor mientras la música de la orquesta arrecia con sus mejores piezas. El “bicho” entra en la plaza escoltado por un grupo de voluntarios, a modo de cordón de seguridad, que trata de velar por que el acto se desarrolle según lo previsto, sin incidentes. Cada año se convierte en una tarea más difícil, por la aglomeración de público dentro del recinto.
Una gran cantidad de voladores y fuegos de artificio van estallando desde el exterior de la carcasa que protege al valiente voluntario que lo baila. En estas últimas ediciones ha sido el tijarafero Ricardo García Castro quien ha hecho vibrar a su pueblo con su frenético baile de fuego. Primero se prende la horqueta, luego el rabo y poco a poco se van quemando las distintas partes del cuerpo. Aproximadamente en los veinte minutos que tarda la danza, más de quinientas piezas de fuego de artificio salen disparados de la carcasa para iluminar el cielo en el ya “Día de la Virgen”. El público extasiado lo rodea e incluso lo provoca para que dance con más brío y disfruta con la gran descarga multicolor de fuego que inunda toda la plaza, causando más de una chamusquina en camisas y pantalones e incluso en alguna que otra melena.
Cuando se sitúa dificultosamente en el centro de la plaza, se produce la apoteosis de la noche: la cabeza explota entre aplausos, vítores y humo. El olor a pólvora se extiende por todo el pueblo y cuando el espeso humo desaparece, también lo ha hecho ya el Diablo hasta el año que viene.
Los orígenes más remotos del Diablo, según las investigaciones efectuadas por José Luis García Francisco, datan de la primera década del siglo XX. Inicialmente estaban ligadas a un personaje llamado “Cataclismo”. Algo más tarde, otros vecinos como Pedro Brito, Antonio Cruz y Osorio Martín crearon la figura del “Diablo”, bailándolo a principios de aquel siglo. Consistía en un armazón de madera y cañas, forrado con tela de sacos y sujeto por arcos. Más tarde se recubría con una lechada de cal para protegerlo del fuego. Luego llegó un pelele al que los lugareños bautizaron “Sinforiano”. Su figura era humana y se situaba sobre un barril que permanecía fijo en el suelo desde el cual un valiente voluntario movía por medio de unos hilos sus manos. En la boca, a modo de cigarro encendido, se hallaba una bengala que iba prendiendo fuego uno a uno los voladores que se encontraban en los dedos de su mano. Concluía el espectáculo con la quema de los cohetes alojados en la cabeza.
Aquella vieja carcasa pesada, más tarde de lata, fue, afortunadamente, sustituida por otra más ligera hecha de fibra de vidrio. Los tiempos cambian. Ahora la seguridad prima más que la espectacularidad. Esto no es óbice, sin embargo, para que la fisonomía tradicional del machango se siga manteniendo, incluso se haya mejorado.
Para el que baila el Diablo, o lo “corre”, como aquí se dice, esto es una tranquilidad añadida. Aquella asfixia que sentía el pobre bailador ha quedado reducida al mínimo. Ya en la edición de 2003, a sugerencia de la persona encargada de correr el Diablo, el mencionado Ricardo, se usó una pequeña botella de oxígeno que le aseguraba el constante suministro de aire mientras duraba la agotadora sesión de baile. Otro elemento importante en la seguridad es la utilización de un traje ignífugo y un casco. Con ellos se completa la curiosa vestimenta del “Maligno”.
Aparte de los mencionados historiadores de nuestras costumbres populares, también han sido dos estudiosas las que han profundizado en el “Baile del Diablo”. Me refiero a la periodista María Ángeles Sánchez -autora del libro Fiestas Populares. España día a día- y a la abogada e investigadora María Victoria Hernández -escritora de La Palma. Las Fiestas y Tradiciones-. En estos dos excelentes trabajos, ambas tratan profundamente la “Fiesta de la Virgen y del Diablo de Tijarafe”, una de las más conocidas y multitudinarias fiestas del verano de La Palma.
Si quieres ver el programa de esta fiestas pincha en la siguiente dirección http://www.tijarafe.com/fiestaseptiembre.htm
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