En Agulo, la familia Bento nos reservaba la misma recepción que en Hermigua. Si hubiese deseado escuchar a esta buena gente hubiera vivido allí como un sibarita durante algunas semanas, pero ese no era el objetivo de mi viaje. Así que, al día siguiente, recorrí las montañas vecinas.
Agulo está situado en un valle que no se puede comparar a su vecino. Se penetra por dos gargantas extremadamente estrechas. Numerosos manantiales alimentan arroyos que nunca se secan, aunque una gran parte del agua se pierde por falta de terrenos donde utilizarla. Las montañas que rodean al pueblo tienen unas pendientes tan escarpadas que las tierras caen al fondo del barranco y es imposible intentar ningún cultivo. En cambio, las partes bajas reciben todos los detritus y su fertilidad es asombrosa. Allí se recogen todos los años de 800 a 1000 hectolitros de trigo y otro tanto de millo, sin contar con las papas, las batatas, las legumbres y las frutas más variadas.
Bosques espesos cubren las alturas que se encuentran al Sur de Agulo. Contienen numerosos laureles, entre los que se encuentran el palo blanco (Laurus leucodendron) y el barbusano (Laurus barbusana). Estas maderas se exportan a Tenerife en pequeñas cantidades, para no despoblar las cimas. En este bosque viven una infinidad de pájaros y gatos salvajes, que son más abundantes que en ninguna isla. Una montaña alta, cuyo nombre es Cherepin, domina los bosques que se llaman en el país Rocas de Sobre Agulo.
Fragmento tomado de Rastro de ceniza, de Cesarina Bento, Ediciones Idea [colección “Voces de La Gomera”], Islas Canarias, 2004. En esta publicación se incluye un apéndice titulado “Los Bento reciben a René Verneau”, que es una parte de Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891), del autor francés, de donde hemos tomado este texto.