La memoria y la experiencia de Domingo Corujo se orientan hacia el carnaval de su infancia, un carnaval que brillaba por el ingenio de sus habitantes, fueran campesinos o pescadores. Los recuerdos del carnaval de Domingo Corujo están estrechamente vinculados a sus raíces infantiles, al recuerdo que terceros le transmitieron cuando era un adolescente, antes de que emprendiera la ruta de la emigración y su alma se abriera a otras expresiones culturales, como fue el carnaval venezolano.
Entre los rituales de su tierra conejera destacan los Diabletes de Teguise y los Buches de Arrecife, además de otras manifestaciones del carnaval de su pueblo natal de San Bartolomé. El compromiso de Domingo Corujo con la cultura popular tradicional no constituye una actitud de última hora, forma parte de una tradición familiar. El rescate del pasado musical y folclórico es una de las señas de identidad de los Corujo. Un rescate que le llevó a la confección de un importante documento escrito y sonoro que –como se analizará en su momento– no contó con el apoyo de aquellas personalidades e instituciones que dicen, afirman y viven de lo que se ha dado en llamar “lo nuestro”.
Canciones del carnaval.
Las parrandas del carnaval marinero acostumbraban a cantar al alcalde, al patrón de la embarcación y al ricacho, al cacique, dueño y señor de los barcos. Canciones que no rimaban adrede, instrumentos que se cambiaban para que no se reconocieran a los músicos o se interpretaran mal. Un mundo al revés expresado en algunas letras de canciones y en los atuendos.
Los marineros formaban sus parrandas y los patrones de barcos parrandeaban por su parte. Era una sociedad diferenciada. De ese tiempo viene la canción que le cantó un marinero a la hija de un patrón:
Adiós María del Pino,
La del saquito encasnado
Que es la hija del patrón
Que manda en los barcos
De Tina Santiago.
El padre de la muchacha llamó al marinerito y le dijo que si estaba embarcado y le contestó que no.
- Mañana te vas temprano al muelle y le dices al cocinero que te haga la comida aparte que en este viaje te vas conmigo de encargado.
El señor Guillermo Toledo era el dueño del Requinto, un barco que estaba fondeado en la Barra hasta que le dieran entrada por la mañana. De esa situación salió la siguiente letra:
Levántese señó Guillermo
Que el Requinto está en la Barra
Vengo a pedirle dinero
Para correr una parranda.
Casi siempre un instrumento conocido que tocaba una persona, pasaba a otro, con lo cual, aún entre vecinos de toda la vida, no sabían quién era quién. En un pueblo chiquito habían que taparse la cara para que no lo reconocieran o emplear esas argucias.
Carnaval de San Bartolomé.
Los Buches era un carnaval marinero y los Diabletes eran de tierra adentro. Entre ambas manifestaciones existían otras expresiones populares, las cuales, pese a no contar con el colorido y la espectacularidad de las anteriores, despuntan por el ingenio de sus protagonistas. El pescador utiliza el atuendo del campesino y el campesino o la campesina imita al pescador o a las pescaderas. Es el caso del carnaval de San Bartolomé.
En Lanzarote al hombre del campo lo llaman campesino o campurrio. Los marineros cuando sacaban los buches se vestían con lo que ellos llamaban ropa de campo. Eran marineros que en carnaval se disfrazaban de gente de campo. Una manera de ser diferente. La principal característica del carnaval de San Bartolomé era su improvisación. No habían trajes especiales, la gente se disfrazada con mantas y sábanas. Recuerdo de niño que los que salían a disfrutar del carnaval eran verdaderos actores y actrices. Me acuerdo de una señora que venía con un cesto a la cabeza de boniato y hacía que era pescado. Tocaba de puerta en puerta y mostraba las excelencias del pescado. ¡Mire que está fresquito! Una auténtica parodia sin que asomara la más mínima risa. Se decía que un pariente, José Corujo, tenía un don especial para el carnaval. En su caso, llevaba a la hija chiquita metida dentro de un tiesto, tiznada de carbón y tocaba a las puertas de las casas preguntando si tenían algo que tostar. Había un vecino, un hombre muy serio todo el año, que llegado el carnaval se transformaba en un mono. Aunque era un hombre mayor, los dientes de leche no se le habían caído y se iba con otro pariente a echarse los tragos. En un momento determinado el pariente le gritaba: ¡Mono! El hombre abría la boca y mostraba todos los dientes.
La burriquita de Pepe Corujo.
En San Bartolomé, durante los carnavales, estaba la tradición de la burrita. Pepe el Nuestro se vestía con un sombrero, con trenzas y en la cintura llevaba una burriquita adornada con flores y en la cabeza del animal un sombrerito. Cuando me voy a Venezuela cuál no fue mi sorpresa al ver algo parecido en Pampatare, en la isla de Margarita. Allí también lo llamaban la burriquita y le cantaban una canción:
No le teman a la burra
Que no es la burra maniada
Que si no ha venido más antes
Es porque no tenía bozal.
Sin ningún contacto con Venezuela, en San Bartolomé, existía esa tradición de la burrita. Son unos de esos encuentros que le hacen preguntarse a uno ¿quién fue de aquí para allá o de allá para acá? A saber.