Llegó un tiempo en que los diabletes de Teguise se habían perdido. Era el tiempo en que se llamaban los diablos de la Villa. A Teguise se le llamaba la Villa. De chico impresionaban porque llevaban colgados grandes cencerros de ganado, de cabras y de vacas. Al tiempo que saltaban hacían unas escandaleras terribles. Era una especie de danza diabólica que metía mucho miedo a los niños. Con aquella edad no podíamos pensar que aquellos animales sueltos por las calles estaban de fiesta, parecía que el infierno había abierto las puertas para que esos demonios salieran a la calle. Desde hace algunos años se ha intentado el rescate e incluso se han montado talleres para que los chicos aprendan a confeccionar las máscaras de diablos: una especie de diablos con cara de animales con cuernos, refiere el maestro de guitarra Domingo Corujo, el cual mantiene viva la capacidad de sorpresa. De joven aprendí que nada es exclusivo de un solo lugar, de un solo espacio, confiesa.
Los diablos de la Villa que tanto le impresionaron en su infancia se los volvió a encontrar en el corazón de Venezuela, en Yare, Estado Miranda. Una tradición que fue introducida en la Pequeña Venecia durante el siglo XVI y tenía lugar durante las fiestas del Corpus Christi. Sus vivencias infantiles cobraron de nuevo vida en participar en las fiestas de los diablos danzantes de Venezuela y a nosotros nos sirve de pretexto para analizar algunos rasgos de esas manifestaciones que, aunque no tienen una conexión directa con los Diabletes de Teguise, permiten una reflexión sobre la necesidad del rescate de las tradiciones y el fortalecimiento de la propia identidad como pueblo. En este sentido, queda claro que partimos de la asunción de que quien ama la cultura propia, ama la de otros pueblos.
Cuando vi los diablos de Yare en Venezuela me llevé una enorme sorpresa. Nada más verlos, los diablos de Yare parecían una réplica de los de Teguise, pero después me di cuenta que su vinculación africana era muy profundas, muy vivas. Los de aquí son diablos que intentan entrar en la iglesia y no entran. Creo que investigar estos diablos, de aquí y de Yare, es una manera de buscar las conexiones culturales, entre Canarias y Venezuela o entre Canarias, Venezuela y África.
Diablitos danzantes de Barlovento.
En la región de Barlovento, Estado Miranda, Venezuela, como diversión de carnaval, se celebran la “tarasca”, enorme serpiente que sirve de motivo para el teatro popular de calle. Según Rafael Salazar, autor del estudio Diablos Danzantes de Venezuela, la tarasca se introdujo dentro de la comparsa callejera como símbolo tradicional del demonio.
La propia dinámica de estas celebraciones provocaría la incorporación de otras figuras diabólicas, como los diablitos danzantes de Corpus con sus variadas vestimentas y atuendos característicos alusivos al demonio: trajes multicolores, con sus respectivos rabos, donde predominaba el rojo, máscaras diabólicas confeccionadas con cuernos referidos o referidas a otros animales mitológicos o terrenales, ya que, según la creencia popular, el diablo posee cualidades miméticas y puede adoptar cualquier figura que confunda a los mortales como tridentes, látigos o mandadores, sonajeros y cascabeles, cuyo sonido, dentro del ritual tradicional de los pueblos, sirve para ahuyentar los malos espíritus que pretenden apoderarse nuevamente del diablo, ahora devoto del Santísimo.
Tradición e identidad.
Sostiene Rafael Salazar que la identidad de un pueblo no solamente está referida a su pasado histórico, a su memoria colectiva, sino también al sentido de pertenencia, en relación con su terruño. El amor a ese lugar donde nacimos, donde crecimos y al que ofrendaremos nuestras cenizas, está íntimamente ligado a nuestra identidad regional, a nuestros recuerdos, a nuestros sueños. Esta aseveración identitaria la plasma con las vivencias del pueblo desterrado de Turiamo, el cual fue desalojado de sus tierras en tiempos de la dictadura de Pérez Jiménez bajo el pretexto de la construcción de unas instalaciones navales.
Turiamo siguió luchando por recuperar sus tierras y se mantuvo como pueblo, precisamente porque ha conservado lo más preciado de sus tradiciones: los Diablos Danzantes. Su identidad está en haberle enseñado a sus hijos su cultura, sus tradiciones y su lucha por la reconquista de la tierra que le pertenece históricamente desde hace más de cuatrocientos años. (…) Los Diablos Danzantes de Turiamo realizan las siguientes danzas, acompañadas de cuatros y maracas: la danza del camino, utilizada en el avance de la diablada en el momento de rendir al Santísimo; la danza del mono; el borracho; el muerto; el galerón y el zambe, estas dos últimas evidencian todo el aporte africano, por su riqueza rítmica, musical y danzaria. En los Diablos de Turiamo, la autoridad máxima es el primer capaz y el perrero –el cual se hace responsable de la ceremonia, encargado de contar los diablos y de mantener el orden de la misma.
Ser conejero.
Conejero es el apodo que los canarios dan a los naturales de la isla de Lanzarote. Según Viera y Clavijo, los conquistadores llevaron a las islas conejos, cosa que luego se arrepintieron bien, porque los roedores se multiplicaron con su habitual facilidad, invadieron las tierras insulares y asolándolas. En Lanzarote, se apoderaron del país de tal manera que se han solido dar a sus naturales el renombre de conejeros.
El lanzaroteño se siente orgulloso de ser llamado conejero. Cuentan los más viejos que cuando la isla no se había parcelado y marchaban con el ganado, cazaban conejeros con un palo. Le pegaban un palo a una mata y era posible que debajo hubiera un conejo. Lo de conejero viene de que en la isla habían conejos por todos lados. Hay muchos bares que se llaman los Conejeros e incluso una asociación que se llama Conejera.