Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

Icod de Los Vinos.

Martes, 11 de Octubre de 2005
René Verneau
Publicado en el número 74

Desde la azotea del albergue la vista abarca todo el valle. Sorprende la cantidad y las dimensiones de las palmeras, lo que se explica por la situación de la ciudad, que se encuentra solamente a 230 metros sobre el nivel del mar. A los extranjeros se les enseña un drago muy hermoso del que se afirma que es el más viejo de los que viven hoy. Y en efecto, he visto un número considerable de dragos, pero ninguno que se le pueda comparar.



Al llegar a Icod el paisaje cambia. Esta ciudad, antiguamente próspera, es hoy muy pobre. Cuando el oídio apareció en el valle, los propietarios de las vides se apresuraron a arrancarlas y no las plantaron más. Ya no se cosecha en Icod ese famoso vino que pasaba por ser el mejor de la Isla. Las tuneras y el millo han sustituido a las cepas.


Antes de llegar a la población, se descubre una enorme pirámide que, con sus grandes gradas, hace pensar en las de Egipto. De lejos, el parecido es completo, y de cerca, la ilusión no desaparece totalmente. Pero simplemente es una montaña cuyos escarpados flancos son cultivados con ahínco. Pequeños muros superpuestos le dan la vuelta y retienen la tierra que, sin esta fórmula, sería arrastrada rápidamente a los barrancos. El valle de Icod es muy abrupto y este sistema se emplea en casi todas partes. Dispone de mucha agua, que cae en pequeñas cascadas al fondo del barranco. Por eso puede alimentar a una población importante y la ciudad ofrece todavía cierto aspecto digno, pese a la desaparición de la vida y la decadencia de la cochinilla. Las plazas, con sus árboles y sus pequeñas fuentes, tienen un aire coqueto. Desgraciadamente, muchas viviendas antiguamente importantes, y hoy en ruinas, que sombrean sus calles con sus gárgolas de madera tallada, agregan una nota sombría y testimonian que Icod ha conocido tiempos mejores.


Sorprendentemente hay un hotel en Icod. Su único dormitorio, con sus muros blanqueados con cal y sus dos catres, indican que el hotelero no se ha hecho rico. La llegada de un viajero es un acontecimiento para él y pone la casa patas arriba para satisfacerlo. No le pedimos sino lo que era necesario para preparar nuestra comida, porque no confiábamos en su talento culinario. Pero el pobre hombre se empeñó en servirnos auxiliado por su mujer y su hija. Lo hicieron tan nerviosamente que acabaron por olvidarse de los cuchillos y derramar el vino en los platos.


Desde la azotea del albergue la vista abarca todo el valle. Sorprende la cantidad y las dimensiones de las palmeras, lo que se explica por la situación de la ciudad, que se encuentra solamente a 230 metros sobre el nivel del mar. A los extranjeros se les enseña un drago muy hermoso del que se afirma que es el más viejo de los que viven hoy. Y en efecto, he visto un número considerable de dragos, pero ninguno que se le pueda comparar. En el lugar donde nacen sus ramas se pueden colocar una mesa y seis sillas.


En Icod existe una cueva profunda en medio de una corriente de lava. Se extiende a lo largo de unos 1500 metros y desemboca en el mar. Se trata de una reproducción, a menor escala, de ls inmensas cuevas de Lanzarote.




Fragmento tomado de La isla hermosa y triste, de René Verneau, Ediciones Idea [colección “Escala en Tenerife”], Islas Canarias, 2004. Esta publicación es una parte de Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1891), del mismo autor, que tiene como centro de atención la isla de Tenerife.

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