Revista n.º 1065 / ISSN 1885-6039

Algunas consideraciones sobre las libreas y fuegos de artificio en nuestras fiestas populares.

Domingo, 13 de noviembre de 2005
Estanislao González y González
Publicado en el n.º 78

La antiquísima Danza de las libreas que conocemos fundamentalmente a través de los últimos vestigios perdurables en el noroeste tinerfeño, es, junto con los Ranchos de Ánimas que se conservan en las islas orientales, uno de los más importantes e interesantes documentos vivos de la cultura popular de estas islas.

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En esta singular manifestación del folklore tradicional hallamos distintos elementos que evidencian la riqueza de la misma, pues, como en el caso de las libreas del Palmar, forma parte de ella la música del tajaraste con su danza de requerimiento y rechazo mediante parejas enfrentadas; una vistosa y peculiar indumentaria que le da nombre al conjunto; y, como elemento más espectacular, la presencia de una pareja de diablos: el diablo y la diabla.

Los diferentes aspectos descritos nos aportan pautas de análisis suficientes para poder afirmar que nos encontramos ante una fusión de elementos, de distinto origen y procedencia cultural, que se unifican en momentos históricos desconocidos para configurar el conjunto que nos ha llegado bajo el nombre de “las libreas”. Así, la presencia del tajaraste, melodía que la mayoría de los estudios parecen vincular con nuestros antepasados los aborígenes o naturales canarios, nos habla del proceso de asimilación de dicha música por la nueva cultura que traen los conquistadores y, especialmente, por la Iglesia en determinadas celebraciones como mejor fórmula para atraer a los fieles. Esta relación entre tajaraste y manifestaciones de carácter religioso, la que ya hemos tenido oportunidad de abordar en trabajos más específicos al respecto (1), ha sido abundante en distintos lugares de la isla, llegando a estar tan arraigada entre la población que suscitaba la crítica de algunos sacerdotes sobre la finalidad de dichas manifestaciones, máxime si tenemos en cuenta fusiones en las que, como en el caso de las libreas, al carácter alegre de la melodía del tajaraste se unen las máscaras y la danza : “(...) no permitía que se repicasen las campanas al tiempo de la llegada de la librea ni que esta dicha comparsa entrase en la ermita con tambor batiente como acostumbra. Mandando cerrar la puerta y decía que la iglesia es para hacer oración con respeto y decencia y que las máscaras y diversiones profanas no deben mirarse como culto propio ni digno del templo” (2).

Se convierten estas mascaradas en una práctica muy común, tal y como se confirma en escritos que llegan al Tribunal de la Inquisición en los que se habla de una obsesión isleña en introducir los diablos en las procesiones religiosas “(...) incluso hasta 4 bailando y haciendo acciones extravagantes que provocan más a la risa y a divertir a la gente que a la devoción”(3).

Los seis danzantes de las libreas del Palmar (Buenavista), ataviados con velos que ocultan los rostros, fajas rematadas con borlas, vistosas prendas de estampado floral multicolor los hombres, y trajes blancos con encajes y bordados los que van disfrazados de mujeres, indumentarias que también hemos tenido oportunidad de abordar en otro lugar con más detalle (4), nos aproximan a una concepción de máscaras carnavalescas: “La utilización del velo en la cara por parte de los danzantes del Palmar y de caretas en El Amparo, tiene una semejanza con las mismas libreas de carnaval para ocultar el rostro y evitar ser reconocidos, habiendo sido práctica corriente, en los campos, el cubrirse el rostro de esta forma durante la mencionada celebración, al igual que el empolvarse la cara bajo el velo, usado también por los bailarines del Palmar. El único símil dentro del repertorio folklórico isleño que hemos podido encontrar respecto a la utilización de máscara o velo, es el de la Parranda Los Buches de Lanzarote, dentro del folklore marinero y que coincide también su aparición anual con el carnaval (...)” (5).

Resulta bastante difícil poder determinar el origen de estas mascaradas en una festividad concreta, y, a pesar de que algunos autores crean ver en las libreas una reminiscencia de las celebraciones del Corpus, las máscaras, los diablos, o las representaciones animales tienen, por ejemplo, en el folklore tradicional ibérico, una presencia muy amplia en diversidad de manifestaciones, por lo que dicha afirmación mencionada con anterioridad parece poco consistente.

En Canarias, aparte de ser las libreas en un lugar de Tenerife “uno de los actos más atrayentes y diferenciadores del Carnaval de Teno: el baile de las libreas o de las máscaras, que es el significado que la voz librea continúa teniendo en el N.O. de Tenerife; es decir, el de persona disfrazada”6, hay también otros ejemplos de la presencia de diablos en el carnaval tradicional de las islas: “La tradición de golpear a la gente con buches de pescado se traslada al ambiente campesino con los Diabletes de Teguise, los cuales salen cada carnaval disfrazados de diablos con largas lenguas rojas y utilizando (en lugar de buches), sacos confeccionados con piel de cabra para asestar sus golpes a los huidizos vecinos de La Villa. Esta tradición parece encontrar sus ancestros en antiguos ritos de fecundidad que, como hemos reseñado antes, también se dan en algunos puntos de la geografía peninsular” (7).

De forma semejante hallamos, como referente de inversión simbólica animal, la interesantísima presencia de los “Carneros de Frontera” en el carnaval de la isla del Hierro, hombres disfrazados con pieles de dicho animal, con pretinas cubiertas de cencerros a la cintura , tiznando y embistiendo a los niños y a las jóvenes: “De una forma simbólica , metonímica, por el contacto, fecundan, fertilizan a las muchachas y contagian la virilidad a los niños” (8).

De igual modo, este rito de inversión semejando animales reales o fantásticos, lo encontramos en la isla de La Palma con el diablo de Tijarafe que sale por las calles en el mes de septiembre con fuegos artificiales en los cuernos y en el rabo, así como también en otras libreas de Tenerife, pues en las fiestas patronales de distintos pagos icodenses se recuerda su presencia: en el de Sta. Bárbara aparecía, aparte de los diablos, una figura de dragón echando fuego por la boca; en el La Vega encontramos a “la tora”, “una especie de bicha de pesados movimientos con fuegos artificiales”; en El Amparo salía un toro de largos cuernos y un caballo; en Angustias presidían la comitiva de la librea denominada “los diablos de Angustias”, un toro o vaca y caballos “llevados por un hombre cada uno como jinete, dándole movimiento de balancín al ritmo de la música de tambor” (9). Igualmente, en otras fiestas patronales, tenían bastante arraigo el número de las libreas, tal y como sucedía en Los Silos, Buenavista, o el Tanque. Existen también relaciones de dicha manifestación con las fiestas de la Virgen del Rosario o de La Naval en el barrio de Pedro Álvarez, o en las de San Bartolomé de Tejina, (conmemorativas de la batalla de Lepanto) las que tenían otra forma de representar la librea, debido a su acepción de “hombres uniformados”, apareciendo también toros en la última de las mencionadas (10).

La relación de nuestras libreas y manifestaciones de carnaval con otras peninsulares resulta del todo evidente, emparentándose en algunos casos con las conocidas batallas entre moros y cristianos. Así, referencias a bailes como el de los “matachines”, son bastante significativas al respecto: ”El baile de Matachines ha sido casi siempre una especie de asalto de armas, acompañado de música. Durante el siglo XVII lo ejecutaban hombres disfrazados de modo ridículo, con carátula y vestidos de varios colores... Ordinariamente formaban una comparsa, y al son de un tañido alegre hacían muecas y se daban golpes con espadas de palo o vejigas llenas de aire. Generalmente se bailaba por Carnaval. En 1637 se hicieron Matachines a caballo por los monteros del Rey con varias libreas y disfraces ridículos: Iban por lacayos a trechos de seis, danzando los matachines(...)” (11).

También las populares “mojigangas” en España están estrechamente relacionadas con las fiestas invernales, con el Carnaval, cuyo origen etimológico parece que es “bojiganga” o “boxiganga”, derivado de vejiga o “vesica”, y se da con el significado de fiesta con disfraces ridículos (12).

En bastantes ejemplos que aún perduran en la Península Ibérica, encontramos particularidades comunes en este tipo de celebraciones festivas: “Otra constante común es la de las carreras, en las que la finalidad de asustar y meter miedo, así como la de empitonar, revolcar y entiznar, está muy presente; uno, disfrazado, corre y persigue, y los demás escapan de él; se produce así un movimiento rítmico que establece un juego divertido y ritual. Y no se nos puede pasar por alto las constantes de las tauromaquias grotescas, con todas sus secuencias y componentes; así como las de la presencia de la mocedad, sobre todo de los quintos, en estos ritos carnavalescos(...)” (13).

El baile de diablos ha sido bastante popular en las festividades desde tiempos antiguos: “(...) Consta de una cuadrilla de hombres disfrazados de demonios. En cada localidad se representa con variado carácter, constituyendo lo más esencial el disparo de cohetes y el mayor gasto de pólvora...Forman la música acompañatoria tambores destemplados que suenan siempre igual. La comitiva suele estar formada por San Miguel, un Ángel, Lucifer, la Diablesa y los Diablos...Respecto a su antigüedad sabemos que en Barcelona, con motivo de las fiestas dedicadas al rey Don Felipe II en 1561, según manuscrito de la época, hicieron salir un Dragón con muchos Diablos disparando muchos rayos“ (14).

Encontramos analogías en la indumentaria masculina de los danzantes de las libreas del Palmar con las usadas en otras danzas de diablos, como es el caso de “Los diablos de Almonacid del Marquesado” que se celebran a principios de febrero (15): “(...) su atuendo especial, que consiste en un pantalón y una chaqueta holgados, a modo de pijama, hechos de telas estampadas, con dibujos florales casi siempre” (16).

En las fiestas de los pueblos de Mallorca es bastante popular el baile llamado “Cociés”, como en el de Manacor donde aparecen seis danzantes y una dama (un hombre disfrazado de mujer) vistiendo anchas faldas de muselina bajo el corpiño de la misma tela, pañuelo de seda al cuello y sombrero de paja de ala ancha adornado con cintas y flores encarnadas, así como el diablo o diablos (a veces dos), hombres con sacos con tiras colgantes de tela de colores y feas caretas rematadas por retorcidos cuernos, acompañándolos el gaitero y tambor (17).

Muchas son las analogías de nuestras libreas con las fiestas de la época de invierno o carnaval, tal y como advertimos en la lectura del amplio estudio al respecto de D. Julio Caro Baroja bajo el titulo “El Carnaval”, encontrándonos en el mismo con reproducciones de xilografías antiguas del carnaval catalán en que aparecen cabezudos, gigantes danzantes al son de la música de flauta y tambor, y comparsas de demonios; las máscaras en el norte de España representando jinete y caballo bajo el nombre de “zamalzain”; los “guirrios” asturianos con representaciones de mozos vestidos de mujer, el diablo, y los golpes con vejigas que dan a los espectadores; la “tora” como manifestación judaica que aún sale en ciertos pueblos del sur de la Península, etc. etc.

A pesar de que también en las fiestas de Corpus Christi aparezcan algunas de las referidas manifestaciones, los orígenes de muchas de ellas son mucho más antiguas, anexionándose a la festividad religiosa incluso con el alto componente pagano que tienen (18).

Difícil resultaría afirmar con rotundidad, como hemos venido diciendo, que la presencia de las libreas en nuestra tierra tenga un origen claro en dichas fiestas de Corpus, y no en lo arraigada que estaba su celebración en las fiestas patronales de la Península y en América. La conservación de las mismas durante las propias fiestas patronales en estas islas, o en otras como las de los días de Carnestolendas, constituyen datos suficientes para pensar lo contrario, ósea, que su anexión a la fiesta o al Carnaval parte de una imitación de su participación en un acontecimiento más o menos semejante que se da en otro lugar al que se toma como referente, lo que no supone necesariamente una mímesis pormenorizada de la manifestación primera, pudiendo incorporársele así elementos nuevos o propios de otras manifestaciones del lugar.

Tal y como afirman destacados investigadores al respecto, las fiestas en Canarias son, “en sus primeros tiempos, un trasunto de las de la Península. Sólo más tarde, influencias extranjeras y motivaciones de carácter local y personal, les irán dando un sesgo que conformará su personalidad (...)” (19). Así, vemos reflejado en los propios acuerdos del Cabildo (pregonados en las ordenanzas del 25 de abril de 1507), como se toma en referencia la ciudad de Sevilla para las fiestas de Corpus: “...Que todos los oficiales de cualquier oficios que sean de toda esta dicha ysla el día de Corpus Christi salgan hendo procisyón en esta villa de Sant Christóval en la procesyón que de la dicha fiesta se hiziere, con sus oficios, segund que en Sevilla se acostunbra haser; y que todos los oficios contribuyan para la fiesta” (20).

Las máscaras en nuestras fiestas aparecen en documentos ya desde el siglo XVI, relacionadas éstas con las fiestas de la Cruz en La Orotava y con una danza denominada “de esparteros”, probablemente en relación con el atuendo que debían lucir, pues se mencionan en dichos documentos, aparte de las máscaras, un vestido de esparto y un sombrero de paja. Además, encontramos nominadas también otras danzas que aún son muy populares en la Península, como las de espadas o las de arcos, y que en algún caso todavía se mantienen en la tradición folklórica de la isla, como es el ejemplo de la Danza de las Varas de Las Vegas o de Chimiche, en el sur de la isla (21).

Núñez de la Peña nos habla, en 1676, del Hospital que poseía La Orotava, mencionando que los devotos que hacían las fiestas de La Cruz, en la que gastaban muchos ducados en fuegos, comedias, sortijas, libreas y torneos, acordaron que lo que se gastaba en lo anteriormente dicho, se diese de limosna al referido Hospital (22).

No podemos omitir, como resulta obvio, que el acontecimiento festivo ha de tenerse en consideración por su alto contenido de diversión, una necesidad de diversión que en algunos casos, como hemos visto, entra en cierta contradicción con el acontecimiento religioso o con el sentimiento piadoso de algunos vecinos. Esta diversión ha sido considerada por algunos autores como “a menudo gratuita: reuniones de gentes vestidas con ropas nuevas, o disfrazadas, con máscaras, con sombreros, con cintas; por todas partes, los colores y los adornos alegran la vista y sitúan el día de jolgorio fuera de la rutina y el ritmo de vida habitual” (23).


LIBREAS Y FUEGOS ARTIFICIALES.

No son pocos los ejemplos en que encontramos a las libreas con fuegos artificiales colocados en ellas para mayor espectacularidad de las mismas, consiguiendo así en mayor medida el objetivo de asustar y divertir a chiquillos y mayores. Se consigue así este propósito, además de con las carreras y persecuciones, mediante el estrépito de los cohetes y el chorro de fuego multicolor de la pólvora encendida.

Desde el denominado “rabo del diablo”, bengala que se pone a la espalda del “diablo” y la “diabla” de las figuras que los caracterizan en El Palmar o en El Tanque, los fuegos en los cuernos y rabo del de Tijarafe, hasta el “dragón” de Sta. Bárbara echando fuego por la boca, o “la tora” del barrio de La Vega con diversos fuegos artificiales en los cuernos, todos recurren a dichos fuegos de artificio para dar una visión más infernal de las caracterizaciones que simbólicamente representan.

En la tradición cristiana la iconografía del demonio es bastante variada, caracterizándosele con algunos rasgos constantes como son los cuernos, garras, o facciones bestiales, equivaliendo así al demonio ciertos animales fabulosos como el dragón y algunos otros que lo recuerdan como la serpiente y el macho cabrío, y, por lo general, los considerados en cada época como sucios, repelentes e inmundos (24). Esta iconografía en nuestra cultura tiene un origen medievalista respecto a la relación que se establecía entre el animal y el pecado (25).

Ya advertíamos la antigüedad de las pirotecnias en relación con las representaciones lúdico-festivas al describir las fiestas dedicadas al rey D. Felipe II en 1561, en las que “hicieron salir un Dragón con muchos Diablos disparando muchos rayos “, interpretándose estos rayos como unos probables elementales fuegos de artificio que podrían corresponder a unos cohetes sonoros. No olvidemos al respecto que ya desde el siglo XVI se acostumbraba a disparar fuegos de artificio en las grandes fiestas, siendo, sin embargo, mucho más antigua la relación del fuego con muchos de estos ritos festivos.

Desde tiempos remotos encontramos manifestaciones en que el fuego unido a los animales representa un divertimento para los pueblos, como en Roma durante las fiestas de las Cerialia durante las que eran echados al circo zorros con antorchas encendidas a la espalda. También los toros a los que se le ponen luminarias son conocidos desde muy antiguo, especialmente a través de los textos latinos que hablan de “ludi” en que aparecían. En España, desde el Medievo, al animal se le ha asociado con el fuego de varias maneras: “Desde cubrirle con una sustancia inflamable, a producirlo por un artificio de pirotecnia, pasando por lo de ponerle bolas de sustancia inflamable en los cuernos o en el yugo; o colocándole algún cohete o bengala: una vez más veremos que, en casos, salían con motivo de fiestas reales, o civiles de otro tipo y en casos en fiestas patronales” (26).

Quizás el ejemplo más significativo en Canarias en esta simbiosis del fuego con las celebraciones festivas, sea el de las hogueras de San Juan con la importante aportación tradicional que se le hace en Icod de los Vinos en los denominados “Hachitos de S. Juan”, posiblemente lejanamente emparentados en determinados aspectos con antiguos ritos europeos: “Los orígenes y causas de la gran fiesta de los Brandons (Hachones) se perdían en la noche de los tiempos, puesto que no se sabía muy bien dónde colocarla; según las regiones, se celebraba en el primer domingo de Cuaresma, al primer tímido anuncio de la primavera, o en plena floración del verano, durante toda la noche de San Juan. En todo caso, no consistía de hecho sino en carreras a través de los huertos, las viñas y los prados, llevando grandes antorchas encendidas en la mano (...)” (27).

En varias fiestas reales de Granada, durante la primera mitad del siglo XVII, aparecen los toros encohetados junto a otras invenciones de fuego como gigantes, serpientes y castillos (28). Pero a lo largo de toda la geografía peninsular hallamos, aún hoy, una gran variedad de manifestaciones durante las celebraciones de las fiestas patronales de los pueblos, así como también del carnaval, en que aparecen no sólo los toros “embolados”, “encohetados” y “jubillos”, sino también los artefactos pirotécnicos llamados “toros de fuego” con semejanza a los que aparecían en nuestra tierra (29).

Muchos son los ejemplos que siguen emparentando a nuestras libreas con las distintas manifestaciones populares peninsulares y europeas, volviendo a ratificarnos el que su uso se encontraba ampliamente extendido en muchas fiestas y celebraciones de distinto tipo desde época bastante antigua, por lo que hemos de tener en consideración la necesidad de preservar las pocas manifestaciones de este tipo que aún nos quedan en estas islas como un elemento fundamental de la idiosincrasia de nuestras fiestas populares.


Bibliografía.

1.- Vid. “El tajaraste en las celebraciones festivas de Ycod”, del autor del presente trabajo, en Investigación VII. Cabildo de Tenerife, Asociación para la Defensa del Patrimonio Histórico de Ycod, Grupo Folklórico Bencheque. Ycod, 1990.
2.- PRIMO DE LA GUERRA, Juan: Diario I. 1800-1807. Aula de Cultura de Tenerife. 1976. Pág. 357.
3.- HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel Vicente: La religiosidad popular en Tenerife durante el siglo XVIII. Pág. 199. Universidad de La Laguna, 1990.
4.- Vid. “Libreas”, del autor del presente trabajo, en Investigación Folklórica 2. Excmo. Ayto. de Icod de los Vinos, Asociación para la Defensa del Patrimonio Artístico y Documental de Ycod, Grupo Folklórico Bencheque. Ycod, 1985.
5.- Ibídem.
6.- LORENZO PERERA, Manuel J.: Estampas etnográficas de Teno Alto. Pág. 74. Ayuntamiento de Buenavista del Norte, 1987.
7.- CABRERA HERNÁNDEZ, Benito: El folklore de Lanzarote. Pág. 49. Centro de la Cultura Popular Canaria, 1990.
8.- GALVÁN TUDELA, Alberto: Las fiestas populares canarias. Edit. Interinsular. S/C de Tfe., 1987.
9.- GÓMEZ LUIS-RAVELO, Juan: “las antiguas fiestas del Corpus Christi y las libreas de Icod”. En Investigación Folklórica V-VI. Cabildo de Tenerife, Asociación para la Defensa del Patrimonio Histórico de Ycod, Grupo Folklórico Bencheque. Ycod, 1988-89.
10.- HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Manuel Vicente: Op. cit. Pág. 199.
11.- CAMPANY, Aurelio: “El baile y la Danza”. En Folklore y Costumbres de España. Tomo II. Pág. 413. Ed. Alberto Martín. Barcelona, 1934.
12.- Vid. El estío festivo, de Julio Caro Baroja Pág. 74. Ed. Taurus. Madrid, 1986.
13.- PUERTO, José Luis: Ritos Festivos. Pág. 32. Colección Páginas de Tradición. Centro de Cultura Tradicional. Diputación de Salamanca, 1990.
14.- Folklore y Costumbres de España. Op. cit. Pág. 398.
15.- Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, tomo XXI, 1965.
- “Estudios sobre la vida tradicional española”. Págs. 87-114. Ed. Península. Barcelona, 1988.
16.- CARO BAROJA, Julio: Estudios sobre la vida tradicional española. Pág. 94. Ed. Península. Barcelona, 1988.
17.- Folklore y Costumbres de España. Op. cit. Pág. 380.
18.- Vid. El estío festivo, de Julio Caro Baroja. Op. cit.
19.- ALLOZA MORENO, Manuel Ángel y RODRÍGUEZ MESA, Manuel: Misericordia de la Vera Cruz en el Beneficio de Taoro, desde el siglo XVI. Pág. 224. S/C de Tfe., 1984.
20.- Acuerdos del Cabildo de Tenerife 1497-1507. Pág. 179. Instituto de Estudios Canarios. La Laguna, 1949.
21.- ALLOZA MORENO, Manuel Ángel y RODRÍGUEZ MESA, Manuel: Op. cit. Pág. 236.
22.- NÚÑEZ DE LA PEÑA, Juan: Conquista y antigüedades de las Islas de la Gran Canaria y su descripción. Págs. 340-341. Imprenta Real. Madrid, 1676.
23.- HEERS, Jaques: Carnavales y fiestas de locos. Pág. 6. Ediciones Península. Barcelona, 1988.
24.- Vid. Diccionario de Iconografía, de Federico Revilla. Pág. 119. Ed. Cátedra. Madrid, 1990.
25.- Vid. Mensaje Simbólico del Arte Medieval, de Santiago Sebastián. Pág. 265. Encuentro Ediciones. Madrid, 1994.
26.- Caro Baroja, Julio: El Estío Festivo. Op. cit. Págs. 257-258.
27.- HEERS, Jaques. Op. cit. Pág. 25.
28.- Caro Baroja, Julio: El Estío Festivo. Op. cit. Pág. 259.
29.- Ibídem. Págs. 261-266.


Publicado en EL PAJAR – Cuaderno de etnografía canaria – Agosto 1997.


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