Revista n.º 1069 / ISSN 1885-6039

La Flor de Arure. Se va un viejo, se va la historia.

Sábado, 6 de agosto de 2005
Manuel J. Lorenzo Perera
Publicado en el n.º 64

Sirvan estas líneas de Manuel J. Lorenzo Perera en homenaje a Doña Juana Vera, recientemente desaparecida, quien con su testimonio contribuyó a transmitir a las generaciones futuras buena parte de nuestro acervo cultural.

Foto Noticia La Flor de Arure. Se va un viejo, se va la historia.
Hay flores grandes y chicas, suntuosas y sencillas. La flor alegra, da esencia, reafirma el ciclo vital de la existencia humana. Se nos sigue escapando la historia, esencialmente la de los pobres, la inmensa mayoría, pues la de los ricos se ha difundido y hay sobre ella cuantiosas fuentes históricas escritas «Se va un viejo, se va la historia».

Con doña Juana recogimos considerable cantidad de información sobre costumbres de la vida cotidiana, gastronomía, adivinanzas, truhanes o cantos del molino, cantares, romances...

Falleció hace muy pocos días, a los 96 años de edad, doña Concepción Vera Negrín. Todo el mundo, los menudos y los mayores, la llamaban Juana Vera. Tuvimos la gran dicha y suerte de conocerla en octubre de 1999, contando con 90 años de edad. Pequeña, vestida de negro, cubierta con su característica sombrera. Muy alegre, dispuesta siempre, con generosidad y predisposición, a sentar en su mesa a quienes preguntaban por ella y a contarles la enorme cantidad de vivencias y recuerdos que una auténtica mujer coraje almacenaba en su memoria. Todo ello pese a la circunstancia de habérsele enfriado el corazón tras el drástico fallecimiento de su joven hija, lo que había determinado que Juana Vera, a partir de entonces, se mantuviera distante de los episodios de la vida pública en su comunidad, a los que estuvo siempre integrada, sobresaliendo por sus dones de buen humor y sabiduría.

Su padre, Eusebio Vera Cabello, fue pastor de cabras en La Costa. Viajó a Cuba en siete ocasiones. Según nos relató su hija, no aprendió una décima. Era un gran apasionado del folklore tradicional de La Gomera: tocador de tambor, bailador («un hombre muy elegante bailando, bailaba divinamente»), cantaba romances y participaba en los ranchos de Años Nuevos, llegando a ser un destacado coplista: “él cantaba como las estrellas “.

El esposo de doña Juana Vera, también fallecido recientemente, se llamaba Antonio Darias Darias. Éste, con su madre Elvira, tuvo ganado en el Monte del Cedro, de donde fueron expulsados los pastores el año 1947. Por todo ello se trasladó a La Costa, donde compartió ratos y esperanzas con otro gran Maestro de la Tierra que nos dejó hace algunos meses, don Salvador Márquez Hernández.

Un día del mes de octubre de 1999, contando con 93 años de edad, se encontraba don Antonio Darias en la vieja cocina, calentando los pies junto a la caldia de los tres chíniques ancestrales; doña Juana lo llamó con las siguientes e inolvidables palabras: “ven pacá mi niño, naíta“.

Con doña Juana conversamos en diversas ocasiones, y de sus labios recogimos considerable cantidad de información: sobre costumbres de la vida cotidiana, gastronomía, adivinanzas, versos al Niño durante la misa de Nochebuena, coplas de Años Nuevos que recordaba, truhanes o cantos del molino, cantares, romances... Entre estos últimos nos pareció entrañable uno, “chiquititito“, que aprendió con su padre, referente a la vida del Niño Jesús, entonado con este pie de romance, precioso y de tan rico contenido: «Cogí del incienso, Madre, / para el Niño sajumale».

Frente a tantos desatinos y desmanes como contemplamos diariamente, el ejemplo de tantos Maestros y Maestras de la Tierra como conocimos en Arure (1999-2000), algunos de los cuales no están hoy entre nosotros, nos parece admirable. Da la impresión de ser personajes -cada vez menos asiduos- que se escaparon de las páginas y del escenario de un relato maravilloso. Tal vez, ingenuamente y con nostalgia, el fundamento sustancial de la sociedad que anhelamos.

Gracias. Te queremos, Juana. Un beso.

Este artículo ha sido publicado en el número 29 la revista El Baleo, editada por la Sociedad Cooperativa del Campo La Candelaria, en junio del año 2005.
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