Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

Escenario para un tiempo. (I)

Martes, 21 de Junio de 2016
Fátima Hernández Martín
Publicado en el número 632

Describir las condiciones del medio marino en Canarias en épocas pasadas, caso de fechas en que los aborígenes coexistieron con la llegada de los europeos, es complejo. Incluso más difícil es imaginarlo en etapas anteriores, coincidentes en tiempo con las dataciones estimadas de arribada de los primeros pobladores a las Islas.

 

 

Carecemos de información al respecto, al margen -evidentemente- de la presencia en yacimientos de restos de fauna marina diversa utilizada para la alimentación.

 

En primer lugar hemos de tener en cuenta el contexto en que se encuentra el Archipiélago, su situación atlántica, la influencia que ejerce sobre su biota (fauna, flora y especialmente recursos pesqueros) la Corriente de Canarias que baña las Islas y, dado su carácter frío, atempera sus condiciones. Esta Corriente, paralela a la costa africana, desplaza agua oceánica superficial hacia poniente (upwelling), ayudada por los vientos dominantes, generándose una zona de riqueza pesquera junto al continente, el conocido Banco Pesquero, con importante aporte larvario hacia el occidente en función de la época.

 

Si reflexionamos sobre cómo serían las hipotéticas condiciones de las zonas costeras y el poblamiento marino en Canarias, hace siglos, centrándonos especialmente en la etapa de los primeros pobladores del Archipiélago, conviene señalar que muchas de las especies registradas en épocas recientes, según los expertos, tienen población estable en Canarias desde que se conoce la naturaleza de las mismas. Y desde el intermareal rocoso, arenoso, en formación acantilada o playa, hasta las grandes profundidades interinsulares, en torno a 3000 metros, tanto para los organismos vinculados al fondo como los que se mueven libremente en las aguas, hemos de considerar que las condiciones de las aguas en el entorno de Canarias presentarían ciertas características. Por ejemplo, notable biomasa en todos los grupos faunísticos (invertebrados y vertebrados) y florísticos (frondosos y extensos manchones algales y praderas de fanerógamas) con ausencia de contaminación propia de etapas actuales, posteriores a la Revolución Industrial. No obstante, a pesar de estas consideraciones generales, una serie de hechos también llamarían la atención del aborigen, al que suponemos curioso y observador, cuando recorriese los lindes de la zona costera y se tropezara, a buen seguro, con una serie de circunstancias que pasamos a comentar.

 

Evidentemente como usuarios habituales de la orilla, bien recolectando, nadando o realizando actividades diversas, una serie de fenómenos les habrán interesado y otros, por el contrario, afectado. Algunos de estos fenómenos estarían vinculados con la presencia de animales peligrosos o venenosos, bien porque mordieran provistos de una potente dentición o inocularan venenos o toxinas, directa o indirectamente, que pudieran ser más o menos dañinos. Citemos a las morenas (Muraena augustiMorena helena…), algunas de las cuales pueden hallarse en la zona de mareas (ocupando charcos con oquedades) otrora pletórica de vida. Peces escorpénidos (Scorpaena sp.) o erizos (Paracentotus lividus) cuyas espinas provocarían algunos inconvenientes a los que caminaran por la orilla. Anémonas (Anemonia sulcata) llamadas ortigas de mar o gusanos de fuego (Hermodice carunculata) también presentes en dichos charcos. Transitando por fondos arenosos sufrirían ligeras descargas eléctricas de ciertos condrictios muy abundantes, caso de Torpedo spp. o ligeras mordidas -la mayoría de las veces inocuas- de angelotes, Squatina spp, cuyas hembras paren sus crías muy cerca de la costa en determinadas épocas del año e inmersas en la arena del fondo, causan más de una sorpresa al usuario actual de playa.

 

Muchos de los animales no serían observados con facilidad, por hallarse camuflados bajo extensos mantos de frondosas algas (Cystoseira abies-marina especialmente), cubiertos con fragmentos de rocas o restos calcáreos de otros animales, incluso enterrados o semienterrados en fango o lodo, provocando más de un disgusto y no digamos extrañeza como se ha comentado previamente.

 

Parece poco probable que sufrieran “ciguatera”, una dolencia, no necesariamente actual si repasamos las crónicas de otrora, relacionada con la ingesta de peces de gran tamaño sin control sanitario  de mercado, caso de medregales, bicudas, meros… contaminados por toxinas de microalgas (Boada et al., 2010; Caillaud et al., 2007; Chinain, Faust & Pauillac, 1999; Fraga et al., 2011, Fraga & Rodríguez, 2014; Lange, 1987; Litaker, et al., 2010; Martínez-Orozco & Cruz-Quintero, 2013; Matute et al., 2009; Murata et al.,1989; Nuñez et al., 2012; Pérez-Arellano, 2005). En los últimos años el número de casos oficiales -que se remontan al 2004- ha aumentado de forma notoria, algunos precisando hospitalización y destacados en los medios de comunicación. Se investiga si están relacionados con microalgas (dinoflagelados bentónicos) de los géneros GambierdiscusOstreopsisProrocentrum, Coolia y Amphidinium, potencialmente tóxicas, que viven sobre macroalgas de las que se alimentan, a su vez, animales herbívoros, presas de los grandes predadores que señalamos previamente. El Gobierno de Canarias ha endurecido las medidas de control y seguimiento (BOC n.º 166 de 26 de agosto de 2015), ORDEN de 17 de agosto de 2015, por la que se modifican los Anexos I, II y III del Decreto 165/1998, de 24 de septiembre, que creaba la Red Canaria de Vigilancia Epidemiológica, estableciendo normas para regular su funcionamiento, referentes a la lista de enfermedades de declaración obligatoria, procedimientos y modalidades de declaración, entre las que se ha incluido, en concreto en el anexo II (declaración urgente), la ciguatera.

 

Lo que deducimos que ocurriría con bastante probabilidad es que sufrieran, en determinadas épocas del año, sobre todo febrero-marzo, invasión de organismos gelatinosos, colonias de medusas y sifonóforos. Dichos organismos son llamados, en Canarias, aguavivas. Entre ellos, las carabelas portuguesas (Physalia physalis, sifonóforo) pueden llegar a alcanzar grandes dimensiones (hasta varios metros si incluimos la vegija flotante llena de aire, así como numerosos filamentos ocultos bajo el agua) y son terriblemente peligrosas. Dotadas de unas células (cnidocitos), comunes a otros cnidarios (anémonas, medusas…), por contacto físico con sus presas descargan, mediante un estilete, una potente toxina que, en caso de sensibilidad extrema o pequeña talla (niños), provoca la muerte instantánea. El aborigen vería sus restos (arribazones costeros de aspecto mucoso) encallados en las playas. En ellos la toxicidad perdura hasta 48 horas. Esto les llevaría -a buen seguro- a tenerlos como animales peligrosos por el daño que ocasionarían a los que intentaran manipularlos. Las masificaciones que sufrimos en la actualidad (con mayor frecuencia y duración) provocan que se tengan que cerrar algunas playas. Según Condon et al. (2013) en un estudio realizado por Global Jellyfish Group y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, aun siendo favorecidas por contaminación y sobrepesca, estas explosiones se han venido produciendo desde épocas inmemorables, en ciclos de unos veinte-treinta años aproximadamente, como atestigua dicho informe. Antaño, en determinadas épocas del año, sifonóforos y medusas llegarían a las costas sobre todo después de violentos temporales del Atlántico Norte, aunque en el caso de medusas afectando con distinto grado de peligrosidad en función de la especie que se tratase (Pelagia noctiluca muy dañina, frente a Aurelia aurita o Cotylorhiza tuberculata, más inocuas). Otros curiosos fenómenos que posiblemente observaran los aborígenes serían el espumaje y las mareas rojas. El primero, massive foam production, se sabe provocado por un organismo Phaeocystis globosa que, al proliferar bajo determinadas condiciones, genera una espuma muy compacta e intensa que ha llegado a ser confundida con procesos de contaminación costera. Este fenómeno se ha presentado -debido a la agitación- en recientes temporales marítimos que afectaron la cornisa cantábrica y hemos podido observar en los medios de comunicación. En el caso de las mareas rojas (red tidesharmful algal blooms), poco frecuentes en Canarias al menos en los registros oficiales, se producen por excesiva proliferación de ciertos dinoflagelados flotantes (fitoplancton) que, debido a determinados vientos, corrientes y súbito aumento de nutrientes -aportes desde tierra o desde aire-, por lo general -no siempre- colorean el agua y liberan toxinas. Estas toxinas contaminan fauna y flora local, incluso al hombre por inhalación. Esto llevaría a los habitantes de otrora a situaciones de pavor, tal y como ocurría siglos antes en otros lugares costeros del Mediterráneo, donde se hablaba de “enfermedad del mar”, asociándola con desastres.

 

También se verían sorprendidos por la proliferación de organismos tunicados, como salpas, doliólidos o piromósidos que, en ocasiones, darían a las aguas aspecto gelatinoso, debido a la consistencia mucosa de sus cuerpos y la elevada tasa de reproducción que experimentan bajo determinadas circunstancias.

 

Morena negra (http://www.enelmar.es/)

 

Otro detalle que los aborígenes apreciarían en algún momento de su vida cotidiana, sería la tonalidad muy oscura (negra) que adquirirían las aguas cuando, por efecto de los vientos, las cenizas procedentes de incendios de bosques se depositaran en el océano. Este fenómeno lo hemos observado personalmente. Por ejemplo las cenizas halladas en El Hierro, septiembre de 2009, meses después del pavoroso incendio que afectó La Palma, en julio de 2009, cuyas repercusiones en la fauna marina recogimos en una publicación de la revista Vieraea. Estas cenizas (Hernández et al., 2010) afectan de forma diferente a diversos organismos neustónicos, diminutos habitantes de los primeros centímetros de superficie oceánica, en concreto huevos y larvas de determinadas especies que usan dicha ceniza como soporte, aunque con diferente fortuna, ya que si para algunos favorece el desarrollo, en otros casos hace inviable el mismo.

 

Hemos de considerar al aborigen, soñador, observador de fenómenos costeros, pero también ¿activo nadador? Respecto a este último aspecto, trabajos realizados sobre cráneos procedentes de Gran Canaria (Velasco Vázquez et al., 2001), parecen señalar amplios períodos de tiempo que gustaban pasar en inmersión. Kennedy (1986) establece una estrecha relación entre el grado de desarrollo de la llamada exostosis auricular (presente en dichos cráneos) y la frecuencia de exposición al agua fría (entre 15º y 19º). Estos hábitos quedan registrados físicamente por desarrollo inusual en el canal auditivo, señalando la vinculación de los habitantes de dicha isla con el medio oceánico. Dastugue y Gervais (1992) hablan de enfermedades profesionales, en relación con poblaciones en contacto directo con el medio acuático, es decir, búsqueda y obtención de recursos alimenticios procedentes de este tipo de entornos (mar, ríos, lagos…). En poblaciones actuales se presenta cuando hay un importante contacto con el agua (submarinistas, surfistas, etc.). Para Canarias, la exostosis fue observada y descrita por Dutour & Onrubia (1991) en necrópolis de Gáldar. Además del interés recolector, podrían añadirse actividades de carácter lúdico: … las juelgas de la mar i los baños lo tenían los más nobles por ejercicio… No olvidemos que la temperatura media de las aguas de Canarias, especialmente en determinadas épocas del año, favorecería la concurrencia  de los factores etiológicos que explican la frecuencia de las exostosis auriculares observadas. Según González Reimers et al. (2008), el estudio de las exostosis auriculares ha proporcionado información de tipo paleoantropológico, ya que se trata de una patología ósea no excepcional en nuestro Archipiélago y presente desde hace al menos 1500 años. Aunque la temperatura de las aguas de las Islas se halla dentro del rango que justificaría la formación de exostosis, no descartan dichos autores que pudiera haber alguna forma de predisposición genética que justificara la pervivencia de esta patología y su prevalencia relativamente alta (González et al., op cit.).

 

Un fenómeno que les causaría admiración y sorpresa sería la bioluminiscencia, emisión de luz biológica, notoria de noche con mar en calma. Esta luz biológica se produce, debido a reacciones químicas, por ejemplo en algas microscópicas del género Noctiluca,que emiten destellos por excitación. Dicho fenómeno se presenta también en animales, caso de cefalópodos, ctenóforos, peces o gambas, de pequeño tamaño, cuyos fotóforos (células donde se produce la reacción enzimática emisora de luz) se hallan distribuidos específicamente por sus diminutos cuerpos. Precisamente, concentraciones de algunos de estos animales, entre 300 y 800 metros de profundidad, la denominada capa de reflexión profunda, deep scattering layer, migran durante la noche a superficie para evitar de día a sus predadores (aves marinas) para los que representan un suculento manjar. Quizá este hecho no llamaría la atención del aborigen por la dificultad de visualización, pero sí el vómito de dichas aves (en las cuevas de los acantilados). Dicho vómito incluye restos (no siempre digeridos) de los mentados organismos, lo que facilita su identificación al investigador actual.

 

Menos probable sería el encuentro con especies de las profundidades, como enormes cangrejos japoneses (Paromola cuvierii), grandes quimeras (ejemplo Hydrolagus affinis) o los peces sables (Regalecus glesne), ejemplares de gran talla de los que se conocen muy pocos varamientos (Montero et al., 1995) y que, salvo casos concretos de enfermedad o muerte cuando son arrastrados hasta la orilla por las corrientes, es poco probable que fueran observados.

 

Sin embargo, sí creemos que tuvieran constancia de algunas especies que, aunque habituales de mar abierto, pueden aparecer en costas ocasionalmente, como los peces luna (Mola mola, Masturus lanceolatus, Lampris gutattus) de extraña morfología y muy fácil captura o algunos cefalópodos de hábitos pelágicos (Vampirotheutis sp.) que esporádicamente se acercan a la costa.

 

 

Fátima Hernández Martín es Directora del Museo de Ciencias Naturales de Tenerife.

 

 

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