Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

Artesanía y vida rural.

Martes, 23 de Febrero de 2016
Guía de Artesanía Tenerife
Publicado en el número 615

La artesanía siempre ha formado parte de la vida cotidiana. Del trabajo en las eras, de la cocina, del disfrute. Desde tiempos aborígenes la ganadería tuvo suma importancia en la vida rural de Tenerife, más si cabe que la agricultura...

 

 

Cuando las tropas castellanas conquistaron la isla en 1496 encabezadas por Alonso Fernández de Lugo, se asombraron ante la abundancia de ovejas, cabras y cerdos que pastaban y hozaban a sus anchas por esos campos de Dios. Pronto se tomaron severas medidas para su conservación y se decidió fomentar el pastoreo. Poco tiempo después se introdujo ganado ovino y caballar, procedente este último de Andalucía y el Norte de África. Ante el incremento de las cabañas y los fraudes que las acechaban, los colonos se vieron en la necesidad de crear marcas de propiedad y controlarlas de cerca. Para ello, y para herrar mulos y caballos, que se revelaron como el transporte idóneo para transitar por aquellos caminos infernales, nacían las primeras fraguas.

 

Los bueyes, tan preciados que eran objeto de numerosos contratos de arrendamiento, se utilizaron como animales de tiro para arar la tierra y trillar. Redondo, Mancebo, Hermoso, Bragado, Alcoholado y Tristán fueron algunos de los que pusieron su fuerza animal al servicio de la agricultura. Hubo entonces que hacer yugos, arados y trillos, de los que aún se pueden contemplar algunos bellos ejemplares. Unos son antiguos y otros salen de manos de artesanos actuales. Aquí se aúna la habilidad de carpinteros y herreros. Los unos para tallar la viga y el timón del arado, por ejemplo; los otros, para fabricar la reja y la telera.

 

De las cabras pronto se obtuvo un queso delicioso -hoy en busca de denominación de origen- al que en 1498 el Cabildo puso valor de moneda: ... que todos los vecinos desta ysla que devieren mrs. (a) a los mercaderes que a ella venieren que se les den e paguen en quesos, si quisieren, a razón de a quinientos mrs. El quintal. El queso y el cuero eran los únicos productos destinados por entonces a la exportación. Para su elaboración, los campesinos realizaban, al igual que en la actualidad, una quesera de madera estriada con tres patas, para escurrir el tabefe, o suero, y un molde de pleita, o empleita de hoja de palma. Hasta aquí intervenían el hierro, la madera y la palma.

 

Del ganado también se aprovechaba el cuero para la confección de calzado y los odres y zurrones de viticultores y pastores. Pero el cuero, a diferencia del metal, ya había sido ampliamente utilizado por los guanches, que vestían con él y eran muy diestros en su curtido y confección, como se verá en el apartado dedicado a este material. Según algunos autores pudo ser incluso utilizado para la navegación en épocas prehispánicas, en sustitución de la quilla y adaptándose a un costillar de madera.

 

Al cultivo de las habas y el cereal -trigo y cebada- pronto se vinieron a sumar nuevas y numerosas semillas. Especies americanas como el tomate, el pimiento y la omnipresente papa, o patata, fueron introducidas a partir del siglo XVII; pero los árabes ya habían enriquecido el suelo ibérico con productos tan deliciosos como las berenjenas, alcachofes, guisantes, espárragos, sandías, naranjas amargas, albaricoques, plátanos y caña de azúcar, cuyo cultivo pronto se extendió a Canarias.

 

Para la aclimatación de tantas especies nuevas los agricultores tuvieron que contar con numerosas herramientas que facilitasen su trabajo, hoy algunas relegadas al olvido a causa de la mecanización de las labores del campo. Entre ellas, la hazada, la bielda, la podona, la pala, el sacho, la horqueta, la hoz, el machete y tantas otras que aún salen primorosas de manos de algunos artesanos. Para su fabricación se utilizaban también la madera, el hierro, y más tarde el acero. Por ello, es un hecho habitual que un herrero sepa trabajar la madera, como se verá más adelante.

 

 

La pesca necesitó del oficio de carpinteros de ribera que hacían, y siguen fabricando, barcos tradicionales a vela y motor. Los pescadores encomendaban a los cesteros tambores para morenas y nasas hechas de junco, como todavía las hace Isidoro Torres Díaz, de San Andrés.

 

Vayamos a la cocina, donde se guisan las intrigas familiares y se fragua lo que el cuerpo necesita y el paladar disfruta. Aunque los tiempos no fueron en todo momento de bonanza, siempre hubo algo que echarse a la boca, bien un escaldón de gofio (cereal tostado y convertido en harina) o unas simples papas arrugadas. Al fin y al cabo las Islas, sobre todo las occidentales, han gozado siempre de una tierra de origen volcánico extremadamente fértil, exenta de heladas y de muchas plagas como la filoxera, que en el siglo XIX diezmó las cepas de vid europeas, quedando a salvo las variedades canarias. También en la cocina mandan los productos manufacturados. Ollas y marmitas para hacer potajes y guisos de pescado, escurridores de papas, tostadores para el gofio y las castañas, braseros, gánigos, platos y escudillas para servir los alimentos y lebrillos para amasar, eran algunas de las piezas fabricadas en barro por las loceras, u olleras, que abundaban a lo largo de la geografía insular. No habían de faltar nunca la talla y el bernegal, utilizados para ir a por agua a la fuente y conservarla fresquita. Además de estos recipientes, en la cocina tradicional hay loceros -muebles para la loza-, banquetas, tijeras para coger higos picos, o chumbos, morteros y un sinfín de objetos de tea y de otras maderas.

 

Pero toda comida que se precie, ya sea un guiso de cherne salado, un potaje de berros o un conejo en salmorejo, ha de ir acompañada de buen vino de la casa. Y los campesinos tinerfeños son maestros en su elaboración. Son muchos, por cierto, los artesanos que no se prestan a hablar sin ofrecer antes a su interlocutor un vaso de vino elaborado por ellos mismos o algún familiar, y bendecido en el día de San Andrés. El herrero Belio Acosta es uno de ellos, lo mismo que Valentín Trujillo, fabricante de escobas de palma, que insiste en invitar a sus entrevistadores: Tomen un chupito, esto es sangre de Jesucristo. Así lo llamaba una señora que venía a por él. Se mandaba un tolete de vino; si no, temblaba.

 

La isla, que cuenta nada menos que con cinco denominaciones de origen, está colonizada por cultivos de vides de distintas variedades que se extienden por las medianías de Tacoronte y Acentejo, el valle de La Orotava, el de Güímar y las comarcas de Ycoden Daute-Isora, Abona y Anaga. Los cultivos, organizados en bancales que se adaptan a las pendientes, tienen, una vez más, ese aspecto sencillo y artesanal que casi todo cobra en la isla. Si ahora las grandes bodegas importan la madera para sus barricas de Francia o Estados Unidos, hasta hace poco existieron toneleros que las fabricaban, lo mismo que los toneles, para los pequeños propietarios. Siguiendo un modelo típicamente andaluz, barrigas, testas y fondos se hacían de madera, ciñéndose con arcos de metal. Como testimonio de épocas pasadas quedan aún en pie fabulosos lagares llamados por algunos de jusillo que, del mismo modo que los ingenios azucareros del siglo XVI, los acueductos de madera descritos por el viajero de los siglos XVIII-XIX André-Píerre Ledru, y los telares y sus complementos, forman parte de la tecnología popular más sabia y arraigada.

 

En cuanto al sector textil tradicional, muy vigoroso en la actualidad, siempre ha supuesto una actividad próxima a la vida cotidiana. La piel del pueblo. Desde los primeros tiempos de la conquista las mujeres tejieron sus propias vestimentas de lana y lino y, a partir del siglo XVII, también de seda. Claro que este era un artículo de auténtico lujo solo destinado a los ropajes de gala y a ser exportado. Paños de lana para faldas, sobretodos, mantillas, justillos o chalecos, y lienzo de lino para calzones y camisas, constituían el grueso de una producción que llegó a profesionalizarse. Pero también alforjas y mantas que los pastores se echaban por encima, a modo de sobretodo, para abrigarse en las largas noches de invierno. Que en Tenerife no todo es calor, y en las cumbres hace a veces un frío que pela.

 

 

 

Notas

(a) Abreviatura de maravedíes.

1. En Estudios de Etnografía y Folklore Canarios, Pérez Vidal, J., Cabildo Insular de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 1985, p. 204.

 

 

Artículo extraído del libro Guía de Artesanía Tenerife, publicado por la D. Gral. de Industria del Gobierno de Canarias con la colaboración de Inés Eléxpuru, Juan Carlos Martínez Zafra y María Victoria Hernández.

 

 

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