Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

El Hierrro y San Borondón.

Viernes, 20 de Septiembre de 2013
Manuel Poggio Capote y Luis Regueira Benítez
Publicado en el número 488

Cuando sí se dejó ver fue solo dos años más tarde, desde lo alto de El Golfo. El 20 de julio de 1723, mientras fray Luis Rey realizaba un exorcismo en la cumbre contra la plaga de langosta que azoraba las viñas, se avistó, ante la multitud allí congregada, en dirección Noroeste y a gran distancia de La Palma, la imagen de una isla.

 

 

La legendaria isla de San Borondón es una de las enseñas más hermosas de la cultura canaria. La historia de una ínsula esquiva que aparece y desaparece a su voluntad, convertida en un territorio idílico, en un paraíso ignoto, ha cautivado a los habitantes del Archipiélago desde que se dispone de memoria. La historia invita incluso a asociar algunas creencias de los indígenas en torno al solsticio de verano con las costumbres que los campesinos isleños relacionaron con la cercana onomástica de San Juan. En El Hierro, por ejemplo, como en Tenerife y La Gomera, pervivía a comienzos del siglo XX la costumbre de levantarse temprano para ver bailar el sol y contemplar San Borondón, según compiló Juan Béthencourt Alfonso (1847-1913).

 

El Hierro, la isla más occidental de Canarias, ha conseguido atesorar un nutrido conjunto de referencias vinculadas con esta mítica historia. Desde el mismo siglo XVI, las noticias sobre avistamientos han sido numerosas. Una buena muestra es la exhaustiva recogida de información ordenada en 1570 por el regente de la Audiencia de Canarias, Hernán Pérez de Grado. En plena era de los descubrimientos, ya extendida al océano Pacífico, el presidente de la audiencia mandó realizar unas encuestas en Tenerife, La Gomera, La Palma y El Hierro para componer un informe acerca de esta esquiva geografía. Entre otros testimonios, en El Hierro, la investigación asentó las declaraciones del gobernador, su hijo, así como otros dos regidores. La conclusión a la que se llegó entonces determinó que, en efecto, la isla existía y debía localizarse. Cabe recordar que ese mismo año se armaron dos expediciones que partieron de La Palma y que, por supuesto, no dieron con rastro de tierra.

 

A pesar de que San Borondón nunca fue encontrada —dado que jamás ha existido—, debe suponerse que continuaron produciéndose esporádicos avistamientos a lo largo de los siglos XVI y XVII. Se llega así a 1721, cuando una terrible crisis castigó a la sociedad canaria y, ante tan calamitosa situación, el capitán general, Juan Mur, concibió el envío de una expedición en busca de la quimérica ínsula. La finalidad era nada menos que encontrar nuevas tierras que sirvieran como abastecimiento de la hambrienta población isleña. Lo notable es que la recogida de datos acerca de la autenticidad de San Borondón se verificó, en exclusiva, con los testimonios proporcionados por los habitantes de El Hierro. El resultado de la ulterior exploración que zarpó desde Santa Cruz de Tenerife fue —como no podía ser de otra manera— el mismo de siempre: la isla no apareció.

 

Valle de El Golfo (El Hierro)

 

Cuando sí se dejó ver fue solo dos años más tarde, desde lo alto de El Golfo. El 20 de julio de 1723, mientras fray Luis Rey realizaba un exorcismo en la cumbre contra la plaga de langosta que azoraba las viñas, se avistó, ante la multitud allí congregada, en dirección Noroeste y a gran distancia de La Palma, la imagen de una isla. Sorprendidos los presentes, solicitaron del religioso un segundo exorcismo, esta vez dirigido hacia la enigmática visión.

 

Así las cosas, es comprensible que el mito de San Borondón haya enraizado de un modo profundo en la cultura popular de El Hierro. Aún, entre los actuales herreños se oyen sentencias como «el que ve dos veces San Borondón mentiroso es», referida a las contadas ocasiones en que la isla se dejaba ver; o «este repite, no es como San Borondón», dedicada a las personas muy laboriosas; y, por último, «es como San Borondón que va y viene» o «es como San Borondón que tan pronto está como no está», para designar a los individuos informales o que carecen de palabra.

 

En igual forma, aún subsisten narraciones ligadas a la mítica isla. Una de las más llamativas reseña el asesinato de una hija por su padre. Un día en que ambos se hallaban trillando en una era, la niña, que suponemos ya debía estar investida de otras habladurías, dijo que iba «a encantar  San Borondón». Ante la recriminación de su padre, quien la amonestó con «que eso eran cosas de brujas», la silueta de una misteriosa isla se dibujó en el mar; asustado y convencido el hombre de que su hija era una nigromante clavó una horquilla en el pecho de la niña, matándola. De igual modo, la poesía popular consigna distintos versos relativos a este tema. No obstante, todos los que hemos podido recoger, redactados por autores conocidos, datan del siglo XX.

 

Fantástica o fantasmagórica, San Borondón se esconde y se asoma al Oeste de El Hierro, en los confines del mar infinito, en medio del océano Atlántico. Allí duerme la fabulosa isla, a la espera de volver a aparecer. El Hierro continúa aguardando ese momento.

 

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