Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

El Obispillo, los Santos Inocentes y las Fiestas de Luz en Canarias.

Viernes, 28 de Diciembre de 2012
Manuel Hernández González
Publicado en el número 450

El Día de los Inocentes los mozos de coro de la Catedral de Las Palmas, por ejemplo, colgaban cuernos en los hábitos corales, metiendo en el coro a los payasos y a los graciosos de oficio, e imitaban en medio de los oficios divinos ladridos de perros, rebuznos de asnos y miaus descompasados de gatos...

 

 

El Obispillo. En diciembre, a partir del día de Santa Lucía (día 13) comenzaban a cantar sobre la natividad de Jesús y continuaban así hasta el 2 de febrero, fiesta de la Candelaria. Como refiere J.M. Alzola, «tres meses duraban las actuaciones peripatéticas de estos labradores y artesanos que después de una larga jornada de trabajo en el campo, en el alperle o en el taller le quedaban fuerzas para recorrer muchos campos expuestos al relente, a la lluvia o al frío de las noches»1.

 

La trascendencia simbólica de estos días, su oposición a lo cotidiano, a los valores sociales tradicionales se puede apreciar desde el momento mismo del día de la Concepción de la Virgen, el 8 de diciembre. Parece que asistimos a un auténtico reinado de la infancia. Dos días antes, el 6 de diciembre, día de San Nicolás de Bari, se celebra la Fiesta del Obispillo, con la que se puede decir que comienza. Son varios los testimonios que se han conservado de esta fiesta estudiantil por excelencia, que se celebraba, entre otros lugares, en el convento agustino de La Laguna. Lope de la Guerra nos ha dejado una excelente descripción de la misma, tal como la conoció en su etapa de estudiante en el citado convento: «El 6 de diciembre hacía un estudiante la fiesta de San Nicolás de Bari; para esto se nombraba 8 o 10 días antes por votos secretos que los tomaba el ministro de novicias. A este estudiante se le llamaba el obispillo; electo se le ponía bonete, pectoral, anillo y dicho maestro de novicios lo llevaba a la casa de sus padres para lo que hacía un coche a prevención. En esta fiesta se gastaban algunos pesos, porque lo común era hacer todas las tardes refresco a los estudiantes que concurrían a visitarle, haber por las noches saraos y otras diversiones y por las tardes paseos en coches y sillas vestido el obispillo como obispo y como tal se le nombraba familia, que por lo común se componía de dos dignidades, secretario, maestro de ceremonias, caudatario, pajes, médico, cirujano y mayordomo. Los tres últimos se elegían entre los seglares y los demás de sotana. Y con todo este aparato concurría a la función de víspera y día de San Nicolás, se le ponía en la iglesia a la derecha del presbiterio sitial y dosel con otros aparatos conformes a la dignidad episcopal, se le daba a leer el Evangelio, salía a recibirlo y despedirlo la comunidad, daba el hisopo para el agua bendita y la paz, todo en obsequio por hacer la fiesta. Yo no fui obispillo por haberlo sido mi hermano el año de 1746, pues se tenía la mira de que siéndolo uno de una casa no lo fuesen los demás. Fui sí, distintas veces de la familia secular y no había para mí en todo el año días más gustosos y principalmente en los que salía detrás de mi Amo con los espejuelos (que era la divisa del médico) aunque alguna vez me lo escondió mi madre porque le parecía ridiculez»2.

 

Los días anteriores y posteriores al Nacimiento de Jesús, al solsticio de invierno, eran días de modificación de los patrones de poder establecidos. Pero participaba, como hemos visto, toda la comunidad, incluidos los eclesiásticos. La citada fiesta se realizó hasta que se suspendió el estudio de gramática en el convento agustino lagunero. En ella el obispillo se recibía a repique y por toda la comunidad, «se ponía en la capilla mayor su sitial y todo su aparato y en la misma se exponía S.M. manifiesta y autorizaba la función y procesión con dos sus acompañados, y oía decir misa. Había tradición que un señor obispo de esta función la acompañó en uno de los paseos. Esto es muy público por muchos señores canónigos de esta isla» según relataba un fraile llamado Perdomo3.

 

Representación de un Obispillo medieval, según imagen de Wikipedia

 

Los Santos Inocentes. Junto con la del Obispillo todas estas fiestas que sucedían antes y después de la Navidad y prefijaban el Carnaval se denominaban Fiestas de Locos, organizándose en el interior mismo de las iglesias por grupos cuasi profesionales, participando incluso religiosos y corría la tradición que hasta el mismo obispo, como hemos referido. Cada una de ellas se correspondía con cada uno de los estamentos eclesiásticos, sacerdotes, diáconos y niños de coro, celebrando respectivamente las de San Juan Evangelista, San Esteban y los Santos Inocentes. No es casualidad que en las tres hubiese obligación expresa de asistencia a misa. Estos días tenían como característica el trastrocamiento de las jerarquías. De las dos primeras festividades apenas hemos encontrado documentación, y creemos que por lo menos en el s. XVIII no se celebraban en las Islas como Fiestas de Locos, todo lo contrario que del Día de Inocentes. En esa fecha, en la que la Iglesia, podemos decir eufemísticamente, celebraba la conmemoración de la matanza de los niños por Herodes, los mozos de coro de la Catedral de Las Palmas «echábanse desde el amanecer del día vestidos de sotana, que entonces se ponían en sus casas, a vagar por la ciudad y sus arrabales (...). Arrebañaban como perros famélicos las sobras de los mendigos y pordioseros que pululaban por estrechas y mezquinas calles; colaboraban con el hampa de pícaros y rateros en cuantos hurtos y rapiñas se cometían, acosaban con sus dicharacheras soeces y sus acometidas de jauría desmandada a cuantos paseaban y exhibían sus roñas y lacras físicas y morales a las puertas de los templos y conventos. Venían a la iglesia cuando les daba la gana entrando en ella aparejados de manteos y bonetes, lo cual sacaba de quicio a los canónigos contra los que demasiaron e insolentaron hasta andar por el templo arrastrando largas colas, agenciadas Dios sabe dónde», refiere Feo y Ramos4. Colgaban cuernos en los hábitos corales, metiendo en el coro a los payasos y a los graciosos de oficio y remedando en medio de los oficios divinos ladridos de perros, rebuznos de asnos y miaus descompasados de gatos5. En el siglo XVIII se difundió además, a imitación burlesca de los superiores, la exhibición de polvo de tabaco en sus asientos corales con el rapé entre los dedos interrumpiendo los divinos oficios con estrepitosos y violentos estornudos. Las actas del Cabildo Catedralicio de 1749 especifican que «hacen irrisiones y bullas durante los oficios divinos de aquel día y su víspera con el pretexto de inocencias, como ellos dicen»6.

 

Estos actos trastocadores del orden establecido en los que hasta los símbolos de la religión son objeto de mofa tienen como objeto la inversión de las ceremonias religiosas y en absoluto son exclusivos de las Catedrales. En Icod se celebraba también el Obispillo y el alcalde real Fernando de Mendoza presenció el dar la paz con pan y «el dar con una palada y hasta el ministro del altar la besó, que un Señor San Bernardo y el coro todo. Y otros años la han dado con otras figuras de cartón y a este tenor muchas más cosas, hasta con esteras haciendo vestiduras los muchachos que acompañaban a los señores beneficiados a ir y venir al coro, como autorizó Don Pablo de la Guardia y Pestana y otras ociosidades, Don Dionisio Linche y muchos (...); como otro año entre las amonestaciones haber amonestado jocosamente al padre del sochantre con una Ana Núñez que causó mucha fiesta en dicha iglesia. En otra ocasión al beneficiado Don Melchor yendo de capa al coro le acompañaron diferentes muchachos vestidos indignamente, quienes llevaron los ciriales, como fue Miguel de León y otros»7. Era época de crítica de la moralidad establecida. En Telde el 10 de diciembre, relata Zuáncavar, se realizaba un sermón burlesco por la noche. «Un hombre, que cubierto del vientre para arriba con un cesto y pintado el vientre figurando una cara, hacía el enano, explicándose con gestos, ademanes y pinturas harto indecentes; después de lo cual el actor representando su estatura natural y vestido de fraile dominico predicó un sermón muy puerco y obsceno, en el cual lo menos notable fue que, habiendo hablado por incidencia de aquella casta de ruidos que ofenden más el olfato que el oído, los distinguió por sus especies, contando hasta siete, y explicando muy por menor y con expresión demasiado viva la naturaleza y circunstancias de cada una de ellas»8.

 

Se puede decir que la Iglesia no sólo había tolerado tales fiestas, sino que les había dado un barniz cristiano. Ya hemos relatado el trasiego de festividades, el matiz irónico que desprende el día de los Santos Inocentes, pero en ese desfile de dignidades sacras que se colocan en los días que suceden a la Navidad se esconde la intención de cristianizar la locura, la inversión, sustituyéndolas por fiestas de grupos eclesiásticos. Este aspecto religioso de las Fiestas de Locos constituyen, pues, su fundamento. El canciller Gerson señalaba a principios del s. XV algo con gran sentido y que nos ilustra sobre la posición de la Iglesia sobre la modificación de su orientación: «Es preciso mantener esta costumbre que permite al pueblo desfogarse, al igual que se le permite la salida de los gases del vino nuevo para evitar que el tonel estalle»9.

 

Sin embargo, la posición de la jerarquía eclesiástica no fue la misma siempre. En distintos momentos, y con mayor vehemencia si cabe en el periodo ilustrado, abogó por la abolición de tales fiestas que consideraba vestigios del paganismo. Ya en 1690 la Inquisición de Canarias consultó a la Suprema sobre la conveniencia o no de suprimir el Obispillo10. Pero es en la segunda mitad del s. XVIII cuando se decide actuar de forma contundente para acabar con estos testimonios de «paganismo» para erradicarlos. El Santo Oficio en 1781, considerando que el Obispillo es «una gravísima injuria a los verdaderos pontífices» y que además «se ha disimulado y aun dado licencia por algunos vicarios foráneos para que se representen en la calle montados a veces en animales, los más feos, representando cardenales y el Sumo Pontífice; y que igualmente han consentido ciertos beneficiados el que los monigotes se vistan para asistir al coro y al altar con indecencia y hasta con dalmáticos de estera, mezclando en unos y otros actos que lejos de ceder en veneración y devoción mueven a irrisión y burla del santo sacrificio de la misa», se ordena a los vicarios, beneficiados y curas de las parroquias no consientan tales actos bajo pena de excomunión mayor y de proceder contra ellos11.

 

Detalle del Belén Municipal de Gáldar (Gran Canaria) de 2012

 

Las Misas de Luz. Los portavoces de las ideas ilustradas y «jansenistas» habían orquestado, conforme a su filosofía productivista y de «regeneración moral», una campaña contra la teatralidad y el sarcasmo lúdico de las fiestas, postulando su solemnidad y desterrando todo rasgo de derroche, diversión y mofa en las ceremonias religiosas. Corregir y eliminar tales desviaciones, «redimir y educar a un hampa que irreductiblemente amenazaba con ser un peligro para todos» eran sus máximas, optando por la expulsión de los mozos disolutos y velar severamente porque no se introdujeran «tales bullas e irrisiones en los divinos oficios, pues está tan recomendado su extirpación de ellos». «Las vísperas y el día de los Santos Inocentes y su kalenda –acordó el cabildo catedralicio canariense en su sesión de 10 de enero de 1749– se cante y se oficie según su rito, sin que en cosa alguna se haga mutación ni desorden con pretexto de inocencias, así por los sochantres y músicos, como por todos los mozos de coro de esta santa Iglesia, sin que en él se altere la compostura con que deben estar, ni que inviten a alguna de fuera a entrarse en él o en la capilla mayor a hacer sus jocosidades»12.

 

El calendario responde, pues, a esa dicotomía entre la creación del año y el Nacimiento de Jesucristo, pues resume esa doble condición, ese cristianismo cósmico, tal y como lo define Eliade. Por ello el 13 de diciembre, día de Santa Lucía, que es en cierto modo la Fiesta de la Luz (no en vano es la protectora de los ojos), delata la época del año por la que atravesamos, la del solsticio de invierno a partir del cual el sol comienza de nuevo a prevalecer sobre las tinieblas. Pero no obstante el día de Santa Lucía dista una semana del solsticio, y ello se debe a que la sabiduría popular se ha configurado en proverbio previamente a la reforma del calendario de 1582, cuando el 13 correspondía al 20 del calendario reformado. No es sorprendente que en las Islas sea ese día cuando se coloquen los nacimientos, porque, según recoge el refrán, Santa Lucía canta Pascua en 11 días. En los nacimientos lo primero que se hacía era sembrar trigo, alpiste y lentejas por separado en recipientes de pequeño tamaño y poca altura. Está probado, argumenta Alzola, por tradición ininterrumpida que con humedad y sol eran suficientes 11 días para que las semillas estallaran y las verdes hierbas crecieran hasta alcanzar un desarrollo conveniente. Esta costumbre de sembrar estos minifundios, según expone, procede de Madeira, denominándose allí searinhas (campitos de cereales) a estas pequeñas cajas con su verde y enana cosecha13.

 

E inmediatamente después, 9 días antes del Nacimiento, entre el 16 y el 24, las Misas de Luz, que simbolizan los 9 días de embarazo de la Virgen, comenzando precisamente el día de la expectación de Nuestra Señora. Tenían su inicio a esa hora indecisa en la que la noche agoniza y el día pugna por nacer, a la aurora, entre las 4 y media y las 5 de la madrugada, que era la hora canónica establecida para decir la primera misa en los meses invernales. Simbolizaban una liturgia folklóricamente perfectamente comprensible, hecha a la medida del pueblo, tocándose en el interior de la iglesia, como recogió Lope de la Guerra «panderos, flautas y otros instrumentos rústicos con que hacen bastante bulla y suelen hacer coplas y otros entretenimientos»14. Movilizaban a multitud de personas de distintos sexos y en ellas gozaban de un alto protagonismo los muchachos que aprovechaban la ocasión para hacer travesuras con sus pitos fabricados con cañas15. Eran auténticas fiestas de irrisión, diversión y burla, combinadas con fervor religioso, en las que participaban con singular entusiasmo jóvenes y mayores entonando letras jocosas en los villancicos. Algunos de ellos se han conservado y en su título se puede apreciar el carácter desenfadado de las letrillas, como los de Joaquín García, escritos entre 1735 y 1739, 58 compuestos para estas fechas y 56 para el día de Reyes: un portugués y un gallego; teólogos y beatas; entre sacristanes; 3 estudiantes gorristas, 6 tratantes de la plaza; Toribión el asturiano...; chapurreándose lenguas extranjeras o imitando el habla del negro o el moro, hablando en algunos casos hasta los animales que acompañaban a Jesús y a María en el portal16.

 

 

Notas

1. Alzola, J.M. La Navidad en Gran Canaria. Las Palmas, 1982. "Una visión general sobre las fiestas canarias a través de la historia" en HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, M. Fiestas y creencias en Canarias en la Edad Moderna. Tenerife, 2006.

2. Guerra y Peña, L.A. Memorias. Tomo I. pp. 20-21.

3. Museo Canario, sección Inquisición, sign. LIV-28.

4. Feo y Ramos, J. La fundación del Colegio de San Marcial y la dirección de Viera y Clavijo. Museo Canario, n° 1, Diciembre-Enero de 1933, p. 91.

5. Ibídem, op. cit., p. 92.

6. Ibídem, op. cit., pp. 93-94.

7. Museo Canario, sección Inquisición, sign. LIV-28.

8. Millares Carlo, A. Ensayo de una bibliografía de escritores canarios de los siglos XVI al XVII. Madrid, 1932, p. 560.

9. Gaignebet, C. El Carnaval. Ensayos de mitología popular. Barcelona, 1984, pp. 30-33.

10. Millares Torres, A. Historia de la inquisición en las Islas Canarias. Tomo III, p. 90.

11. A.H.P.T., sign. C-140-2.

12. Feo y Ramos, J., op. cit., p. 93.

13. Alzola, J.M. La Navidad..., p. 52.

14. Guerra y Peña, L.A., op. cit. Tomo III, p. 71.

15. Viera, I. Costumbres canarias. Madrid, 1916, pp. 223-226.

16. Alzola, J.M. La Navidad..., p. 74.

 

 

Foto de portada: detalle de un cuadro de Duccio di Buoninsegna (siglo XIV) alusivo al Día de los Inocentes

 

 

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