Revista nº 1040
ISSN 1885-6039

El primer accidente mortal de tráfico en Gran Canaria.

Domingo, 19 de Junio de 2011
Pedro Socorro Santana (Cronista Oficial de la Villa de Santa Brígida)
Publicado en el número 370

El sábado 12 de agosto de 1911 ocurrió en el kilómetro nueve de la carretera de Teror un accidente de tráfico que causó una gran conmoción en la población grancanaria. Dos de los tres ocupantes de un extraño automóvil de tres ruedas perecieron víctimas del primer accidente mortal en la historia del tráfico en Canarias.

 

Los periódicos de la época dedicaron en sus ediciones diversas reseñas del trágico siniestro, pues se trataba de una noticia periodística tremenda e impactante para una población todavía ajena a una de las grandes causas de muerte de nuestra era. Pocas veces o tal vez ninguna habrá ocurrido en esta población un suceso tan espantoso y que tan honda impresión haya causado en el ánimo de todas las clases sociales por la forma horrible en que perdieron sus vidas las pobres víctimas, relataba el periódico El Día.

 

La llegada del automóvil a Gran Canaria era un fenómeno más de la modernización de los transportes y las comunicaciones que se producían en Europa. Los grandes logros del progreso -alumbrado eléctrico, tranvía, teléfono, motor de explosión, etc.- cambiaron el ritmo de vida de la isla y acarrearían al mismo tiempo consecuencias insospechadas en las costumbres y en las mentalidades de la gente. A partir de 1902 desembarcaron en el puerto de La Luz los primeros vehículos de gasolina ante los atónitos ojos de los isleños, según cuenta José Miguel Alzola en su libro La Rueda en Gran Canaria. Fue un momento histórico porque los grancanarios sólo conocían los carruajes, diligencias y tartanas tiradas por caballos y el tranvía que unía la ciudad con el creciente barrio del Puerto de La Luz.

 

En aquellos primeros años del siglo XX pocos eran los canarios que contaban con un automóvil. El poco tráfico existente y la prudencia con la que circulaban los atrevidos conductores hacían que los accidentes apenas se produjeran. Pero llegó el verano de 1911 y dos amigos muy conocidos de la ciudad, pertenecientes a distinguidas familias de Las Palmas de Gran Canaria, anotaron sus nombres en la crónica negra de la era del automóvil.

 

El coche siniestrado era un extraño artefacto, con motor de explosión y tres ruedas, hecho de acero. Uno de esos vehículos que la opinión pública conoce con el nombre de tonina, señalaba el citado periódico. Pertenecía al comerciante de la ciudad Cristóbal Peñate, que había decidido prestar su preciado juguete a unos amigos para que fueran de excursión a Teror. El automóvil tenía dos asientos traseros y uno de ellos anterior para el conductor, desde donde se accionaba una palanca al final de la cual se hallaba una sola rueda. Respondía a la línea de aquellos vehículos, llamados voiturettes, fabricados en Francia por León Bollée (1885-1931), movidos por un motor monocilíndrico de 3 hp muy rápido, posteriormente perfeccionados por el conde Albert de Dion-le Val, por Georges Bouton y por su buen amigo el ingeniero Charles-Armand Trépardoux.

 


Uno de los triciclos fabricados por Leon Belleé, similar al accidentado en Teror en 1911

 

La Mañana, «diario de intereses generales», llenó su segunda página con el accidente trágico. En él ofrecía numeroso datos, corrigiendo algunos rumores y dando copiosos detalles sobre el mismo. De acuerdo con su reseña periodística, la más completa y precisas de todas, el primer accidente mortal de automóvil ocurrido en Gran Canaria -y probablemente en Canarias- discurrió como los vamos a recrear.

 

Aviso Urgente. Las primeras noticias sobre este suceso se conocieron el sábado a las tres de la tarde, cuando dos arrieros que se dirigían en sus carruajes a la Villa de Teror comunicaron la desgracia al alcalde de aquel pueblo, Manuel Acosta Sarmiento. Según le comunicaron, un automóvil se había despeñado y dos de sus tres ocupantes habían perecido. El chauffeur del triciclo propulsado quedó, según se dijo, gravemente herido en el fondo  del barranco. A los pocos minutos la noticia fue extendiéndose por toda la población y causando una impresión jamás sentida, relataba La Mañana.

 


Una antigua imagen del puente de Teror, cerca de donde ocurrió el primer accidente mortal de tráfico

en el verano de 1911 (Fedac)

 

El accidente ocurrió pasado el puente de Teror, concretamente en la vuelta de los Llanos de Arévalo, frente a Guanchía, un caserío de cuevas que cuelgan sobre el solapón de un risco. Cerca de allí estaba el poste que marcaba el kilómetro 9 e inmediato a la casa del peón caminero. Allí, en un recodo de la polvorienta carretera, el vehículo se salió de la vía entre dos eucaliptos y se deslizó camino del precipicio. Ladera abajo, continuó su desenfrenado avance por un desnivel de unos veinte metros. La gente hablaba de más altura, pero el periodista de La Mañana precisaba: No hay nada de lo que se ha dicho que se trataba de tanta altura como la torre de la Catedral.

 

El juez municipal de Teror, Carlos Yánez Matos, y su hermano, el doctor Antonio Yánez, llegaron poco después al lugar del accidente. Allí ya se encontraban varios vecinos de la zona, entre ellos una anciana mujer que tras oír el gran estruendo y percatarse de lo sucedido bajó al barranco a por agua y trató de auxiliar a las víctimas. El juez y el doctor quedaron horrorizados ante el estado que presentaban los cadáveres de aquellos amigos suyos, a quienes momentos antes habían saludado cariñosa y alegremente en la calle principal del pueblo. El doctor Yánez encontró aún con vida a Francisco Farinós, quien llegó a hacer un leve movimiento con su cabeza. Sin duda, el último de su vida. El chófer, Agustín Padrón, fue evacuado por un grupo de vecinos hasta la cercana casa del caminero. Una vez allí fue atendido por el médico terorense. Tenía el brazo izquierdo fracturado y presentaba una herida en el muslo izquierdo.

 

El cadáver de Matos quedó con la cabeza pegada a su estómago, boca abajo y en cuclillas. La americana cubría su cabeza. El periodista de La Mañana ofrece más detalles del siniestro por nimios que estos sean y alguna que otra suposición. El Sr. Matos llevaba unas botas de cuero rojizo, fuertes y nuevas; por el lado izquierdo están descosidas, lo que hace suponer que el señor Matos cayó primeramente de pie.

 

Los cuerpos de los fallecidos quedaron a unos cuarenta metros de la carretera y, ya en fondo del barranco estaba, junto al vehículo, el malogrado conductor, lo que se deduce que los ocupantes fueron violentamente despedidos. Un detalle «significativo» para la prensa de la época fue que los relojes que llevaban puestos los malogrados jóvenes se encontraron andando. El reloj biológico de ambos era el que se había parado para siempre.

 

La comisión judicial de Teror se incautó de algunas de las prendas de abrigo y del dinero que llevaban consigo los accidentados: 700 pesetas en billetes y alguna calderilla de plata. Una importante cantidad de dinero. Luego se supo que Farinós había cambiado mil pesetas del Banco de España, pues tenía intención de realizar algunas gestiones con algunos solares que poseía en la villa mariana.

 

Expectación. Poco después de las cuatro de la tarde aquel punto del camino a Teror se llenó de más carruajes y diligencias que condujeron hasta allí a familiares, amigos de las víctimas y también curiosos, que siempre los ha habido aunque pasen los siglos. Las primeras personas que llegaron de la ciudad fueron los tenientes de la Guardia Civil, Abellá y Armas, junto con dos parejas a caballo y varios agentes más que se acercaron desde Teror. También acudieron al lugar, entre otros, el doctor Luis Millares Cubas, amigo de la familia, Manuel Matos -padre de uno de los fallecidos-, Rafael Bello, Bartolomé Gómez Apolinario, Joaquín Apolinario, el inspector Manuel del Río, Federico Cuyás y redactores de periódicos de la isla. Poco después llegó el juez instructor, el señor Peláez, y el escribano del juzgado de Vegueta, Domingo Doreste. Algo más tarde lo harían, al galope de sus caballos, el capitán de la Guardia Civil, Perfecto Valdés, y el presidente de la Cruz Roja de Las Palmas, Ildefonso Estévez.

 


Uno de los primeros vehículos que llegaron a Las Palmas a comienzos del siglo XX (Fedac)

 

Tras los trámites oficiales y las pesquisas policiales, sobre las diez de la noche un automóvil llevaría a las víctimas mortales hasta el cementerio de la ciudad. Antes, y en una camilla de la Cruz Roja se evacuó al herido hasta el pago de Tamaraceite, donde el doctor Gregorio de León le administró una inyección para tratar de calmar su dolor. Pasadas las dos y media de la noche, Agustín Padrón, aún desorientado por lo sucedido, llegó a la capital, siendo ingresado en el hospital de San Martín.

 

Los periodistas pudieron entrevistarse con el paciente, a pesar de que, según dijeron, no tiene aún mucha fijeza en la inteligencia y solo da ligeras explicaciones de lo ocurrido. Pese a su estado de shock, se pudo conocer qué había sucedido. La tonina venía manejada por Agustín Padrón, según el citado diario. Habían almorzado en Teror y regresaban a la ciudad. La marcha era rápida, pues estos coches, aunque pequeños, desarrollan cerca de 60 kilómetros por hora, a lo que se prestaba, además, venir bajando y el buen estado de la carretera ¿Qué ocurrió al entrar el vehículo en el recodo de la carretera que está junto a la casa del caminero? Hay dos versiones. La una que el chauffeur avisado por los viajeros volvió la cabeza, y al volverse, imprimió él mismo un movimiento al manillar, girando el automóvil a la izquierda y atravesando los eucaliptos de los que estábamos hablando. La otra, que tomó  a la izquierda para no atropellar a unos arrieros que venían en dirección contraria, en cuyo momento sintió ruido detrás, que le hizo volver la cabeza y producirse el efecto de la desviación.

 

Los rumores más absurdos y las versiones más peregrinas prendían de aquellas inquietas gentes. Lo que sí quedó claro, según la declaración del conductor, es que el accidente se originó al no funcionarle la manivela y seguir el triciclo automóvil en línea recta hasta precipitarse al vacío. La tonina no dejó nunca de tocar tierra mientras Agustín Padrón, agarrado a la máquina, no pudo dominarla y aún más detenerla, a pesar de sus esfuerzos por tirar de los frenos. Para colmo, la carretera de tierra de Teror a Las Palmas, abierta al tránsito por el año de 1897, estaba llena de riesgos: baches, curvas, cuestas pendientes, animales sueltos y todavía sin vallas de protección. Rara era la excursión sin incidentes o sin averías en los pocos charabanes o carretas de alquiler que circulaban por la misma. Pero los placeres de la carretera superaban a las dificultades y los peligros que acechaban en cada vuelta.

 

Las víctimas. Las dos primeras víctimas mortales de la carretera canaria eran muy conocidas en la ciudad y contaban con muchas amistades entre la burguesía isleña. A ambos les sonreía la vida. Matías Matos Benítez, de 30 años, estaba casado y dejaba a cinco hijos huérfanos, el mayor de sólo siete años. Matos vivía de sus rentas y había ocupado un puesto relevante en la junta directiva del Gabinete Literario, distinguiéndose por su entusiasmo en la reforma y mejoras de aquella sociedad. Su carácter serio y reservado, y su característica bondad, le conquistaban general afecto, que se ha traducido en estos momentos en el duelo que su muerte ha producido, aseguraba La Mañana.

 

En esos días construía en El Monte, en la villa grancanaria de Santa Brígida, una casa de campo para pasar allí los veranos con su familia. Se dio la circunstancia de que el día del aciago accidente aplazó un viaje a Tenerife para chocar de bruces con su fatal destino. Su viuda, joven de 25 años y con cinco hijos que alimentar, volvería a contraer matrimonio con un pariente y trajo al mundo dos nuevos hijos.

 

La otra víctima, Francisco Farinós de Rosa, de 37 años, era jovial y alegre de carácter al decir de sus amigos. Siempre se le veía con sus inseparable compañera, doña Luisa Alvarado, consagrándose mutuamente el único cariño del hogar porque los señores Farinós no tenían hijos.

 

Este luctuoso accidente marcó un hito en la crónica negra de las Islas, ya que fue el primero de su género que se producía. Como era lógico pensar, esta desgracia causó una extraordinaria conmoción en la sociedad grancanaria, no sólo por el carácter del siniestro y la fama de las víctimas, sino por la novedad que aún representaba el automovilismo en Canarias. El funeral por las víctimas se convirtió en una impresionante manifestación de dolor. Una gran multitud de ciudadanos acudió a dar el último adiós a aquellos amigos. Un momento de desgracia ha sumido en el mayor dolor hogares pletóricos de esperanzas. Al dejarlos ayer en su última morada, nos parecía un sueño lo que pasaba. Diríase que no se enterraban dos cadáveres, sino dos almas llenas de vida, cuyas voces llegaban a nosotros jóvenes y lozanas. ¿Por qué no se levantaban de sus féretros para gozar de la vida, para correr por el mundo, para admirar la grandeza del mar, que arrullaba sus sueños, para disfrutar más de aquella mañana espléndida, para estar al lado de los suyos? En medio de tantas lágrimas, sólo las flores sonreían. ¡Ellas que tienen una vida tan breve! Admirable enseñanza. Sonriamos siempre. Entre la vida y la eternidad sólo hay un ¡hasta luego!

 

A partir de 1911, a este primer accidente mortal de la nueva era del automóvil le seguirían otros, como en un incesante goteo, al tiempo que las carreteras de las Islas fueron poblándose de numerosos automóviles de todas las marcas y modelos. Hoy día, un total de casi 300.000 personas han perdido la vida en las carreteras españolas desde que se inventó el automóvil en 1889 y otras miles quedaron malheridas de por vida. Unas pérdidas humanas que se toman en ocasiones con una indiferencia escalofriante, pero que en aquellos primeros años del siglo XX provocaban una dolorosa impresión entre los habitantes de la isla.

 

 

Este suceso, extraído del libro Sucesos Históricos de Gran Canaria, editado por Anroart Ediciones en el año 2000, del que es autor Pedro Socorro, ha sido corregido y aumentado para esta web.

 

 

Comentarios
Sábado, 18 de Junio de 2011 a las 22:12 pm - María Victoria Hernández (Cronista Oficial de Los Llanos de Aridane)

#01 Muy curioso y buen artículo, amigo y compañero.