Revista nº 1037
ISSN 1885-6039

El mundo rural en la encrucijada: reflexiones desde la acción técnica.

Lunes, 12 de Octubre de 2009
Dr. Vicente Mantel Zapata Hernández
Publicado en el número 283

Es importante determinar la originalidad de cada área, que viene dada por la interacción entre sus identificadores naturales y los procesos de ocupación y explotación por parte de la colectividad. Por tanto, y a diferencia de lo que ocurre en muchos espacios urbanos, los habitantes del medio rural han logrado conservar, en buena medida, su territorio, uno de los valores fundamentales sobre los que afirmar futuros procesos de desarrollo.

 

 

En general en estas zonas (rurales) hay que trabajar mucho para acercar -no sólo física sino también socialmente- los servicios a la población. Los recursos profesionales y técnicos existentes tienen que ser aquí más flexibles y adaptarse más a las condiciones de vida de la población. Los tiempos aquí cambian mucho, fundamentalmente en función de las estaciones y del tipo de producción agrícola de la zona. Los equipos comunitarios que trabajan allí tendrán que organizar su trabajo en función de los ritmos reales de la población y no de los tiempos burocráticos

 

(Desarrollo local y comunitario en el ámbito rural: reflexiones compartidas… Marco Marchioni y Vicente Zapata. Fuerteventura-Tenerife, abril de 2004)

 

 

El abandono de las actividades tradicionales por escasamente competitivas y rentables, provoca la obsolescencia de la infraestructura agraria y la pérdida de buena parte del patrimonio rural, tangible e intangible.

 

La mayor parte de los diagnósticos que se vienen realizando acerca de la evolución reciente y situación actual del mundo rural son bastante pesimistas, puesto que, habitualmente, resaltan su creciente decaimiento y subordinación a la dinámica del mundo urbano, al mismo tiempo que enuncian una serie de circunstancias y procesos que cuestionan la viabilidad social y económica de nuestros pueblos. Esa instantánea se obtiene casi siempre desde fuera, enfatizando a menudo los obstáculos al desarrollo antes que los puntos fuertes y oportunidades que aún es posible reconocer en los espacios del interior. Convenientemente identificados y optimizados suponen su principal aval para salir adelante a partir del planteamiento de nuevas estrategias integrales y más complejas.

 

Entre esas sombras que se apuntan desde una perspectiva general, podemos citar la deficiente comunicación con respecto a los centros de decisión y en el interior del propio espacio rural, lo que refuerza, en muchos casos, el sentimiento propio de aislamiento: el deterioro de la calidad de vida por la carencia de servicios y equipamientos colectivos adaptados a las nuevas necesidades de sus habitantes: la pérdida de los efectivos más jóvenes y dinámicos por emigración, con el consiguiente envejecimiento de la población rural y su inmediata repercusión en la ausencia de iniciativas y en el desinterés económico y social; el abandono de las actividades tradicionales por escasamente competitivas y rentables, circunstancia que provoca la obsolescencia de la infraestructura agraria y la pérdida de buena parte del patrimonio rural, tangible e intangible, siendo éste uno de los problemas más acuciantes, por ser irremediable su adiós definitivo en bastantes ocasiones. Y todo ello tiene repercusiones visibles en el paisaje rural; también en la imagen y pulso humano, que ofrece evidentes muestras de resignación cada vez en más lugares.

 

Ya se ha dicho, es la visión más pesimista del mundo rural. Pero no constituye una imagen fija, afortunadamente, como hemos podido comprobar en muchos sitios. Y es que, pese a la compleja problemática que padecen, las comunidades rurales se resisten a desaparecer perdiendo su memoria e identidad. Buscan entonces modernas fórmulas para salir adelante, situación que provoca transformaciones más o menos sustanciales en la fisonomía y dinámica de los pueblos: casi siempre son cambios necesarios y justificables, aunque no entendidos por los que desaprueban que las posibilidades de mejora pasan a menudo por la introducción de modificaciones en los identificadores tradicionales que caracterizan los espacios rurales. Aparecen así algunas luces, relacionadas con la creciente multifuncionalidad de los territorios rurales y adquiere cada vez más importancia la perspectiva del desarrollo rural.

 

 

 

Indagando en su teoría encontramos el siguiente paradigma: para afrontar situaciones complejas es necesario adoptar soluciones estratégicas, que vayan más allá de la mera resolución de las dificultades episódicas que afectan a nuestros pueblos. En este sentido, conviene ahondar en la idea de fortalecer -o conformar, si no existe aún- organizaciones locales para el desarrollo compartido, considerando el espacio coherente más apropiado en cada situación: el pueblo o la comarca, el pueblo en la comarca, la comarca fruto de la interacción de los pueblos que la conforman. Hay que elegir lo mejor en cada caso, seguros de que la actualidad requerirá de nuevas decisiones que se ajusten mejor a las oportunidades existentes, dado que el mundo rural cada vez aparece más integrado en un contexto de cambio permanente.

 

El territorio constituye así uno de los principales factores de desarrollo del mundo rural en la situación actual, puesto que atesora múltiples elementos que podemos considerar parte de su potencial endógeno, imprescindible para concretar iniciativas que dinamicen las comunidades rurales a partir de la valorización de sus propios recursos. Es importante determinar la originalidad de cada área, que viene dada por la interacción entre sus identificadores naturales y los procesos de ocupación y explotación por parte de la colectividad. Por tanto, y a diferencia de lo que ocurre en muchos espacios urbanos, los habitantes del medio rural han logrado conservar, en buena medida, su territorio, uno de los valores fundamentales sobre los que afirmar futuros procesos de desarrollo.

 

Para poder poner en valor ese factor de desarrollo es necesario combinar lo de dentro con lo de fuera, un juego dinámico que implica aprovechar las múltiples oportunidades que trae la nueva realidad, pensando que, por diminuto que sea cada pueblo, se inserta en un contexto mayor, y éste a su vez en otro, y otro hasta alcanzar una perspectiva general. Tenemos entonces que mover nuestras piezas en un tablero que se ensancha y es más exigente con el paso del tiempo: hay que prepararse para ello mejorando las capacidades propias, lo que puede basarse tanto en la optimización del conocimiento acumulado como en la transferencia de tecnologías externas que propicien el desarrollo de la innovación.

 

Es necesario primero fortalecer lo de dentro, la comunidad concebida como el principal recurso del mundo rural: mantener, enriquecer y proyectar el capital humano. Prioridad entonces para la integración de esfuerzos, la conformación de grupos de acción, el impulso del trabajo compartido, entendiendo que concentrar la energía dispersa requiere a menudo un cambio de mentalidad, tanto en el plano individual como en el colectivo. Llamada a la movilización, previa reflexión para redefinir las estructuras y los métodos para activar y canalizar la participación de los ciudadanos, en la línea de generar renovadas ilusiones y proyectos comunes, que se construyen desde el conocimiento de la realidad, la identificación de los problemas esenciales y el acento en la promoción de los elementos endógenos.

 

 

 

La potencialidad del encuentro de la población y la realización de proyectos colectivos no debe olvidar la necesaria perspectiva intergeneracional en el mundo rural, planteamiento que redundará en una mayor cohesión social y mejor aprovechamiento de los recursos humanos. Niños, jóvenes, adultos y mayores deben compartir momentos y espacios: y esas oportunidades también deben aprovecharse para abordar la caracterización del proyecto de vida común en el territorio. Algo similar debe ocurrir en el caso de que convivan diferentes comunidades en el mismo lugar, por efecto de la movilidad geográfica de la población: su progresiva confluencia e interacción seguro que contribuirá a reafirmar el proceso de desarrollo. Y es que, la revitalización humana -y socioeconómica, por tanto- de muchas áreas está llegando desde el exterior.

 

Los actores del mundo rural tienen que ser conscientes de la importancia de los proyectos y sus facilitadores en el marco del proceso compartido de desarrollo, así como de la relevancia de impulsar tanto pequeñas como grandes actuaciones. Cabe considerar entonces, conjuntamente, el valor de lo social, la trascendencia de la cultura, el protagonismo del territorio, la fuerza de la economía y las posibilidades de las instituciones, en la definición de iniciativas insertadas en la estrategia de desarrollo general. Su adecuada integración, no siempre sencilla, constituye uno de los secretos del progreso de territorios y comunidades en situaciones complejas.

 

Para armonizar todas esas dimensiones existen herramientas, viejas y nuevas, puesto que, con bastante certeza, los problemas del mundo rural no derivan de la inexistencia de métodos de trabajo con que afrontarlos. Entre las últimas se encuentra la Agenda 21 local, como instrumento que promueve la participación de la comunidad en la definición de modelos de desarrollo que integren los distintos aspectos de la realidad ya citados: el territorio, la economía, la sociedad, la cultura y las instituciones, bajo criterios de sostenibilidad enfatizando la concurrencia de los ciudadanos. Su aplicación constituye una inmejorable oportunidad para impulsar el proyecto territorial compartido, en clave de proceso, si se sabe adaptar a las particularidades locales. Ahí entra en juego, a menudo, lo de fuera.

 

Y es que, en ciertos casos, la comunidad rural necesita estímulos exógenos positivos, energía procedente del exterior, que incida en la revitalización social y económica, así como la estimulación institucional, considerando sus necesidades y aspiraciones. Es preciso identificar pues los estratégicos del mundo rural en cada oportunidad, “los cómplices” que pueden contribuir a reforzar y enriquecer el proceso, recursos humanos y financieros que sea capaz de canalizar, coherentes con su visión de futuro, sobre todo aquellos que coadyuven a mejorar las condiciones de vida de la comunidad dinamizando su potencial endógeno.

 

 


Dr. Vicente Mantel Zapata Hernández es Geógrafo. Profesor Titular de Geografía Humana de la Universidad de La Laguna. Este artículo publicado en el nº 1 de la revista Mundo Rural de Tenerife.
 

 

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