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Jueves, 01 de Enero de 2009
Antonio Henríquez Jiménez
Publicado en el número 242
El cuento que hoy presento no se encuentra en el libro de que hablo. En el periódico de Las Palmas, donde Sarmiento colaboraba asiduamente, no tiene firma y está dentro de una sección casi diaria titulada “Crónica”, de diversa autoría. Como tantas otras narraciones de Miguel Sarmiento, en las que se mezclaban la realidad y la ficción, ésta no fue elegida para formar Al Largo. El tema del cuento, que parece tomado de la realidad (y de seguro lo sería), tiene que ver con el de la mayor parte de los 24 textos del libro, o sea, el de situaciones ocurridas en el mar o cercanas a él.
Crónica. Al largo No pudimos saltar a tierra. Soplaba viento sur huracanado y las grandes marejadas hacían cabecear terriblemente al pailebot. Hacía más de un mes que permanecíamos fondeados allí, en el último rincón de la bahía de Algeciras, en espera de vientos favorables. Aquellos días de diciembre transcurridos a bordo, nos parecían eternos. Pasábamos las mañanas dormidos en el sol sobre los grandes fardos que llenaban la cubierta. Los días de lluvia nos encerrábamos en el fondo del rancho, corríamos la tapa del tambucho y allí dejábamos volar las horas, refiriéndonos cuentos de brujas y cuentos obscenos. Fuera, sobre la amura, rompían las mares, que pasaban rodando hacia la playa; gemían las cadenas en los escobones; y silbaba el viento entre las rendijas del tambucho. En su litera el cocinero se descoyuntaba en grandes risotadas que le hacían temblar el vientre voluminoso y blando. Vivíamos aburridos y, sin embargo, no vivíamos tristes. Aquel encierro forzoso había despertado en nosotros esa jovialidad verdaderamente infantil que agita a las tripulaciones en los largos viajes sin escala. El hecho más insignificante era para nosotros una distracción. Pero alguien no participaba a bordo de nuestra jovialidad. Pedro el Tapón, uno de los timoneles, no reía nunca. En aquellos días apenas hablaba. Encendía la pipa, se recostaba en la litera, y dejaba correr el tiempo inmóvil, parpadeando de tarde en tarde en el humo azul. Nadie a bordo ignoraba la causa de su silencio. Allí mismo, en La Línea, había ocurrido años antes un drama que le había divorciado de la tierra y de la gente. Al retorno de un viaje a América había sorprendido unos amoríos de su mujer. Pedro abandonó su casa sin poderse llevar consigo a su única hija, una chiquilla de un año escaso. La niña murió al poco tiempo y la madre se amancebó definitivamente con su querido, un carbonero de los pontones de Gibraltar. El Tapón [no tornó más] a La Línea. Muerta la pequeña, ¿qué iba a hacer allí? Y se encerró a bordo. No saltaba en La Línea por no ver a su mujer; no bajaba a los otros puertos, porque el espectáculo de la ventura ajena le hacía sentir más hondamente su propia desgracia. La víspera de Navidad, después de comer, nos quedamos charlando en cubierta. Charlando nosotros cerró la noche. Una noche clara, estrellada, con Júpiter rutilante sobre el Estrecho. El Peñón se adornaba en la luz que subía desde el fondo de las calles de Gibraltar. Al otro lado, en la costa de África, parpadeaba lánguidamente el faro de Ceuta. Hablábamos de nuestras familias, de nuestras casas, de otras Nochebuenas más alegres que lo que tendríamos, de seguro, aquel año. – Esta noche en Málaga... –decía uno. – Hoy en Canarias... –añadía otro... Y cada uno hablaba de su tierra, de sus alegrías de otros tiempos, de sus dichas de ayer. Hablábamos tranquilamente cuando al lado nuestro sentimos un sollozo. Pedro se había echado en los fardos y lloraba amargamente, conteniendo los gemidos, que le agitaban todo el cuerpo. Todos respetamos su pena. Nadie habló más. Aquella noche entre sueños, oí voces de alguien que hablaba desde a bordo a los tripulantes de un bote o de un barco que pasaba cerca al pailebot. Aquellas voces dejaron en mí una impresión borrosa, pronto olvidada. Al día siguiente, día de Navidad, al amanecer, sopló viento levante y salimos con rumbo a Lanzarote. Dos días después, navegando al largo de las costas del Sahara, Pedro se arrojó al mar. No nos dimos cuenta hasta el día siguiente. Durante toda la mañana le buscamos, nuestras pesquisas fueron inútiles. El mar sabe guardar los secretos. Seguimos. Días después, ya en Canarias, leí la noticia de un crimen cometido la Nochebuena en La Línea. Habían sido asesinados un obrero y una mujer que vivía maritalmente con él. El asesino los había sorprendido mientras cenaban tranquilamente. Pensé en el crimen, pensé en el suicidio de Pedro, recordé las voces que escuchara yo medio dormido y todos estos recuerdos juntos dejaron en mí un remordimiento. ¿Para qué hablaríamos aquel día de nuestras venturas? |
#03 Me ha gustado mucho este cuento, con esa emoción contenida, me recuerda a algunos cuentos de Baroja. No conocía al autor, ahora lo leeré. Gracias por tus rescates.
#02
He encontrado la expresión “al largo” en otro cuento de Miguel Sarmiento, publicado en un periódico de Las Palmas de Gran Canaria en 1911. El cuento se titula “El amor de amores”. Miguel Sarmiento logra recrear en él una atmósfera parecida a los cuentos de Edgard Allan Poe, incluso con elementos de vampirismo. Dice Sarmiento, casi al final del cuento:
Lejos, sobre la costa de África, subía, lenta y grande, la luna, tras de un bergantín que navegaba al largo, hacia nosotros, arrastrando sobre la mar su farol verde sin destellos, como la pupila de un muerto.
También aparece en una crónica enviada a Las Palmas desde Mallora en 1903, hablando de las hogueras de San Juan, y posiblemente publicada antes allí, como sucedería con todo lo que en las Islas Canarias se publicaba con su firma. Además, en la crónica, se hace alusión a su tierra natal con las expresiones con que comienza el párrafo donde se encuentra el la expresión “al largo”:
Allá abajo, en mi país, el monte se ilumina estas noches a la luz de las hogueras. El humbo sube sereno y flota inmóvil en la inmensidad azul sembrada de astros. Y toda la noche cruza del monte a la ciudad y de la ciudad al mar el eco de mil cantares que la brisa de la tierra transporta lejos, hasta los buques que pasan al largo perdidos en la sombra.
#01 Escriba aquí el comentario
Tal y como comentamos el Sr. Henríquez Jiménez y yo, fue en el \"Gran Diccionario del Habla Canaria\" editado por el Centro de la Cultura Popular Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 1995, cuyo autor es nuestro común amigo Alfonso O´Shanahan, donde se encontró la entrada \"al largo\", tal y como aparece en el título y texto del cuento de M. Sarmiento. Se la define como \"navegar bordeando\". Pone un ejemplo de J. Rial: \"El barco se pierde tras la punta del faro o sigue al largo la costa de Lanzarote\".